«Practicar 'botellón' cada fin de semana no sale gratis al cerebro de un joven»
En un momento especialmente crítico para la investigación en España por la limitación de recursos y financiación, la riojana María Ángeles Correas (Logroño, 1986) acaba de concluir la primera parte de un ambicioso estudio sobre los efectos del consumo intensivo de alcohol - 'binge drinking' en inglés, 'botellón' en castellano- en los patrones de actividad magnética cerebral en jóvenes. La revista 'International Journal of Neural Systems' se ha hecho eco de un trabajo gestado desde el Centro de Tecnología Biomédica de la Universidad Politécnica de Madrid, donde el equipo de Correas escarba en los efectos neurológicos de una de las prácticas más habituales de tantos jóvenes en plazas y parques cualquier fin de semana.
- ¿Cuál es el punto de partida de la investigación?
- El estudio forma parte de un proyecto longitudinal financiado por el Plan Nacional de Drogas. Para ello se recopiló una muestra de 100 jóvenes de 18 años, todos ellos universitarios, de los que 50 eran no bebedores y 50 cumplían un patrón de consumo intensivo. Nuestro laboratorio es el único del país que cuenta con una Magnetoencefalografía (MEG) en uso, que es una técnica de neuroimagen que registra la actividad magnética cerebral, de forma que se realizó un registro MEG a cada sujeto durante un estado de reposo con ojos cerrados y posteriormente se analizaron los datos midiendo la conectividad funcional entre distintas partes del cerebro.
- Y el resultado es...
- El grupo de 'bebedores' tiene un decremento en conectividad en una de las frecuencias cerebrales (alpha) y afecta a las áreas más involucradas en la toma de decisiones. Además, la disminución de esa frecuencia se correlaciona de manera lineal con la cantidad de alcohol que suelen ingerir. Paralelamente, también hemos constatado que se produce un incremento de la actividad del resto de las bandas por un efecto de compensación.
- ¿Puede considerarse patológica esa diferencia tan marcada entre ambos perfiles?
- El hecho es que presentan una actividad cerebral distinta debido al consumo intensivo de alcohol, y eso ya debe considerarse anormal respecto a un grupo de control sano. Lo que sucede es que no tienen síntomas porque son chicos todavía jóvenes, lo cual no quita que las diferencias que vemos lleve a ponerles en riesgo ante posibles adicciones posteriores. Sabemos que el cerebro termina de madurar en torno a los 23 años y las últimas áreas en hacerlo son las más frontales. El alcohol es ahí donde más les está dañando y, por lo tanto, beber de esta manera durante la adolescencia supone hacerlo en un periodo muy crítico.
- ¿Qué otra sintomatología presentan?
- Igual que cuando nos hacemos una herida el metabolismo coagula la sangre, el cerebro de los que practican 'botellón' tiende a compensar los efectos negativos. Es algo frecuente, pero estamos haciendo un seguimiento para darle una interpretación certera. Por otro lado, también hemos observado que los consumidores tienen ciertos rasgos neuropsicológicos en las tareas de rendimiento; son algo más compulsivos. Nuestro objetivo ahora es comprobar si se debe al alcohol o es una afectación previa y definir si hay una variable endogenética. Algún tipo predisposición que, de concretarse, sería vital para actuar preventivamente sobre esas personas que ofrezcan una mayor vulnerabilidad en este terreno.
- ¿Cómo influyen el resto de los factores?
- La literatura científica previa y en la que también se sustenta nuestra tarea ya constata que el alcohol afecta más cuanto antes se empieza a consumir. También que los destilados son más agresivos para el cerebro o que el consumo distribuido es mucho menos perjudicial que ese mismo consumo intermitente y de forma masiva. Todo ello hace a los jóvenes una población de riesgo en este sentido sin olvidar que, por otro lado, existen asimismo infinidad de variables positivas en el proceso de maduración neuronal como el ejercicio físico, una buena dieta, la estimulación cognitiva.
- ¿Es el cerebro capaz de regenerar esas deficiencias?
- Cuanto más joven es el cerebro, más plástico resulta a la hora de regenerarse. Pero también mucho más vulnerable a pesar de ser asintomático. El aspecto que usted plantea está aún en fase de análisis. El problema es que nunca podrá conocerse cómo hubiera sido el desarrollo de esa persona si no hubiera bebido.
- ¿Hay conciencia de todas esas circunstancias entre los jóvenes que se juntan cada fin de semana para emborracharse en un parque?
- Mi impresión es que no. Entiendo lo habitual de esa práctica como un mecanismo de socialización, pero no son conscientes ni de que no es inocuo ni de que comporta unos riesgos. Sobre todo cuando se convierte en un patrón instaurado y un joven puede pasarse de los 16 a los 30 años provocándose esas pequeñas y continuadas intoxicaciones etílicas. Es más peligroso de lo que pueda aparentar porque practicar 'botellón' cada fin de semana no sale gratis al cerebro de un joven.
- ¿Deberían ser las administraciones más estrictas?
- El interés del Plan Nacional de Drogas con este estudio es, precisamente, evidenciar científicamente los efectos de un consumo masivo a una edad temprana. Así como en el resto de drogas hay un mayor miedo y están estigmatizadas, en el caso del alcohol hay una cierta mayor permisividad y no se tiene en cuenta que es un neurotóxico.
- ¿Incluye el vino en ese contexto?
- En absoluto. Decenas de estudios avalan que el consumo moderado y distribuido de vino es saludable. Además, tradicionalmente ha estado vinculado a la gastronomía y ha sido sólo en las últimas décadas cuando se ha generado este patrón de ingesta masiva entre los jóvenes.
- ¿Son estudios como éste una excepción a la situación de la investigación en España?
- Los presupuestos se han recortado drásticamente. Las becas predoctorales han menguado muchísimo, así que muchos deben combinarlo con otros trabajos frenando así la consolidación de la profesión de investigador. Las postdoctorales se ha reducido aún más, obligando a muchos a marcharse fuera. Si a eso se une que las bajas no se están cubriendo en las universidad públicas, el resultado es que los mejores acaban en el extranjero o centros privados.
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