Reza el dicho popular que: “matrimonio y mortaja, del cielo bajan”, y quizá resulte cierto, que es común en nuestra sociedad que asumamos más fácilmente el compromiso del matrimonio, que cualquier otro; pues, generalmente vivimos en el ideal de hacerlo totalmente enamorados, quizá aún sin haber conocido muy a profundidad a nuestra pareja, y basados únicamente en los sentimientos que en ese momento nos generan. Probablemente los factores que nos hayan llevado a tomar esa decisión sean otros, menos utópicos; como la edad, la conveniencia, compromisos independientes a ello, (laborales o culturales), un embarazo, etcétera.
Lo cierto es que motivos para casarse hay muchos, pero independientemente de éstos, rara vez alguien se casa pensando en el divorcio, o en un final trágico; esta decisión lleva consigo proyectos de vida, objetivos, metas e ilusiones presentes y futuras; más el agregado cultural y la educación familiar con la que cada uno de nosotros fue inculcado, dependiendo del entorno, y la historia donde esa familia se haya forjado. Es por eso que el matrimonio no resulta tan fácil como románticamente nos hacen creer, pues requiere de un trabajo constante y mutuo para conservarse sano, y sobre todo, la madurez personal a la que todo individuo anhela llegar.
Ahora bien, una vez asumiendo el matrimonio como tal, con todas las implicaciones antes citadas, resulta que, en ocasiones, aunque pongamos todo nuestro esfuerzo en funcionar y en establecer una familia con esa persona que una vez elegimos para hacerlo, las cosas de plano no funcionan, ahora entonces, surge lo que nos interesa en este escrito: ¿Qué sigue para mí?, ¿Se puede cancelar un proyecto conjunto para seguir otro individual y comenzar de nuevo? ¿Hay vida después?
La ruptura y el duelo.
Sucede que tu matrimonio no funcionó y ya intentaste, o intentaron tu pareja y tú todo lo posible para arreglarlo, pero nada funcionó, y lo que sigue a esto sólo puede ser el divorcio; además de las implicaciones legales y económicas a arreglar, existen otras más importantes: las emocionales. La ruptura es dolorosa, pero no es el fin del mundo, y claro que hay vida más allá de ello. Para esto, es de vital importancia elaborar un duelo, no sólo de la pérdida de la pareja, sino también del matrimonio en sí. Los teóricos denominan al duelo como la reacción que tiene el ser humano ante la pérdida de un objeto, persona o situación amados para él; se llama duelo porque hace referencia un proceso que conlleva: dolor. La elaboración de un duelo, por otro lado, es el proceso que se lleva a cabo para superar dicha pérdida y, que a través de éste, entendamos y nos apoyemos en las fases del duelo para con ello superarlas de buena manera en un tiempo aceptable, y, lo más importante, sanar y superar la pérdida. Las etapas del duelo son cinco: negación, ira, negociación, depresión y por último, la aceptación. (Kübler – Ross 1969)
Superando por partes.
Cuando perdemos a alguien y a una situación en la que hemos empleado gran parte de nuestra energía y afectos, cuesta aceptar ese hecho, que ya se ha perdido esa relación, e independientemente de las causas particulares de cada caso, es siempre al inicio de las rupturas que nos cuesta trabajo aceptar la nueva realidad a la que nos vamos a enfrentar de ahora en adelante.
Una vez asumida la situación, generalmente nos enfrentamos al enojo, ya aceptamos que el matrimonio terminó, pero surgen las culpas, los resentimientos, los reclamos, y éstos, no sólo dirigidos al cónyuge sino a la propia persona. Sucede que analizamos las causas, pero aún con muchas cargas emocionales depositadas en dicho análisis, quizá por ello, gran parte de lo que sentimos en este momento, es doloroso y no es objetivo, por tanto, es necesario no prolongar esta etapa para lograr llegar a la siguiente.
La negociación se presenta cuando nace la esperanza y se intentar revertir la situación de enojo, consigo mismo y con la otra persona. Usualmente, en esta etapa se da un segundo esfuerzo, una promesa de cambio o quizá hasta un intento de reconciliación, aunque no siempre es viable, lo cual nos confirma la situación, para después atravesar una fase de tristeza y depresión.
Quien ha pasado por las etapas anteriores, en las que pudo expresar sus sentimientos, la ira, la bronca y la depresión, contemplará el próximo devenir con más tranquilidad. Esto no quiere decir que la aceptación sea una etapa feliz como tal: en un principio está casi desprovista de sentimientos. Comienza a sentirse una cierta paz, se puede estar bien solo o acompañado, nuestra vida va dejando de estar en función de nuestra relación anterior, damos vuelta a la página, y podemos avanzar en nuestra propia vida, nuestras metas individuales, reorganizarnos económicamente y, quizá, si es que así lo decidimos, darnos una nueva oportunidad, y abrirnos nuevamente al amor.
Por: Lic. Psic. Vianey Torres
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