Prolífico autor del s. IV conocido particularmente por su Historia eclesiástica, que le ha valido el título de «padre de la historia de la iglesia». Nació en Cesarea, donde fue discípulo de →Pánfilo de Cesarea. Su admiración hacia ese maestro fue tal que años más tarde E. se daría a sí mismo el nombre de «Eusebio de Pánfilo», es decir, el hijo o discípulo de Pánfilo.
La persecución obligó a E. a huir de su ciudad natal, primero a Tiro y después al desierto en Egipto. Pero aun allí fue encarcelado. Al terminar la persecución, en el 313, regresó a Cesarea, donde fue elegido obispo, al parecer inmediatamente.
Utilizando la biblioteca que →Orígenes había dejado en Cesarea, y que Pánfilo había aumentado, E. escribió varias obras históricas y teológicas. Además de su famosísima Historia eclesiástica, compuso una Crónica de la historia universal cuyo propósito era reafirmar el viejo argumento de algunos apologistas, según el cual la tradición judeo-cristiana era más antigua que cualquier religión y que la filosofía griega. Este propósito apologético se encuentra también en su Praeparatio evangelica y en Demonstratio evangelica, la primera de estas dos obras dedicada principalmente a la crítica del paganismo, y la segunda a la refutación de los argumentos de los judíos contra el cristianismo. Escribió también varios comentarios bíblicos, obras teológicas con las que intervino en la controversia arriana (→Arrio), epístolas, etc.
Según E. lee y presenta la historia de la iglesia, el propósito de Dios en esa historia siempre incluyó un papel positivo para el Imperio Romano. Antes de E., →Justino y varios otros apologistas, como →Clemente de Alejandría y →Orígenes, habían afirmado que, del mismo modo en que Dios les Dios la ley a los judíos para llevarles a Cristo, les dio la filosofía a los gentiles para llevarles al mismo Señor. E. pertenecía a esa tradición teológica que afirmaba el lugar positivo de la filosofía, sobre todo la platónica, en la teología cristiana. Pero además, ahora que en la persona y obra de Constantino el Imperio se había hecho cristiano, E. afirmaba que el plan de Dios incluía también ese nuevo orden, de modo que el Imperio también había sido creado por Dios para llevar a la humanidad hacia sus propósitos.
Es desde esta perspectiva que E. lee toda la historia anterior de la iglesia. Y es también esa perspectiva la que les ha legado a los historiadores que le siguieron. Así, por ejemplo, para E. toda la historia de las persecuciones se debió, o bien a emperadores locos como Nerón, o bien a malos consejos por parte de cortesanos ambiciosos, o bien a un malentendido por parte del Imperio. De no haber sido por tales circunstancias, no debió haber habido oposición alguna entre la iglesia y el gobierno civil, como lo muestra ahora el nuevo orden iniciado por Constantino. (En fechas más recientes, los historiadores de la iglesia han comenzado a cuestionar esa lectura de las persecuciones, y a preguntarse si no había en las doctrinas y prácticas del cristianismo antiguo elementos subversivos que E. subestimó.)
La postura de E. ante las autoridades imperiales encontró su máxima expresión en su Vida de Constantino y en su Elogio de Constantino (que en realidad es una compilación de un discurso pronunciado en celebración del trigésimo aniversario del gobierno de Constantino, y otro tratado en ocasión de la dedicación de la iglesia del Santo Sepulcro). En estas obras, E. se desentiende de todos los elementos negativos del gobierno de Constantino (por ejemplo, el haber ordenado la muerte de su propio hijo), y subraya las bondades del Emperador. Aunque esto ha hecho que se tilde a E. de adulador dispuesto a ocultar la verdad por razones de conveniencia, no hay que olvidar que E. había sufrido a causa de su fe, y que por tanto para él la paz que Constantino le había traído a la iglesia era un milagro inesperado. Por tanto, quizá sea más exacto decir que lo que hay en E., más que adulación, es una gratitud desmedida.
E. también participó en las controversias de su tiempo, y sobre todo en la controversia arriana (→Arrio). Al parecer, E. nunca llegó a convencerse del peligro del arrianismo, y siempre le temió más bien al sabelianismo (→Sabelio). En los inicios de la controversia, pareció preocuparse sobre todo por el peligro de que las acciones de →Alejandro de Alejandría contra Arrio perturbaran la paz de la iglesia, y por tanto escribió cartas en defensa de Arrio. Un sínodo en Cesarea, bajo su dirección, declaró que Arrio era ortodoxo. En respuesta, poco antes del Concilio de →Nicea, otro sínodo, ahora en Antioquía, condenó tanto a Arrio como al propio E.
Cuando el Concilio se reunió en Nicea, E. formaba parte del grupo mayoritario de obispos, quienes al parecer se preocupaban más por el sabelianismo que por el arrianismo. Para ellos, el principal peligro no era una distinción excesiva entre el Padre y el Hijo, sino la pérdida de tal distinción. E. hubiera preferido que el Concilio sencillamente reafirmara la divinidad del Hijo utilizando frases bíblicas y sin entrar en mayores detalles. Pero la postura de los arrianos, insistiendo en que el Hijo no era divino en el mismo sentido en que el Padre lo era, hizo que el Concilio buscase otros modos de rechazar el arrianismo. Cuando el Emperador sugirió el término homousios (consubstancial) para expresar la relación entre las dos personas divinas, E. y casi todos los demás accedieron. Lo que es más, el credo que Nicea adoptó, y que E. y casi todos los presentes firmaron, parece ser una adaptación del credo utilizado tradicionalmente en Cesarea, con los cambios necesarios para rechazar el arrianismo, y sobre todo para incluir el término homousios.
Sin embargo, una vez que el Concilio se disolvió E. comenzó a dudar de lo que allí se había hecho. Su propia carta a los fieles de Cesarea muestra ya sus vacilaciones, y lo difícil que se le hacía explicar lo hecho. Poco después comenzó a criticar abiertamente las decisiones de Nicea, y apoyó las gestiones de →Eusebio de Nicomedia para deshacer lo hecho. En el 330, participó activamente en el sínodo en Antioquía que depuso a →Eustacio de Antioquía. Cinco años más tarde, participó también en otro sínodo en Tiro que declaró hereje a →Atanasio. Escribió igualmente contra →Marcelo de Anquira, cuya deposición los arrianos lograron poco después. Todas éstas fueron medidas tomadas por los arrianos contra los líderes del partido niceno, y por tanto cabe decir que E., sin llegar a ser arriano, ciertamente fue antiniceno. Tal fue su postura hasta su muerte, acaecida poco después de la muerte de Constantino, cuando las pugnas entre los tres hijos del gran emperador le darían nueva vida al arrianismo.
GONZÁLEZ, JUSTO L. ; CARDOZA-ORLANDI, CARLOS F.: Diccionario ilustrado de intérpretes de la fe.
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