La
hermenéutica del racionalismo
El comienzo del racionalismo en terreno filosófico se sitúa entre los
siglos XVII y XVIII.
Esta mentalidad postulaba la supremacía de la razón y su
competencia absoluta y autónoma en el conocimiento de cualquier realidad,
además de la exclusión total o parcial de cualquier hecho o doctrina que no
entrase en los esquemas retenidos válidos por la razón humana. Evidentemente,
con su aparición, se produjeron cambios radicales en la hermenéutica bíblica.
«Mientras toda la tradición cristiana hasta el siglo XVI había argumentado
desde el hecho a la posibilidad, los racionalistas argumentan desde la imposibilidad
a la no realidad, fundándose no solo en las corrientes filosóficas, sino
también en una visión del mundo mecanicista, que era común en el siglo XIX».
Baruc Spinoza (1633-1677), hebreo holandés que por sus ideas religiosas llegó a ser
excomulgado por sus correligionarios, ha sido considerado el primer pensador
que afrontó directamente la explicación de la Biblia según la naciente
mentalidad iluminista. En su voluminosa obra, Tractatus theologico-politicus (1670), somete el Antiguo Testamento
a una interpretación crítica, llegando a negar toda realidad sobrenatural.
Aunque ciertamente la influencia de Spinoza en el pensamiento hermenéutico
racionalista es notable, se puede considerar como verdadero creador del
racionalismo bíblico a J.S. Semler († 1791), que fue quien lo elevó a la
categoría de sistema con su negación radical de la inspiración bíblica y del
orden sobrenatural.
Cada una de estas corrientes de racionalismo propugnaba una
hermenéutica que —abandonado el presupuesto clásico de la regula fidei— partía de una determinada precomprensión de la
realidad, postura que necesariamente confluía en la peculiar presentación que
se hacía de la figura de Jesús. En último término, era el prejuicio
racionalista contra todo orden sobrenatural lo que guiaba la investigación
teológico-bíblica. La disolución de la figura de Jesús realizada por esta
hermenéutica, que se presentaba como la ciencia histórico-crítica del momento,
golpeaba fuertemente con la fe de los creyentes. Esta situación fue la que
llevó a Martín Käler, en su conocida obra Der
sogenannte historische Jesus und der biblische geschichtliche Christus
(1892), a distinguir entre un «Jesús de la historia» y el «Cristo de la fe», y
también entre Historie (narración de
eventos) y Geschichte (el significado
que los eventos tienen para mí). Con esta distinción pretendía salvar de las
manos de la exégesis histórico-crítica el Cristo que predicaba la Iglesia; pero
al precio de introducir categorías teológicas cuyas consecuencias entonces eran
imprevisibles. No hay que olvidar que toda esta dialéctica se llevaba a cabo en
el seno del racionalismo y del protestantismo liberal.
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