Viktor E. Frankl, el padre de la Logoterapia, se opuso a la visión freudiana de la psicología humana. La explicación mecanicista, puramente naturalista no daba razón suficiente de la forma de pensar, sentir y actuar de las personas.
De forma esquemática, para Freud la personalidad del hombre se dividía en el ello, el yo y el superyó. El superyó era lo que llamamos conciencia, el principio moral. El yo era la parte de la personalidad que se relaciona con el mundo exterior, la que está consciente, piensa y toma decisiones. El ello era la parte de los instintos y el placer.
El ello busca siempre satisfacer sus necesidades y deseos por lo que posee un gran empuje, gran volumen de energía, que Freud identificó sobre todo como sexual. Así, cuando el ello dejaba sentir su influencia el superyó lo controlaba (este último moldeado por influencias paternas y sociales) y como consecuencia el yo reprimía al ello. Esto, según Freud, resultaba en ansiedad, lo cual identificó como el problema más importante que tenía el ser humano.
Para Frankl la realidad psíquica humana era muy distinta. Consideraba que en el hombre había una realidad espiritual y esto lo llevaba a una existencia marcada por el “sentido de responsabilidad”. De hecho éste era el rasgo más sobresaliente, más esencial de todo ser humano, era alguien responsable de sus actos y por ello debía responder a las diferentes situaciones que la vida le ponía por delante. No se trataba de considerar a las personas como seres “impulsados”, esto es movidos por impulsos, sino como seres responsables. [i]
Ahora bien, esta espiritualidad no quedaba en el ámbito de lo consciente. Se trataba de una espiritualidad inconsciente, lugar o esfera en donde también se localizaba la impulsividad humana, realidad que en absoluto negaba. Por eso, a la hora de hablar del inconsciente era necesario tener muy presente que en él se situaba tanto la impulsividad como la espiritualidad.
La consciencia y la inconsciencia no eran dos compartimentos estancos, sino todo lo contrario. Lo natural era que lo inconsciente pasara al consciente continuamente y la persona debía tomar decisiones con su yo. De esta forma en el inconsciente humano había dos realidades que se equilibraban y así, junto a la impulsividad natural, existía una religiosidad de tipo espiritual y ambas llegaban al hombre y a la mujer pensante.
A la par, si bien es cierto que había un continuo fluir de lo inconsciente a lo consciente, la frontera entre los dos tipos de instintos era del todo nítida, no existía confusión posible en la persona entre el instinto natural y el espiritual. Esto hacía que el ser humano pudiera ser visto en toda su integridad, como alguien responsable.
Es este inconsciente espiritual lo que el padre de la Logoterapia llamará conciencia. Por tanto la conciencia era irreflexiva e irracional, y con esto quería significar que la conciencia actuaba de forma autónoma a nuestra voluntad, era esencialmente intuitiva y era así que se mostraba a nuestro consciente. Era entonces cuando aparecía la labor de racionalizar, de reflexionar, pero esto era claramente una etapa posterior.
Este instinto ético es distinto al instinto vital o animal en el ser humano. En el mundo animal, en donde no existe la racionalidad ni este “instinto ético”, el animal se mueve sobre la base de impulsos que obedece sin más. Su comportamiento es rígido y estable. A un tigre nadie le diría que se está comportando como un animal o de manera irracional.
La conciencia o instinto ético obedece a un sistema de valores existentes en toda persona y que, al ser universal, debe adecuarse a una Ley moral también universal. Esta conciencia, por tanto, no se crea sino que está, forma parte de lo que es ser persona de la misma manera que lo es su racionalidad o sus instintos vitales. De hecho es esta triple realidad lo que conforma al ser humano, y el hecho de percatarse de ser alguien responsable es lo que lo distingue de cualquier otra criatura.
Este instinto ético aparece en la concreción de cada situación, da una respuesta específica a una situación concreta que pasa a ser considerada por la persona.
