PRINCE Y LA RELIGIÓN



El sexo y la religión son dos poderosas fuerzas que dominan nuestra vida. Es imposible entender a Prince (1958-2016) sin una de ellas, pero tampoco a muchos de nosotros. Lo extraño es la manera en que aúna el erotismo y lo divino. Algo que deja perplejo tanto el espectador secular como al público religioso. Prince da gracias a Dios en todos sus discos, pero al mismo tiempo, celebra los placeres de la carne… ¿una extraña combinación?


Su repentina muerte ha puesto en evidencia lo poco que sabemos de él. Todo son especulaciones y enigmas. Cuando uno lee sus biografías –como he hecho yo, estos días–, no encuentra más que las adulaciones de sus seguidores, o las acusaciones de colaboradores resentidos. Nada que parezca venir de él mismo…


Todavía me conmueve escucharle hablar tan tímidamente, pensando las palabras que pronunciaba lentamente. Todo en él transmitía fragilidad, hasta que comenzaba un concierto, entonces se convertía en un animal escénico. Su espectacular baile muestra un control del cuerpo difícil de lograr si tuviera la adicción de la que muchos hablan. La leyenda se mezcla con la imagen que él mismo proyectó, hasta de su sexualidad.






 La repentina muerte de Prince ha puesto en evidencia lo poco que sabemos de él.
Su aspecto andrógino y calculada ambigüedad sexual, recuerdan a David Bowie, cuya bisexualidad es más lo que ahora llaman bi-curiosidad. Todo en ellos resulta tan retorcido y complejo que, ó bien son seres tan peculiares que no entran en ninguna categoría conocida, o se trata simplemente de una representación. Hasta ahí, las similitudes. Ya que si la espiritualidad de Bowie es sincrética y ecléctica, la de Prince no hay duda que parte de un cristianismo que se hace cada vez más sectario, al hacerse Testigo de Jehová al comienzo de este siglo.





¿HIJO DE SU MADRE?


En esto como en todo, Prince era hijo de su madre. Tras la separación de sus padres, cuando tenía diez años, se educa con ella en el adventismo, pero antes de morir, le hizo prometer que se haría Testigo de Jehová, como ella. El genio de Minneapolis no sólo heredó de ella su religión, sino que descubre también por ella, su sexualidad. Él mismo cuenta cómo encontró en su habitación, literatura pornográfica y vibradores, que estimulan su pasión irrefrenable por el erotismo, al mismo tiempo que la espiritualidad por la que anuncia a su madre que ha visto un ángel que le ha dicho que ya no tendrá más ataques epilépticos.






 Prince tuvo una adolescencia solitaria, obsesionado con la pornografía y la masturbación
Aunque aprendió a tocar el piano por su padre, que era músico de jazz y le da su nombre artístico, tuvo una mala relación con él. Su hijo creía que “le costaba mostrar sus emociones, como a la mayoría de los hombres”. Cuando su madre se vuelve a casar, tampoco se lleva bien con el padrastro y pasa algunas temporadas con su padre, que le regala su primera guitarra. Prince tocaba hasta doce instrumentos de oído.


Al músico le gustaba jugar al baloncesto, pero era tan bajo de estatura que compraba su ropa en la sección infantil y llevaba siempre tacones. No sólo tenía complejo por su altura, como Michael Jackson, sino que también como a él, le gustaba la piel clara y aunque sus padres eran afroamericanos, pretendía ser mestizo. Es la información distorsionada que él mismo difunde, como que nació en el 60, en vez de en el 58.


Es raro encontrar en las biografías datos que coincidan. Así por ejemplo, la precocidad sexual con la que dice haber participado en orgías de adolescente, es negada por su primo segundo, Charles Smith, que andaba mucho con él en aquella época. Lo cierto es que su pubertad fue más bien solitaria, obsesionado con la pornografía y la masturbación.





¿SANTA LUJURIA?


Aunque su cantante preferida era una artista folk como Joni Mitchell, su inspiración como guitarrista fue la de Jimi Hendrix, de donde viene su obsesión por el púrpura. Su música era funk al estilo de Sly Stone, cuyo bajista Larry Graham se convirtió a los Testigos de Jehová en 1975. Hablaba mucho de religión con Prince e incluso hicieron estudios bíblicos juntos, antes y después de sus conciertos.


