LAS GRANDES
CARTAS
La correspondencia con los cristianos
de Corinto
La tradición canónica nos ha transmitido dos cartas dirigidas
por Pablo “a la Iglesia de Dios que está en Corinto” (1,2; 2,1), que, sin
embargo, son sólo una parte de la amplia e intensa relación epistolar que
mantuvo el Apóstol con aquella comunidad, que ciertamente acogió con gozo el
anuncio del Evangelio por parte de Pablo (véase 15,2), pero que, tras la marcha
del fundador, causó a este último muchas y muy diversas dificultades.
Hechos de los
Apóstoles nos cuenta que Pablo llegó a la capital de la provincia romana de
Acaya tras haber realizado en Atenas un gran esfuerzo para adaptar el mensaje
cristiano a la mentalidad griega (Hch 17,16-31) y, sobre todo, tras haber
obtenido resultados más bien escasos de tal esfuerzo (Hch 17,32-34). El relato
lucano (Hch 18,1-17) desarrolla un esquema que encontramos en casi todos los
casos de la primera visita a un lugar, aunque con algunos elementos exclusivos
de la estancia en Corinto: llegada, acogida en casa de Áquila y Priscila (la
Prisca de Rm 16,3), un matrimonio de judíos que habían abrazado la fe en Roma,
predicación en la sinagoga a judíos y griegos, rechazo del Evangelio por parte
de los judíos sancionado con un gesto y con duras palabras de Pablo,
predicación a los gentiles que la acogen favorablemente y en buen número,
anuncio divino de una estancia prolongada la ciudad, motín de los judíos contra
Pablo, que en este caso se produce tras un año y medio de estancia en la ciudad
y culmina con la declaración de inocencia a favor de Pablo dictada por el
procónsul Galión, pero provoca la marcha de aquella ciudad.
Según los datos de
Hechos, en Corinto Pablo habría dado testimonio de que “Jesús es el Mesías”
(Heh 18,5). La correspondencia corintia permite completar esta síntesis
apretadísima del anuncio paulino y concluir que, tal vez por el relativo
fracaso de la etapa ateniense, el Apóstol habría puesto un acento especial en
“el mensaje de la cruz” (véase 1 Cor 1,18.23; 2,2). Cabe indicar, sin embargo,
que las dos Cartas a los Corintios permiten suponer igualmente que Pablo
procuró presentar el Evangelio, también en Corinto, de tal modo que sus oyentes
pudieran comprenderlo mejor y prestarle una acogida positiva. Ello pudo haberse
concretado en la aceptación de determinadas categorías o, tal vez simplemente,
de algunos términos como sabiduría, conocimiento y otros, muy en boga por
entonces en el mundo grecorromano y en relación con los cuales comenzaba a
configurarse un pensamiento de corte intelectual y de orientación elitista. Sea
lo que fuere de tal posibilidad, el caso es que, tras la marcha de Pablo,
surgieron no pocos problemas en el seno de la comunidad corintia. El Apóstol
intentó hacerles frente de distintas maneras: a través de una primera carta,
que no se conserva (véase 1 Cor 5,9-11); enviando a Timoteo, “el hermano”, que
aparece de hecho en el encabezamiento de 2 Cor (1,1) y que llevó tal vez la
carta que conocemos como 1 Cor, escrita en Éfeso en torno al año 53; yendo a
visitarlos personalmente (véase 2 Cor 1,13-2,1; 2,14; 13,1-2); mediante otra
carta, especialmente dura, que, recogiendo una expresión del propio Apóstol,
suele denominarse como “carta de las lágrimas” (véase 2 Cor 2,3-4.9; 7,9.12);
con el envío de Tito y, finalmente, tras las buenas noticias que le transmitió
este último colaborador (véase 2 Cor 1,12-13; 7,5-6), con una nueva carta, que
sería buena parte de la actual 2 Cor.
Comentarios
Publicar un comentario