Para ilustrar esto Frankl pone algunos ejemplos, entre los cuales se encuentra el del amor. Si nos dejamos llevar por un impulso vital sin ninguna relación con un acto racional no se trataría realmente de amor. El amor es muy importante, es más, tiene una relación esencial con la decisión. Debemos decidir si queremos tener a esa persona como compañera, calibrar su individualidad, sus cualidades, y esto sólo es posible por la realidad de una conciencia que aflora y que debe ser pensada. Ahora bien, el amor nace de nuestra inconsciencia, no es algo que se piensa, se evalúa y nace. El amor está escrito en nosotros, está en nosotros, y ante cierta persona aparece con toda su fuerza y es entonces cuando necesita ser reflexionado.
Maria von Ebner-Eschenbach resumió todo esto con una tremenda frase: “Sé dueño de tu voluntad y siervo de tu conciencia.”[ii]
Pero esta servidumbre sólo es posible si consideramos la conciencia como algo que nos trasciende, que no es producto de una evolución ciega y del azar. Si la conciencia ética es otro accidente evolutivo, la misma podría haber sido otra y no hay razón alguna para seguirla.[iii]. Pero, es más, si la conciencia no va más allá de mí mismo lo que existe es un monólogo, mi reflexión de lo que es o no moralmente correcto es una ilusión creada por mí. Sin embargo, si el instinto ético es algo que está en mí pero que no proviene de mí es que se produce un auténtico diálogo. Un diálogo real con una voz que no es nuestra, es “extrahumana”, pero nos llega, nos hace sentir su presencia y nos obliga a responder.[iv]Esta conciencia, además, nos remite a algún momento en el cual fuimos así constituidos. Si es una realidad cuyo origen no es nuestro y llama a nuestra racionalidad es que el ser humano tuvo que ser formado con ella. Este hecho nos hablaría de que su procedencia es de Algo o Alguien de tipo personal.
“La conciencia sólo se nos hace comprensible a partir de una región extrahumana, y sólo, por lo tanto, propia y plenamente cuando comprendemos al hombre en su condición de ‘criatura’, de tal modo que podamos decir: Como señor de mi voluntad soy creador, como siervo de mi conciencia soy criatura.”[v]
Esta conciencia es el elemento inmanente de un todo que es necesariamente mayor en cualquier sentido a la propia persona. Es una huella, una marca que nos remite a la Trascendencia.
Es por ello que el hombre religioso es aquél que se ha percatado de esa voz interna, de ese diálogo real y que lo remite fuera de sí mismo. El irreligioso es el que transgrede esta ley moral interna y vive como si fuera de él no existiera nada más. El primero es alguien que vive desde la responsabilidad, el segundo desde la indiferencia, él es el principio y fin de todo. Es éste el camino del ser humano en busca de sentido, aquí radica su estar y su ser en el mundo.
Este algo Trascendente, esa Voz interna, ese Alguien que debe ser de tipo personal es lo que conocemos como Dios. Este Dios ha creado libre al ser humano, libre aún para negar su existencia. Es libre para violar los valores morales escritos en su interior, para manipularlos y aún para anularlos. Por ello, el ser humano es responsable y lo es porque es libre, y es libre para decidir porque hay una Voz que va más allá de él.
Lo relevante no es el desear o el querer, sino el deber. El deber hacia uno mismo y hacia las otras personas que es en última instancia un deber hacia un Dios moralmente bueno. Por ello, la conciencia no entra en el ámbito de los psicológico o lo físico, sino en lo espiritual. Por supuesto influye tanto en lo uno como en lo otro pero es esencialmente distinto y los tres elementos son los que constituyen a un ser humano al completo.[vi]
Lejos de lo que proponía Freud en relación a que Dios era la imagen o proyección del padre que tenía cada persona, la realidad irrumpe en sentido contrario y así el padre sería la imagen de Dios.[vii] La relación así del padre o de la madre con su hijo nos llevaría a la relación como Padre y Madre de Dios para con sus criaturas. Existe esa relación y las nuestras son la extensión de aquella.
Es por ello que todo hombre es un ser potencialmente religioso, lo que ocurre es que esta religiosidad se mueve en el plano inconsciente. Si la persona despierta a la realidad de esa Voz interna es que se vuelve alguien religioso, aparece el diálogo con Dios y a esto lo llamamos fe. Ignorar esta conciencia ética es lo mismo que ignorar la presencia de Dios en nosotros, no entrar en una relación con Él.
