INTRODUCCIÓN A LA SACRAMENTOLOGÍA


Razón última de la sacramentalidad del misterio cristiano: la afirmación de una relación Dios-ser humano en el mundo.

    La fe cristiana parte de una afirmación, en sí misma, indemostrable (mistérica): la existencia de una relación Dios-ser hmano en el mundo. Tal afirmación es como un axioma fontal que acota, de entrada, el terreno por el que discurre la existencia cristiana y, naturalmente, la teología. Acaso ¿la vida de fe y la reflexión creyente no hacen referencia constante a dicha relación ?
    Si nos fijamos en los términos concretos en los que dicha relación se nos presenta se perciben algunas singularidades que merecen comentario.

    En primer lugar, la afirmación central de la fe abriga en su seno una evidente disonancia: la compatibilidad de dos polos, de suyo, incompatibles. Lo infinito y lo finito no son dos magnitudes que puedan ponerse al mismo nivel. Su diferencia es radical e insuperable. No obstante la fe sostiene su «encuentro ». Pero es que hay más, el axioma fundante del hecho cristiano llega a señalar el lugar de ese «encuentro» entre lo humano y lo divino: el mundo; terreno éste perteneciente a la temporalidad y a la finitud en las que se halla el hombre . Por este camino la conclusión que se impone es evidente: según los principios de la fe la contingencia, universo propio de lo humano, es apta para «el contacto» y «la comunicación» Dios-ser humano y viceversa. Es entonces cuando surge la pregunta: de acuerdo a la fe ¿en virtud de qué es posible ese encuentro Dios-ser humano en el mundo?

    La respuesta cristiana es la Creación (entendida e integrada, como señaleremos más adelante, en el contexto amplio de la historia de la salvación que tiene como principio, guía y meta a Jesucristo), dado que por ella se explica la referencia constitutiva a Dios de todo lo que «no-es-Dios». En efecto, por el acto creador el conjunto de lo existente, incluido el ser humano, entra a formar parte de una relación intrínseca (previa a todo y anterior a todo) con Dios. De esta forma, es el Creador, en su beneplácito, el que facilita la posibilidad de «un encuentro real», en lo que no es Él, con el hombre. Dios no se confunde con la Creación, pero ésta le pertenece. Desde esta perspectiva, el mundo creado es antes del Creador que de sí mismo; y siendo él mismo, no deja de ser nunca del Creador. Igual ocurre con el ser humano, aunque en grado superior. La criatura humana, también por el acto creacional, ha sido cualificada peculiarmente por Dios (el tema de la «imagen y semejanza» de Gn. 1,26) para relacionarse con El. De ahí que la Creación (y en ella el ser humano) no le sea extraña ni a Dios (a Él remite porque es suya y participa de su ser) ni a la criatura (a ella pertenece y en ella vive, participando de forma peculiar del ser divino); ello justifica, pues, su función mediadora en la relación que comentamos. Resumiendo: en el mundo creado se da una presencia constitutiva de la transcendencia que no desborda jamás el marco de la inmanencia, y que articula la relación, axiomática para la fe, entre Dios y el hombre.

    Existe otra forma de presentar cuanto estamos diciendo en torno a la relación Dios-ser humano. El régimen cristiano es un régimen de mediaciones ineludibles. La relación Dios-ser humano no es directa, ni inmediata. La mediación del polo inmanente (creación-mundo-ser humano) se hace necesaria dada la diferencia ontológica de los términos implicados. Esta mediación, vehículo imprescindible de la relación, contiene un rasgo específico: es una mediación que introduce, al mismo tiempo, una cierta inmediatez. la razón radica en que la condición creatural del mundo y del ser humano, que posibilita el contacto entre lo divino y lo humano, está cualificada directamente por el Creador para esa función mediadora. Por el acto creacional, Dios mismo es el fundamento de la mediación de su relación con el hombre; de ahí que la mediación remita, como desde dentro, a su Hacedor .

    Si nos fijamos, todas estas consideraciones en torno a la relación Dios-ser humano apuntan en una misma dirección: el mundo creado y, de manera eminente la criatura humana, son algo más que ellos mismos; es decir, algo más que pura materialidad contingente  ; el mundo y el ser humano son huella de Dios; lugar de su presencia no circunscrita ; mediación real del encuentro con la divinidad; mundo y humanidad hablan de Dios; mundo y ser humano, en definitiva, son sacramentales . Esta virtualidad, este «algo más», este «singular ser» de la creaturalidad en su relación con Dios es la fuente de la sacramentalidad y del sacramento. ¿Cuál es la esencia de la sacramentalidad y del sacramento? ¿no es el acceso real a un don divino (gracia) en y a través del tejido del mundo creado? Entonces ¿no hay una correspondencia real entre la fe y lo sacramental? En efecto, eso que afirma el principio axiomático de la fe (la relación Dios-ser humano en el mundo) es lo que expresa también de forma concreta y paradigmática la sacramentalidad-sacramento .

    Como se ve, y este dato no es inocuo, las raíces de la sacramentalidad coinciden con las propias raíces del misterio de la fe; lo que quiere decir, entre otras cosas, que las condiciones de posibilidad de la fe son sacramentales; condiciones de posibilidad «humanas» que alcanzan realmente a Dios . En resumen, aseverar que todo el hecho cristiano está marcado por una estructura  sacramental es más que razonable. Y tal es nuestra postura . Una estructura que tiene el perfil de la "identidad en la diferencia". En la relación que indica la fe, entre Dios y la criatura hay un momento de "coincidencia" (de identidad) sin que esa coincidencia suponga la desaparición de la distancia o diferencia entre ambos. Justamente esa coincidencia en la diferencia de los polos de la relación justifica el hecho de la sacramentalidad. Para llegar a captar en su plenitud las ideas que hemos descubierto, hay que matizar, todavía, algunas cosas.

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