Todos sus discos están dedicados a Dios, desde su primer álbum en 1978, pero están llenos de referencias sexuales, como su primer sencillo, “Blando y húmedo”. Cantaba entonces con una voz en falsete, al estilo Smokey Robinson. Cuando vuelve a grabar a finales de los setenta, se presenta ya como un icono gay. Siempre fue heterosexual, pero le divertía vestirse de mujer. Tenía la “mente sucia”, como titula su siguiente disco, que la Warner distribuye con una etiqueta advirtiendo que el lenguaje puede herir la sensibilidad de algunos oyentes. Ya que no sólo canta al sexo oral, sino al incesto con su hermana, cuando en el vinilo de 1981 incluye hasta el Padre Nuestro.






 En la egomanía de Prince, suena como si tuviera un complejo de mesías.



La combinación recuerda a Marvin Gaye (1939-1984), otro artista afroamericano, hijo de un pastor pentecostal de una iglesia tan legalista que se reconoce por la omnipresencia de los diez mandamientos. Acaba muerto por su propio padre, que le obsesiona por su virilidad, al verle demasiado afeminado y descubrir que el pastor se vestía a escondidas con la ropa de su madre. Tras muchas discusiones, vuelve al lado suyo, cuando ha dejado ya la iglesia y el músico vive dominado por la droga y la pornografía. Se relaciona sólo con prostitutas, pero no deja de leer la Biblia. Abierta por el libro de los Salmos, muere la víspera de su 45 cumpleaños, mientras habla con su madre por teléfono y el padre le pega un tiro con el arma que él mismo le había dado, para proteger a su familia.





¿TESTIGO DE JEHOVÁ?


La tragedia de Gaye es comparable para mí, con la de Prince, por su incapacidad para encontrar liberación en una religión legalista. “Ambos padres tenían una fe estricta –adventista al principio, luego Testigo de Jehová– así como Bernardette Anderson, que cuida de él, cuando se marcha de casa”, dice Touré, el biógrafo que ha escrito el libro más centrado en este tema, “I Would Die 4 U” (Moriría por ti). Asistía a un pequeño Salón del Reino que había al lado de su casa y cumplía con sus obligaciones de “publicador”, por la que algunos le han encontrado en su puerta con la Atalaya, como le ocurrió a un matrimonio judío en el 2003, el año en que fue bautizado en Chanhassen.


No está claro que dejara de operarse de la cadera por no querer recibir una transfusión de sangre, pero dijo que no votaba en las elecciones, como hacen los Testigos. Su conversión la de describe más como un “despertar”, utilizando una imagen de la película “Matrix”. Según uno de sus ancianos del Salón del Reino, “era un hombre espiritual, que creía fuertemente en el mensaje de la Biblia que los Testigos de Jehová proclaman”. El Hermano Cook –que tiene ahora 81 años– dice que “no le veían muy a menudo, porque estaba fuera casi todo el tiempo, pero cuando lo hacía –como en la conmemoración que hicieron los Testigos de la muerte de Jesús, el 23 de marzo–, venía “modestamente” y “muy, muy humildemente”, vestido con un traje negro. Llevaba su biblia del Nuevo Mundo, marcada con notas, esperando el momento en que el “hermano Nelson” tuviera que comentar también la Escritura...







 Prince asistía a un pequeño Salón del Reino que había al lado de su casa.



¿Tanto había cambiado Prince?, ¿qué fue de sus caprichos y extravagancias? Su guitarrista, Dez Dickerson –dice Touré en su libro–, “que hay quizá tres Prince diferentes: uno tiene una mente calculadora de “marketing”, pero otra quiere ser “el peor músico que haya existido”. De de ahí viene lo del “sexo puro encarnado”. El tercero sería “el tipo realmente reflexivo e introspectivo, que hace serias consideraciones religiosas en su corazón y valora estas cuestiones, sincera, genuinamente y profundamente”. Prince tenía muchas caras, pero ¿quién no? Es fácil juzgar a alguien como él, de incoherencia.


Basta que una persona se declare religiosa, para ser tildado de hipócrita. Lo que pasa es cuando alguien hace arte tan honestamente como él, muestra la realidad en toda su complejidad. Esta es la diferencia, como Bono ha dicho estos días, entre la llamada “música cristiana” y los Salmos de la Biblia. En ellos se “puede contemplar todo el abanico de emociones humanas como la ira, el enfado, la tristeza, la felicidad”. Esa “brutal honestidad” es la que hace que uno vea las contradicciones en Prince. Como al cantante de U2, a mí también me gustaría que “la gente que escribe esas bonitas canciones cristianas, hable de su matrimonio frustrado o lo mal que se sienten con el gobierno”. Ya que yo también creo que “la honestidad lo pondría todo al revés”.