Aquí radica el sentido de la vida de toda persona y es lo que debe ser encontrado.[viii] La guía para hallar dicho sentido es precisamente la conciencia, la presencia de Dios en el hombre lo que hace que sea un “órgano del sentido”. Pero el gran problema de nuestra sociedad es que “Vivimos en una época caracterizada por un sentimiento de falta de sentido”.[ix] En otras palabras, de falta de conciencia, de moral, de empatía, lo que nos hace conectar con la primera parte de nuestro artículo ya que fue precisamente ésta la conclusión a la que llegó Bret Easton Ellis y como resultado escribió su novela American Psycho.
A menos que el ser humano se sienta responsable de sus acciones, a menos que se produzca en él un diálogo moral interno y que ello lo lleve a encontrar el sentido de su vida, nuestra sociedad seguirá sufriendo gracias a personas que sólo van a lo suyo. Debemos vivir en base a unos principios morales inamovibles, debemos tomar decisiones a la luz de una servidumbre a nuestra conciencia, a la Voz de Dios. De lo contrario la mentira, el asesinato, la injusticia social, el hambre y no sé cuántas cosas más seguirán trayendo desgracia a esta tierra. Es a esto a lo que la Biblia llama pecado, un pecado que está en todo hombre ya que o bien vive en la irreligiosidad y rompe continuamente la ley moral, o bien ha despertado a ella percatándose de que en tantas otras ocasiones ha vivido de espaldas a la misma.[x] Pero es más, si Dios no le hubiera otorgado esta Voz, el resultado hubiera sido una tierra de depredadores, de psicópatas en el sentido absoluto de la palabra.
La conciencia es la evidencia de un Dios que quiere hablarnos y cuyas palabras resuenan en el interior de cada uno de nosotros. La conciencia así es la voluntad manifiesta de un Dios bueno, es su visión, sus conclusiones de lo que debe regir las acciones de los hombres. No son instrucciones a seguir, sino que deben ser consideradas como leyes que hay que acatar y que no son el resultado de un Dios caprichoso al cual hay que complacer, sino que se trata de indicaciones precisas de cómo el ser humano puede vivir en paz, con un sentido, y todo ello es para su propio bien.
Esta irreligiosidad es también la responsable de una enorme cantidad de problemas físicos, mentales, emocionales, o como decía Frankl, de no pocos casos de neurosis. El que recibe el desprecio continuado deberá sobrellevar una carga enorme sobre sus espaldas, pero también sufrirá todo tipo de dolencias físicas y mentales aquél que está lleno de ira, de falta de perdón, de vacío existencial.
Jesús fue la encarnación de la conciencia de Dios. Fue el Hombre que vivió de acuerdo con la ley moral universal, que siempre tuvo un diálogo con su instinto ético, siempre conversó con su Padre. Esta Voz, como el mismo Jesús afirmó, le indica al hombre y a la mujer que existe un más allá, un lugar en donde el bien reina, donde la conciencia divina es la norma para todos y por todos es seguida. Sólo Dios es bueno dirá el Galileo.
Fue Jesús quien enseñó a la humanidad lo que significaba ser compasivo, bondadoso, pero sobre la base de la responsabilidad individual. Fue él quien habló del nuevo nacimiento, de un tipo de persona que escuchara y que viviera a la luz de una conciencia restaurada y ampliada por sus palabras. Esta era la verdadera vida, la auténtica libertad. Esta fue la propuesta de Jesús para el ser humano y su vigencia es de primer orden, no existe otra solución y jamás el cristianismo debería olvidar la importancia de la misma. Esto es, esencialmente, lo que la Biblia quiere decir cuando habla de pecado.
