El Descrédito de la
Modernidad y el Pensamiento Judío
Las
promesas de la modernidad (lo que es la modernidad):
- Pensar por uno mismo.
Razonar nuestros propios razonamientos. Que nadie dicte nuestras creencias
ni lo que debamos pensar.
- Si conocemos mejor y más
por nosotros mismos, progresaremos. Seremos mejores personas por la
autocorrección.
- El mundo será mejor. Debo
esperar, esperar a que las cosas se arreglen cuando yo conozca mejor.
Lo
que piensan lo pensadores judíos acerca de estas promesas es que no
funcionaron. La razón trajo la Primera Guerra Mundial, no la paz y felicidad
prometidas.
La
mayoría de estos autores son judíos de Alemania, tan compenetrados con la
cultura que desean deponer sus prácticas judías para ser como los demás:
cristianos alemanes (presión de grupo, Kafka).
Todos
ellos quieren seguir siendo judíos para estar fuera de ese tinglado de guerras,
de enfrentamientos, y poder decir que esto no funciona, no va hay que pararlo.
Eso es lo que todos pretenden.
Se
sienten diferentes:
- El judío no tiene tierra.
- El judío tampoco tiene una
lengua.
- El judío no tiene Ley. Se
la da Dios.
- El Dios hebreo no es
representable.
- El Sabat. Es tiempo y no lo
puedo dominar.
Por
esto el judío se siente fuera, apartado y diferente, para juzgar lo que pasa e
intentar mejorar los acontecimientos.
Los
pensadores judíos dicen:
- Si la modernidad es “yo
pienso”. Esa razón no es universal, no lo puede pensar todo. El límite de
esta lógica es la angustia del hombre frente a la muerte. Esta razón es
muy abstracta porque se olvida del hombre y de sus sufrimientos. Ante esto
propone que el hombre es metaética: no lo explica todo, tiene límites. Los
límites son el ser humano (siempre hay algo que decir de él y lo que se ha
dicho no es del todo suficiente), Dios (es trascendente al ser humano), el
mundo (la naturaleza siempre ofrecerá cosas que nos sorprenderán). La
postmodernidad pone límites a la razón.
- La razón debe ser limitada
a favor de mi interés en el prójimo. Es más importante satisfacer tus
necesidades que llegar a conocer.
Para
Rosenzweig, la solución de este mundo consiste en escuchar el dolor del otro.
Pero no solucionará todos los problemas. Solo el advenimiento podrá hacerlo, la
intervención directa de Dios en la historia. Dios tiene que intervenir.
Levitas
habla que el amor es lo que me hará aceptar al otro con todas sus diferencias.
El judío acepta la diferencia del otro y no pretende anularla con sus
conceptos.
Husserl
dice: “La razón no tiene nada que decirnos sobre nuestra situación vital
angustiada.” Su crítica es que en el afán de conocerlo todo y comprobar las
cosas mediante la ciencia, el hombre se ha olvidado de la situación humana y de
las cuestiones existenciales primarias.
Los
escritores de la escuela de Frankfurt dicen que los análisis y resultados que
el hombre ha hecho de la ciencia y la razón se han venido contra él mismo
(dialéctica de la ilustración).
- Horheimer: habla de razón
subjetiva y objetiva. Con la subjetiva nos ocupamos solo del cómo, de los
medios, y nos olvidamos del fin de ellos.
- Adorno: dice que es una
falsedad el creer que entre más técnica y mercado más felicidad (razón
identificante)
- Marcuse: habla de una razón
unidimensional, que solo tiene en cuenta la rentabilidad, olvidándose de
los medios.
- Kart Raimund Popper: ataca
la ciencia. El conocimiento es solo provisional porque la ciencia cambia.
Grandes
aciertos de estos pensadores:
- La llamada a la ética.
- La intervención externa (de
Dios).
- Respetar la diferencia. La
diversidad la hace Dios.
- La escatología. Dios interviene en la
historia, solo Dios.
Dios
desmitifica la razón para hacer
DESPUES
de la dispersión de Babel, la idolatría llegó a ser otra vez casi universal, y
el Señor dejó finalmente que los transgresores empedernidos siguiesen sus malos
caminos, mientras elegía a Abrahán del linaje de Sem, a fin de hacerle
depositario de su ley para las futuras generaciones.
Abrahán
se había criado en un ambiente de superstición y paganismo. Aun la familia de su padre, en la cual se
había conservado el conocimiento de Dios, estaba cediendo a las seductoras
influencias que la rodeaban, "y servían a dioses extraños" (Jos. 24:
2), en vez de servir a Jehová. Pero la
verdadera fe no había de extinguirse.
Dios ha conservado siempre un remanente para que le sirva. Adán, Set, Enoc, Matusalén, Noé, Sem (véase
el Apéndice, nota 2), en línea ininterrumpida, transmitieron de generación en
generación las preciosas revelaciones de su voluntad. El hijo de Taré se convirtió en el heredero
de este santo cometido. Por doquiera le
invitaba la idolatría, pero en vano.
Fiel entre los fieles, incorrupto en medio de la prevaleciente
apostasía, se mantuvo firme en la adoración del único Dios verdadero. "Cercano está Jehová a todos los que le
invocan, a todos los que le invocan de veras." (Sal. 145: 18.) El comunicó su voluntad a Abrahán,
y le dio un conocimiento claro de los requerimientos de su ley, y de la
salvación que alcanzaría mediante Cristo.
