EL VALOR DEL CRISTO HOY
Nos podemos preguntar si la realidad de Cristo se ha vuelto
irrelevante en un universo marcado por la evolución. Otros se pregunta si no
habremos caído en una especie de docetismo, en una espiritualización de Jesús
que ha llevado a una ‘jesulatría’, para emplear el término de McFague, en una
forma antropocéntrica e individualista de vida cristiana y que entiende la
salvación únicamente en el plano espiritual.
En opinión de McFague, este punto de
vista ha conducido a un ‘cristianismo dócil’, a un cristianismo que podría
considerarse incapaz de introducir en el mundo ningún cambio real. Por otra
parte, estamos viviendo el derrumbe de la cristología occidental, que ha
devenido igualmente irrelevante, debido sobre todo a que es una cristología
tribal en exceso intelectualizada en un mundo que ha adquirido ya una
conciencia global. Esta cristología occidental intelectualizada sigue
floreciendo en el mundo académico, entre aquellos que cuentan con las ideas
filosóficas y herramientas de análisis más modernas. No se trata de una
teología que haya perdido el rumbo, es sencillamente una teología estéril en
contenidos y, por tanto, incapaz de inducir cambio alguno en el corazón y la
mente cristianos, o sea, el tipo de cambios que conducen a una expresión
más visible de Cristo.
Por esta razón, la espiritualidad
debe estar presente en el propio corazón de la cristología actual porque la
espiritualidad proviene del Espíritu, y donde está el Espíritu, allí hay
cambio. Desde una perspectiva evolucionista, el Espíritu de Dios que aleteó
sobre esta creación desde sus comienzos sigue insuflando su aliento en nuestro
interior y entre nosotros. San Pablo dice. “El Espíritu lo penetra todo, hasta
las cosas más profundas de Dios’ (1 Cor 2, 10), por consiguiente, únicamente
quien está colmado del Espíritu puede buscar en las profundidades de Dios, en
especial cuando consideramos la presencia encarnada de Dios en la creación. A
esta perspectiva se debe mi interés en aproximarse al ‘Cristo en evolución’ a
través de la óptica de los místicos.
Ya estudiemos a los místicos de la
iglesia primitiva, la Edad Media o la Modernidad, descubrimos que prácticamente
todos ellos tienen una comprensión dinámica de Dios y de la creación divina. La
evolución se encuentra integrada en la visión de los místicos no como una
ciencia, sino como un medio para descubrir a Dios. Bernard McGinn define el
misticismo como ‘una conciencia directa o inmediata de la presencia (ausencia)
de Dios’. El misticismo cristiano se basa en una intensa relación personal con
Jesucristo y en la conformación con Cristo a través de una profunda relación de
amor. Tomemos, por ejemplo, la profunda experiencia de la penitente franciscana
del siglo XIII, Ángela de Foligno, quien describió su unión con Cristo
crucificado como un intercambio de amor. Luego de varios años de seguir
intensamente a Cristo y de intentar permanecer fiel en el amor, Ángela alcanzó
una profunda espiritualidad que le permitió contemplar el significado más
profundo de Cristo en la creación. El Cristo crucificado, tal como señala Mary
Meany, se convirtió en su interlocutor. Al comenzar a sentir la presencia de la
cruz en su interior, su alma se ‘licuó’ en el amor de Dios. Su relación
personal con Cristo se tornó tan intensa que comenzó a experimentar una
transformación en Dios. Y aún así, no fue simplemente la humanidad de Cristo la
que impulsó a Ángela hacia una mayor unión. Más bien fue precisamente su
experiencia de Dios en Cristo la que hizo verdaderamente místico su camino. Su
experiencia de Cristo en su sufriente humanidad fue, al mismo tiempo, su
experiencia de Dios. En sus escritos se refiere por doquier a Cristo como el
‘Dios-hombre’, lo que indica que sus meditaciones sobre el sufrimiento de
Cristo eran, más que una mera atracción mórbida por el dolor, experiencia de la
presencia de Dios en Cristo. Esta experiencia de lo divino en la sufriente
humanidad de Cristo condujo a Ángela no solo a la verdad de su propia
humanidad, sino a una mayor comprensión del amor de Dios por toda la creación.
Gracias a su identificación con el Cristo crucificado descubrió que el mundo se
encuentra inmerso en la bondad de Dios. En cierto momento escucha a Dios
decirle: ‘Sí, en verdad todo el mundo está lleno de mí’. Y luego afirma ella:
‘Vi que toda criatura estaba ciertamente llena de su presencia’. Así, Ángela
despertó a la pasmosa conciencia de que el mundo creado se encuentra colmado de
la divina presencia. En ningún lugar esto se hace más explícito que en una de
sus visiones, en la que exclama:
Contemplé la plenitud de Dios, en la cual vi y comprendí la totalidad de
la creación, lo que hay a este lado y lo que hay allende el mar, el abismo, el
mar mismo y todo lo demás. Y en todo lo que veía no percibía más que la
presencia del poder de Dios, si bien de manera del todo indescriptible. Y el
alma, embargada de admiración, lazó un grito. ‘¡Este mundo está grávido de
Dios!. Y de ese modo me percaté de cuán pequeña es la creación en su conjunto,
o sea, lo que hay a este lado y lo que hay allende el mar, el abismo, el mar
mismo y todo lo demás; pero el poder de Dios lo llena todo hasta rebosar. Ldo. Diego Calvo
Comentarios
Publicar un comentario