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i Recordemos que Viktor Frankl no fue ningún teórico. En 1942 fue llevado a un campo de concentración nazi junto a su esposa y familia. Hasta su liberación en 1945 pasó por varios de estos campos. Tanto su esposa embarazada como sus padres y su hermano perecerían. Sin duda sabía muy bien de lo que hablaba.
ii Citado en Frankl, Viktor. 1977. La presencia ignorada de Dios. Herder Editorial, Barcelona, p. 56
iii Error parecido fue el de Jung al colocar la religiosidad humana en el “ello”. Esto significaba que la religiosidad era un impulso más que había pasado al ser humano como resultado de arquetipos religiosos o el inconsciente colectivo.
iv Hablando del lúcido C.S. Lewis, en el libro La cuestión de Dios, el autor Armand M. Nicholi dice: La ley Moral universal, según Lewis, se encuentra expresada no sólo en el Antiguo y Nuevo Testamentos, sino también en nuestra conciencia. Esta ley, piensa, es uno de los muchos postes indicadores que señalan hacia el Creador. Lewis dice que tenemos dos fuentes experimentales para llegar a la existencia de este Creador: “una de ellas es el universo que ha creado… el otro indicio de evidencia es esa ley moral, que Él ha puesto en nuestras mentes”. La ley moral es mejor prueba porque “es información confidencial. Se descubre más acerca de Dios a través de la ley moral que a través del universo en general, del mismo modo que se descubre más acerca de un hombre escuchando su conversación que mirando la casa que ha construido” (2004. Rialp, Madrid, pp. 89, 90).
v Op. cit. Frankl, p. 58.
vi Por ello es que el aspecto espiritual no es biológico, no viene de forma innata, es otorgado por Dios.
vii Nicholi en el anteriormente libro citado La cuestión de Dios apunta a este respecto: En la visión freudiana del mundo, Dios es, sin más, una proyección de la autoridad paterna… Asociamos a los padres con nuestra creación y con enseñarnos lo que está bien y mal. Freud afirma que “el mismo padre (la instancia parental) que dio al niño la vida y lo preservó de sus peligros le enseñó también lo que tenía permitido hacer y lo que debía omitir… Mediante un sistema de premios de amor y de castigos, se educa al niño en el conocimiento de sus deberes sociales”.
Freud afirma que, a medida que los niños se van haciendo adultos, su sentido del bien y del mal procede simplemente de lo que les han enseñado sus padres, que “las prohibiciones y demandas de los padres perviven en su pecho como conciencia moral”. Acaban introduciendo todo este sistema de premios y castigos “inmodificados en su religión”.
Lewis está de acuerdo en que, en parte, aprendemos la ley moral de nuestros padres y profesores, y que esto ayuda a desarrollar nuestra conciencia. Pero esto no quiere decir que la ley moral sea simplemente “una invención humana”.
(…)
Argumenta Lewis que éste es un punto sobre el que hay pruebas empíricas. Dice que la ley moral es básicamente la misma en todas las culturas. Aunque hay alguna diferencia de una cultura a otra, las diferencias, dice, “no son realmente muy grandes… y puede reconocerse la misma ley presente en todas”. Lewis insiste en que desde el momento en que tenemos datos históricos, la gente ha sido consciente de que había una ley que tenía que obedecer” (pp. 90-92).
viii En claro contraste con Freud, lo que Frankl propone en su análisis existencial o Logoterapia es hacer que la persona se dé cuenta de esta dimensión propia ya que llevada solamente por sus instintos vitales es que puede caer, y cae a menudo, en la neurosis. Esta neurosis, por tanto, es una espiritualidad reprimida. Si lo primero sucede pasa a ser alguien que posee un sentido para su vida, alguien que vive plenamente su libertad ya que se ha convertido en una persona responsable, que controla sus decisiones, que evalúa y piensa su vivir.
ix Op. cit. Frankl, p.104.
x Hayford la define como “el conocimiento interno que una persona tiene de conformarse a la voluntad de Dios o de alejarse de ella, el cual resulta en un sentido de aprobación o en uno de condenación (1985, p. 575)”. Citado en Lasley, William F. 2003. Exposición de Gálatas y Romanos. Global University, Missouri, USA, p. 164.
La Biblia dirá en Romanos 2:15 que se trata de una “ley escrita en el corazón humano” y que la misma puede ser “mala” o “culpable” (Hebreos 10:22), que es posible corromperla y hacerla insensible (Tito 1:15; 1 Timoteo 4:1-2) lo que es una forma de decir que al ser violentada una y otra vez pierde toda sensibilidad, la Voz de Dios acaba apagándose.
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