¿SEXUALIDAD SAGRADA?


La contradicción de Prince está muy bien reflejada –como dice Touré– en su disco “Let´s Go Crazy”, cuya cara B es “Erotic City”. Comienza con una invitación a “pretender que estamos casados”, para mostrar su deseo de sexo oral y acabar diciendo “estoy enamorado de Dios / El es el único camino”. Es como si Prince dijera “está bien el sexo caliente”, pero “déjame hablarte de Jesucristo un poco”. Y al final, lo que te da es un sermón…


Según su antiguo manager, Alan Leeds, “para él, el amor de Dios y los impulsos sexuales son uno y lo mismo, de alguna manera”. Es como si el sexo fuera parte de la espiritualidad, “algo que Dios ha puesto ahí y que nunca puede ser malo sentir su deseo, que sería como un impulso santo”. Es la antigua idea de la “sexualidad sagrada”, que la Biblia rechaza con sus ritos de fertilidad. Es cierto que el Cantar de los Cantares utiliza el sexo como analogía del amor divino, pero no lo convierte en una actividad espiritual al estilo del misticismo que compara el orgasmo con el éxtasis religioso.







 Prince se ha convertido en un icono de la cultura popular de nuestro tiempo



La confusión es todavía mayor cuando llegamos a canciones como la que da título al libro de Touré, donde Prince se pone en el lugar de Jesús y dice: “moriría por ti / soy tu mesías” (I Would Die 4 U). Suena blasfemo, pero dice “no ser humano”, sino “una paloma / conciencia / amor”, como si Dios hablara a esta mujer, que es “solo una pecadora” y se presentará como su Salvador. Lo que pasa en que en la egomanía de Prince, todo suena como si fuera él quien tuviera un “complejo de mesías”.





¿Y SI…?


El año pasado Prince sorprendió a todos con una canción de una artista cristiana, Nichole Nordeman, sobre la duda y la fe, “¿Y si…?”. En ella canta: “¿Y si hubiera más? / ¿Y si hubiera una esperanza? / ¿Y si saltas, / cierras los ojos / y brazos te recogen por sorpresa? / ¿Y si Él es más que suficiente?”. Mi deseo es que Sus brazos de amor le hayan recibido. No me corresponde a mí decir quién ha de ser salvo. “Por sus frutos los conoceréis”, dice Jesús en Mateo 7:20, pero yo no conozco a Prince más que por sus canciones. Y por sus canciones, nadie se salvará. Aunque digamos en ellas, “Señor, Señor” (vv. 22-23)…


Sé que los Testigos de Jehová están equivocados. Ya que cuando declaran que Jesús es el Hijo de Dios, no quieren decir que Él sea uno con Jehová, como la Biblia dice. Quien no declara que Cristo es el Señor, no afirma la confesión básica, que hace a uno cristiano (Romanos 10:9; 1 Juan 4:2). Lo que pasa es que como los Padres de la Iglesia y los reformadores creían, es posible tener fe dentro de una secta, o una iglesia que todavía no ha sido transformada por la Palabra de Dios. Es por eso que cuando al Dr. Lloyd-Jones le escribió un hombre que le gustaban tanto sus sermones, cuando los leía, que los repetía en su Salón del Reino, el gran predicador galés, le dijo: “¡siga haciéndolo!”.


Está claro que para Prince, la música tenía un propósito, como ha dicho Touré. Y ese era para él, hablar de la Palabra de Dios y Jesús como el Hijo de Dios, como reconoce hasta Kevin Smith –el director de la blasfema película Dogma–, cuando cuenta la semana que pasó en su casa de Paisley Park, al pedirle que hiciera un vídeo para él. Ciertamente, que se desvió de su camino, como dice su biógrafo en el obituario del New York Times. Lo que me impresiona de él, es que intentó aunar lo que los cristianos tantas veces dividimos, cuando nos mostró que no necesitamos separar lo que hacemos el sábado por la noche del culto del domingo por la mañana. Solamente por eso, ya merece mi atención, más que muchos artistas cristianos. Lo que Bono llamaría, su “brutal honestidad”.

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