SU MUERTE Y SU LEGADO
Nuestra mayoría de edad nos fuerza a tomar en cuenta nuestra verdadera posición ante Dios. Dios nos está enseñando a vivir como adultos capaces de arreglárnoslas sin El.
Dietrich
Bonhoeffer
Las conmociones de
la primera mitad del siglo XX se hicieron sentir con particular violencia en
Europa. Ese continente había servido de cuna a buena parte del optimismo
teológico y filosófico del siglo anterior. Europa había llegado a soñar que
bajo su dirección la humanidad entera vería un nuevo día de paz y prosperidad.
Se había convencido a sí misma de que sus aventuras coloniales eran una gran
empresa altruista cuyos propósitos y metas eran el bienestar del mundo entero.
El protestantismo europeo, mucho más que su contraparte católica, se había
dejado llevar por esa ilusión, pues mientras el catolicismo había respondido a
las innovaciones del mundo moderno con una condenación casi total, el
liberalismo protestante prácticamente había confundido la fe con tales
innovaciones.
Por
tanto, cuando las dos guerras mundiales y las diversas catástrofes que las
acompañaron desmintieron las ilusiones del siglo XIX, el protestantismo liberal
se vio sacudido en sus mismos cimientos. Durante el siglo XIX, en cierta medida
como resultado de la falta de respuesta positiva por parte del catolicismo a
los retos del mundo moderno, el escepticismo y el secularismo se habían
generalizado en Francia.
En el siglo XX, en parte como resultado
del fracaso del liberalismo y de sus sueños harto optimistas, el escepticismo y
el secularismo se generalizaron también en los territorios tradicionalmente
protestantes: Alemania, Escandinavia y Gran Bretaña. Hacia mediados de siglo,
resultaba claro que la Europa del norte no era ya un baluarte protestante, y
que otras regiones del mundo comenzaban a ocupar el papel predominante dentro
del protestantismo que antes le había pertenecido casi exclusivamente.
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