Johannes ECKHART
SERMÓN XXIII
Ave, gratia plena.
Esta palabra que acabo de
pronunciar en latín, está escrita en el santo Evangelio y significa en lengua
vulgar: «¡Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo!» (Lucas 1, 28). El Espíritu Santo descenderá desde el trono
altísimo, y en ti entrará parte de la luz del Padre eterno (Cfr. Lc 1, 35 y Sant 1, 17 y Sab 18, 15).
Por lo dicho se deben entender
tres cosas. Primero: la inferioridad de la naturaleza angelical. Segundo: el
hecho de que él [es decir, el ángel] se considera indigno de llamar a la Madre
de Dios por su nombre. Tercero: el que no hablara sólo para ella, sino para una
gran muchedumbre: para cualquier alma buena que anhela [poseer] a Dios.
Digo yo: Si María primero no
hubiera dado a luz espiritualmente a Dios, Él nunca habría nacido físicamente
de ella. Una mujer le dijo a Nuestro Señor: «Bienaventurado es el seno que te
llevó». A lo cual contestó Nuestro Señor: No sólo es bienaventurado el seno que
me llevó; «bienaventurados son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la
guardan» (cfr. Lc 11, 27-28). Para Dios tiene más valor nacer espiritualmente de
cualquier virgen o [=quiere decir] de toda alma buena, que haber nacido
corpóreamente de María.
Por lo dicho debe entenderse que
hemos de ser un único hijo que ha sido engendrado eternamente por el Padre.
Cuando el Padre engendró a todas las criaturas, me engendró a mí y yo emané con
todas las criaturas y, sin embargo, permanecí dentro del Padre. [Es]
exactamente así como la palabra que digo ahora: Ella surge dentro de mí, luego
yo me detengo en la representación, en tercer lugar la pronuncio y todos
vosotros la escucháis; sin embargo, lo propiamente dicho permanece dentro de
mí. Así también he permanecido dentro del Padre. En el Padre se hallan las
imágenes primigenias de todas las criaturas. Esta madera [del púlpito] tiene
una imagen primigenia espiritual en Dios. Ella no sólo es racional sino que es
pura razón.
La
máxima merced que Dios le hizo jamás al hombre fue el hecho de que se hiciera
hombre. Quiero relataros un cuento[1]
que viene perfectamente al caso. Había un marido rico y una mujer rica. Luego,
la mujer tuvo un accidente de modo que perdió un ojo; por eso se puso muy
triste. Entonces, el marido la vino a ver y dijo: «Mujer ¿por qué estáis tan
triste? No debéis entristeceros por haber perdido vuestro ojo». Ella contestó:
«Señor, no me entristece el hecho de haber perdido mi ojo; me entristezco más
bien porque me parece que por ello me amaréis menos».
[1] Se trata de un cuento muy conocido en la Edad Media, titulado: Diu getriu kone (La mujer leal); Herrand
von Wildonie lo había puesto en verso. En otra versión anónima se conoce bajo
el título de Daz ouge (El ojo). Pero,
en ambas versiones la que se vacía el ojo es la mujer que desea compartir la
desgracia del marido. Las dos
versiones se pueden encontrar en: Von der Hagen, Friedrich, Gesamtabenteuer, Darmstadt 1961, tomo
III pp. 713 a 747; y tomo I pp. 245 a 256, respectivamente.
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