NUESTRA RESPONSABILIDAD
Durante muchos años he venido escuchado una desgastada frase, particularmente de gente religiosa de los ambientes cristianos, que reza: “dios pone y quita reyes”.
Se articulan estas palabras cuando se viven acontecimientos decisivos y trascendentes; por ejemplo, en la elección de algún puesto eclesiástico, y se relaciona del mismo modo cuando en un país se celebran elecciones populares.
La frase viene siendo una especie de paráfrasis de una parte del verso bíblico de Daniel 2:21 que literalmente expresa: “Él es quien cambia los tiempos y las edades; quita reyes y pone reyes; da sabiduría a los sabios, y conocimientos a los entendidos” (La Biblia de las Américas).
En el uso contemporáneo de esta expresión se afirma, o se pretende afirmar, que Dios es el responsable, en “su soberanía y autoridad”, de colocar en puestos itinerantes a quienes se le pegue la regalada gana. Es decir, Dios como dueño absoluto del universo decide imponer a cierto gobernante, nos guste o no a nosotros, teniendo que adaptarnos, incluso, a participar como una suerte de autómatas programados en los sistemas conocidos, sean estos: dictaduras, democracias, comunismos, monarquías, entre otras; cumpliendo así el deseo o caprichos del “dios soberano” en cuanto a gobierno humano en el mundo.
Este tipo de sentencia –dios pone y quita reyes- lleva a pensar que tal dios es el único responsable de todo acontecimiento, sea de bonanza o desdicha humana que suceda sobre la tierra; y en el que fácilmente podríamos eximirnos de todo compromiso, puesto que “Dios hace lo que quiere, pues es el único Dios. Nadie lo hace cambiar de planes.” (Job 23:13).
Ahora bien, cuando la gente expresa este tipo de argumento para zafarse de su responsabilidad ciudadana en la elección inteligente y reflexiva de sus gobernantes; en consecuencia, de sus acciones, actitudes y decisiones; está haciendo y diciendo que no importan los procedimientos humanos creados para el nombramiento de sus autoridades, porque al final de cuentas siempre imperará la voluntad divina.
Esto más bien trae un problema de fondo. Al otorgarle a Dios, por su poder y soberanía, la carga de poner o quitar “reyes” y de decidir activa y absolutamente en los acontecimientos terrenales, se está diciendo también que él es el culpable de las injusticas, la impunidad y la corrupción de una nación; de las guerras y los conflictos; de las enfermedades o los colapsos financieros, etc
Si ese dios que tiene dominio total sobre su creación es quien decide por nosotros qué clase de gobernante tendremos o merecemos… ¿No es acaso un acto de crueldad divina el que el creador de la vida observe, coparticipe y se complazca de las funestas situaciones político sociales?
Digo, en el atrevido y herético caso en que yo fuese “dios” y estuviera en mis manos “poner y quitar reyes” en una golpeada, pobre y corrupta sociedad como Guatemala; y viendo como semana tras semana los ciudadanos se levantan exigiendo justicia y dignidad en todo su entorno, haciendo ayuno y oración para que la situación cambie… ¿Acaso no sería compasivo y amoroso darles un gobernante y autoridades que resuelvan justamente los cúmulos de problemas de esta nación?.
En todas las épocas, los seres humanos por lo general, hemos buscado a quien culpar de las consecuencias de nuestras acciones, indiferencias e ignorancias; y Dios no ha sido la excepción.
El versículo aludido –Daniel 2:21- ha sido consecuentemente descontextualizado y mal empleado, producto de una ausente y honesta hermenéutica y exégesis. En cuestión, el texto señalado es parte de la oración que Daniel evoca a Dios en alabanza y gratitud por la revelación y significado que en visión le había sido mostrado respecto de un sueño que Nabucodonosor, rey de Babilonia, había olvidado; y que había exigido a muerte, a todo adivino y estudioso de su reino que le fuese explicado. En este sentido, los demás detalles de esta asombrosa narración se hallan en todo el capítulo 2; concluyendo este argumento, que el sueño manifestaba una sucesión de reinos y cambios puntuales en los dominios humanos de la época; y que interpretado en términos generales, apuntaba a que la grandeza, riqueza y poderío humano, eran insignificantes a los propósitos divinos para la humanidad.
Con este antecedente me atrevo a contradecir a toda persona que con ligereza acomoda un acontecimiento o una frase bíblica para probar que la irresponsabilidad individual y colectiva es resultado de “la voluntad de Dios”
Debo admitir con mucha pena que los guatemaltecos somos reacios y lentos en auto educarnos. Si bien es cierto que una parte de la población aún es analfabeta y que hace lo que puede para sobrevivir; y que por esas razones, se cuente con poco tiempo y recursos para auto aprender e informarse; es también verídico que los que podemos hacerlo padecemos de una apatía a las situaciones que requieren esfuerzo e inversión, y nos es más fácil responsabilizar a otros de nuestra condición.
El hecho es, que nos es más cómodo comprometer a Dios en los asuntos de seriedad, alegando ágilmente que “es su voluntad” y que nuestro deber pasa únicamente por “hacer nuestra parte”; en este caso, emitir un voto, desligándonos de nuestra verdadera competencia.
Si los funcionarios públicos terminaron señalados de corrupción y defraudación al Estado y condujeron al país a una crisis sin precedentes… ¿fue voluntad de Dios? ¿Fue voluntad de Dios al “poner reyes” de tales tallas, que los ciudadanos experimentaran desprotección del Estado en las garantías básicas, mientras estos “reyes” hacían de las suyas? ¿Es voluntad de Dios que el desempleo, la pobreza, las desigualdades, injusticias, violencia o desabastecimiento públicos sean palpables, porque Él en su soberanía “pone y quita gobernantes” de su parecer? ¡De ninguna manera!
El Dios de la Biblia de quien muchos se aferran para decir que Él es quien “quita y pone reyes”, ha indicado que su voluntad es: “buena, agradable y perfecta” (Romanos 12:2) y que nos ha declarado lo que es bueno y lo que de nosotros se espera: “Practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarnos ante él” (Miqueas 6:8)
Practicar la justicia no es más que HACER LO CORRECTO. ¿Hacemos lo correcto? ¿Hacemos lo correcto cuando perseguimos con oportunismo algún puesto público a costa del sufrimiento y necesidad de nuestro prójimo; defendiendo y promoviéndonos en grupos políticos que claramente manipulan y engañan a la sociedad? ¿Hacemos lo correcto al ser lambiscones y títeres de políticos mentirosos e irrespetuosos que burlan vez tras vez las leyes de nuestra frágil democracia? ¿Hacemos lo correcto cuando en vez de informar e instruir política y adecuadamente, en lo mínimo, a nuestra gente, nos mantenemos mudos y al margen de las situaciones funestas que vivimos en el país? ¿Hacemos lo correcto cuando somos indiferentes a las injusticias que viven nuestros semejantes.
Resulta mucho más cómodo dejarle la carga a Dios, poniendo y quitando reyes, en vez de procurar aplicarme la otra parte del verso que menciona: “Él da la sabiduría a los sabios y conocimientos a los entendidos”; pero claro, como alcanzar sabiduría y conocimiento requiere diligencia, preferimos no mencionar esta otra parte.
A mi parecer, ese dios irresponsable que pone y quita gobernantes corruptos, es un culpable ideal de aquellos que no intentan ejercer su papel ciudadano y misional en el mundo. Es más fácil deducir que otro es el responsable de mis acciones en vez de imputarme la parte de culpa.
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