A
Abrahán se le dio la promesa, muy apreciada por la gente de aquel entonces, de
que tendría numerosa posteridad y grandeza nacional: "Y haré de ti una
nación grande, y bendecirte he, y engrandeceré tu nombre, y serás
bendición." (Gén. 12: 2.) Además,
el heredero de la fe recibió la promesa que para él era la más precisa de
todas, a saber que de su 118 linaje descendería el Redentor del mundo: "Y
serán benditas en ti todas las familias de la tierra." (Vers. 3) Sin
embargo, como condición primordial para su cumplimiento, su fe iba a ser
probada; se le exigiría un sacrificio.
El
mensaje de Dios a Abrahán era: "Vete de tu tierra y de tu parentela, y de
la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré." (Vers. 1.) A fin de que
Dios pudiese capacitarlo para su gran obra como depositario de los sagrados
oráculos, Abrahán debía separarse de los compañeros de su niñez. La influencia de sus parientes y amigos
impediría la educación que el Señor intentaba dar a su siervo. Ahora que Abrahán estaba, en forma especial,
unido con el cielo, debía morar entre extraños.
Su carácter debía ser peculiar, diferente del de todo el mundo. Ni siquiera podía explicar su manera de obrar
para que la entendiesen sus amigos. Las
cosas espirituales se disciernen espiritualmente, y sus motivos y acciones no
eran comprendidos por sus parientes idólatras.
Durante
su estada en Egipto, Abrahán dio evidencias de que no estaba libre de la
imperfección y la debilidad humanas. Al
ocultar el hecho de que Sara era su esposa, reveló desconfianza en el amparo
divino, una falta de esa fe y ese valor elevadísimos tan noble y frecuentemente
manifestados en su vida. Sara era una
"mujer hermosa de vista," y Abrahán no dudó de que los egipcios de
piel obscura codiciarían a la hermosa extranjera, y que para conseguirla, no
tendrían escrúpulos en matar a su esposo.
Razonó que no mentía al presentar a Sara como su hermana; pues ella era
hija de su padre, aunque no de su madre.
Pero este ocultamiento de la verdadera relación que existía entre ellos
era un engaño. Ningún desvío de la
estricta integridad puede merecer la aprobación de Dios. A causa de la falta de fe de Abrahán, Sara se
vio en gran peligro. El rey de Egipto,
habiendo oído hablar de su belleza, la hizo llevar a su palacio, pensando
hacerla su esposa. Pero el Señor, en su
gran misericordia, protegió a Sara, enviando plagas sobre la familia real. Por este medio supo el monarca la verdad del
asunto, e indignado por el engaño de que había sido objeto, devolvió su esposa
a Abrahán reprendiéndole así: "¿Qué es esto que has hecho conmigo? . . .
¿Por qué dijiste: Es mi hermana, poniéndome en ocasión de tomarla para mí por
mujer? Ahora pues, he aquí tu mujer,
tómala y vete." (Gén. 12:11, 18, 19.)
Abrahán
había sido muy favorecido por el rey; y aun 124 ahora Faraón no permitió que se
le hiciese daño a él o a su compañía, sino que ordenó que una guardia los
condujese con seguridad fuera de sus dominios.
En ese tiempo se promulgaron leyes que prohibían a los egipcios
relacionarse con pastores extranjeros en actos familiares, tales como comer o
beber juntos. La despedida que Faraón
dio a Abrahán fue amable y generosa; pero le pidió que saliera de Egipto, pues
no se atrevía a permitirle permanecer en el país. Sin saberlo, el rey había estado a punto de
hacerle un gran daño; pero Dios se había interpuesto, y había salvado al
monarca de cometer tan gran pecado.
Faraón vio en este extranjero a un hombre honrado por el Dios del cielo,
y temió tener en su reino a una persona que tan evidentemente gozaba del favor
divino. Si Abrahán se quedaba en Egipto,
su creciente riqueza y honor podrían despertar la envidia y la codicia de los
egipcios, quienes podrían causarle algún daño, por el cual el monarca sería
considerado responsable, y que podría atraer nuevamente plagas sobre la familia
real.
La
amonestación dada a Faraón resultó ser una protección para Abrahán en sus
relaciones futuras con los pueblos paganos; pues el asunto no pudo conservarse
en secreto. Era evidente que el Dios a
quien Abrahán adoraba protegía a su siervo, y que cualquier daño que se le hiciese
sería vengado. Es asunto peligroso dañar
a uno de los hijos del Rey del cielo. El
salmista se refiere a este capítulo de la experiencia de Abrahán cuando dice,
al hablar del pueblo escogido, que Dios "por causa de ellos castigó los
reyes. No toquéis, dijo, a mis ungidos,
ni hagáis mal a mis profetas." (Sal. 105:14, 15.)
Hay
una interesante semejanza entre la experiencia de Abrahán en Egipto y la de sus
descendientes siglos después. En ambos
casos, fueron a Egipto a causa del hambre y moraron allí y, a causa de los
juicios divinos en su favor, los egipcios los temieron, y los descendientes de
Abrahán salieron
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