Teología de la Esperanza. Entrevista a la teóloga Bárbara Andrade






En la esperanza hay una dimensión materialista, histórica,
pero también una concepción idealista, utópica, escatológica, ¿es así?

Barbara Andrade: La dimensión materialista de la esperanza es una proyección, como lo fue en el marxismo y lo es en muchos socialismos, sobre todo los socialismos trasnochados de nuestra época, que son producto de corrientes históricas. Muchas veces, sin embargo, vuelven a presupuestos anteriores que ya se han mostrado como no procedentes; allí más que elementos utópicos son ideológicos.

La esperanza utópica tiene muchos antecedentes históricos, como la versión de Santo Tomás Moro, o la de Joaquín de Fiore en el siglo XIII, o el Milenarismo... que eran utopías; sin embargo, en lo concreto, también las utopías son proyecciones a partir de determinados presupuestos que se aceptan sin cuestionamientos (como el nazismo, por ejemplo, que fue una utopía milenarista, manifestada sobre todo en su eslogan de “el reino de mil años”)...

Ahora bien, las utopías tienen el mismo valor que las esperanzas materialistas. Si hubiera sido cierta la posición de Marx sobre el papel del proletariado, quizás hubiera funcionado el marxismo, pero como la premisa era cuestionable, se cayó. Lo mismo le pasó al reino milenario de los nazistas: la premisa era una saga utópica del norte de Europa, sobre la pureza de las razas, pero como ésta no tiene inserción en la realidad, entonces se tenía que caer por sus propios abusos; se llevó a sí misma al absurdo.

Contra este tipo de utopías destaca la dimensión escatológica. Y allí está el nexo con la pregunta anterior: la escatológía es comprensible en el campo de la fe. Tiene rasgos utópicos también, en cuanto que se basa en experiencias vividas, experiencias de encuentro, místicas, de acompañamiento en la fe y de experiencia en la comunidad, pero es sobre todo experiencia de perdón, perdón incondicional que es el punto de toque de lo que llamamos la gracia de Dios, o experiencia de Dios.

Aquí se me hace muy importante una observación que procede de Martín Lutero. Él dijo que del verdadero pecado nadie sabe nada; o que el verdadero pecado es desconocido para todos. De esto hay muchas pruebas en el Antiguo Testamento, pues sólo en la experiencia del perdón de Yahvé es como Israel cae en la cuenta de su pecado de idolatría. Lo mismo se da en el Nuevo Testamento: el encuentro con Jesús invariablemente es perdón. Pensemos, por ejemplo, en el encuentro con el paralítico (Mc 2): lo primero que hace Jesús no es curarlo, esto hubiera sido el acto de un taumaturgo (que también se ha discutido en estos contextos), sino que lo primero que hace es perdonarlo. Es el perdón lo que cura. Y a causa del perdón se levanta, toma su camilla y se va... Y es en el perdón en donde nos damos cuenta de nuestra realidad, que en ocasiones es una contradicción con lo que nosotros pensamos de nosotros mismos y de otros.

A mí me llama mucho la atención la Antropología Bíblica de Xabier Pikaza, donde el punto central es que el creyente no juzga sino que entiende y perdona. ¡Imagínense que nosotros pusiéramos esto en práctica! ¿Qué pasaría con la prohibición que se les hace a los divorciados vueltos a casar de participar de la Eucaristía? ¿Y qué pasaría con el perdón condicionado, aquél que realizamos en situaciones en las que te tengo que perdonar pero a costa de una comprobación de que eres digno de mi misericordia?

Hay grandes problemas que se nos atraviezan e impiden que entendamos bien la esperanza escatológica con matices de utopía: ¿es que somos nosotros los que podemos determinar quién o qué es ser digno del cielo? Al parecer nuestro cielo tiene sillas de peluche reservadas para personas importantes; personas que merecen... ¿cómo quedaría nuestra fe y nuestra esperanza escatológica si fuera así? ¡Qué maravilloso sería que tan sólo confiáramos en que el perdón de Dios es incondicional!

Aquí quiero introducir una importante afirmación del jesuita alemán Peter Knauer: que “Dios no puede abarcarse con ninguno de nuestros conceptos: ni con el de la justicia, ni con el de la misericordia, ni con el del amor, ni con el del perdón, ni cualquier otro... porque todos esos son conceptos nuestros y Dios es sólo diferente; Él es misterio”.

Es lo mismo que sostiene Rahner. Si Dios no cabe en ningún concepto, entonces no tiene sentido mantener u opinar sobre él (no digo creer, porque esto no tiene nada que ver con la fe), si puedo merecer estar con Dios, o si puedo acercarme a Dios. Lo que explica Peter Knauer es que estamos, desde la creación, insertados en el abrazo del amor eterno entre el Padre y el Hijo; ese abrazo que es el Espíritu Santo.

Si por alguna circunstancia nosotros pudiéramos ganarnos la perdición (perdición entre comillas) estaríamos diciendo que somos capaces de cometer un pecado que sea mayor que la misericordia o el perdón de Dios, y esto es herético y pone en entredicho el acostumbrado discurso sobre el infierno.

Veamos las cosas desde otro ángulo: ¿somos nosotros realmente capaces de un pecado tal, que ese pecado estuviera a la altura de Dios? ¿No estamos siendo demasiado soberbios? Puede uno preguntarse incluso si alguien como Hitler o Stalin hubieran podido tener un tipo de pecado así; si están reconocidos como psicópatas, es decir tenían una enfermedad mental, ¿quién puede contestar a esta pregunta? El creyente vive en la única promesa de Dios que hemos aprendido de Jesús; piensen en Juan 1,18: “Nadie ha visto a Dios jamás, sólo el Hijo que es quien nos lo ha contado”. Y ¿qué nos ha contado Jesús? Sin temor a equivocarnos afirmamos que Jesús nos revela la misericordia sin medida de su Padre. No por nada el nombre de Dios por excelencia en el Antiguo Testamento es “misericordia sin medida”.

Me viene una imagen muy bonita que tiene que ver con el cuento de Elías y la viuda, donde la viuda tiene nada más que un poco de arroz y lo pone a hervir. Luego (encimando un cuento de hadas) el hada (o Elías) le dice a la viuda que siempre va a tener arroz, solamente debía aprenderse la palabra mágica para apagar la olla. El hada se va y a la viuda se le olvida la palabra mágica. Entonces el arroz hierve, hierve, hierve, hierve y llena la estufa, llena la cocina, se sale por el pasillo y llena la calle, y llena la ciudad entera. Ésta es una imagen exegética de la misericordia de Dios. El hesed, que no cabe en ninguna medida humana, simplemente se desborda. Ésta es precisamente la esperanza escatológica.

En este contexto sale una pregunta muy interesante que en su último libro de escatología ha mencionado Moltmann: ¿cómo nos imaginamos la convivencia en el cielo de una víctima al lado de su asesino? Porque lo que dije anteriormente parece significar que Dios perdona a todos por igual: al asesino tanto como a la víctima, a todos los pecadores, mediocres o no. A mí me parece que éste es el meollo de la esperanza escatológica. Si nosotros quisiéramos pensar en que Dios hace diferencias entre la víctima y el asesino, estaríamos de nuevo proyectando nuestras propias ideas sobre Dios, porque nosotros no podemos menos que hacer esta diferencia. Dios sabe cómo se las arregla pero él perdona al asesino, como Jesús les perdonó. Eso para nosotros es inimaginable; por eso hay que tomar bien en serio esta Teología de la Esperanza Escatológica.

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