IGLESIA Y HOMOSEXUALIDAD (Diez tesis en profundidad)
por Xabier Pikaza (Dr. en Teología Bíblica)
Con inmensa pena voy leyendo, casi día a día, los informes sobre temas de homosexualidad en la iglesia católica, relacionados casi siempre con posibles conductas delictivas del clero, como si este fuera, junto con las indemnizaciones de dinero, el tema básico del cristianismo. Desde ese fondo, de manera personal, casi en forma de confesión, me atrevo a presentar
en alta voz mis pensamientos, sin más autoridad que la que me concede mi amor al pueblo de Dios y mis largos años pasados de religioso
y presbítero, en tiempos de profundo cambio social y religioso. Desde ese fondo, partiendo de mi propia experiencia y de mi cariño a la vida, en su rica y misteriosa, gozosa y dolorosa
variedad, quiero presentar
en voz alta algunos
de mis pensamientos sobre el tema:
1.
Dentro de la iglesia católica, la homosexualidad, tanto masculina como femenina, es un hecho, lo mismo que fuera de ella. No es buena ni es mala. Simplemente existe: la vida nos ha hecho así, y así la debemos aceptar, como un elemento
de nuestra complejísima y hermosa existencia. Por
eso empiezo dando gracias a Dios por los homosexuales cristianos (y no cristianos), especialmente por aquellos que he conocido y querido. Me siento muy contento
porque, en medio de grandes dificultades, muchos de ellos han podido
salir del armario en que estaban encerrados hasta hace poco, para vivir sin más, es decir,
como personas, con sus valores
y sus problemas, que es claro que los tienen,
como los otros grupos de personas. Si un cristiano se avergüenza de los homosexuales se avergüenza del mismo Dios, blasfema de la vida compleja
y hermosa que ese Dios ha creado.
2.
Todo el mundo sabe que dentro
del clero (y de la vida religiosa) el porcentaje de homosexuales es más alto que en el resto de la sociedad,
quizá por el mismo tipo de vida célibe de sus miembros
pero también por una forma especial de filantropía y de sensibilidad ante la vida que ellos, los homosexuales, muestran. No tengo porcentajes fiables de la iglesia mundial, pero sí de la americana, según un libro de D. B. Cozzens
(The Changing face of the Priesthood, Liturgical Press, Collegeville MN 2000), que ha sido uno de los responsables de la formación de los presbíteros católicos en USA, dentro
de la mejor tradición jerárquica de aquella
iglesia. Cozzens muestra y admite,
sin ningún problema, que la mitad de los seminaristas y presbíteros de USA son homosexuales. Eso
no es bueno ni es malo, es un hecho y sigo dando gracias a Dios o a la vida por ello. De todas formas,
me gustaría que los porcentajes fueran
los promedios dentro
del contexto social, es decir, entre un 10 y un 15 por ciento, de tal manera que en el clero se diera el mismo número de homosexuales y heterosexuales, de hombres y de mujeres,
que en la vida real exterior.
Pero en las actuales circunstancias de reclutamiento clerical eso es imposible: mientras el clero siga siendo
como en la actualidad, habrá en su interior
una media más alta de homosexuales que el resto de la sociedad.
3.
La mayor parte de los presbíteros y religiosos homosexuales han llevado y llevan una vida digna, trabajan a favor de los demás con honradez,
son buenos presbíteros de la iglesia, son profesionales al servicio del evangelio. Es evidente que tienen sus problemas afectivos, lo mismo que los heterosexuales y que, a veces, sus dificultades de integración social son mayores. Pero también
suelen
ser mayores sus aportaciones de tipo creativo (en lo social, afectivo o espiritual). Le doy gracias
a Dios y quiero darles gracias a ellos,
sobre todo a los que he conocido y conozco,
a los que debo una parte considerable de mi experiencia cristiana.
4.
Algunos homosexuales, que son minoría, han realizado prácticas que resultan delictivas, seduciendo a menores,
sobre todo allí donde el
contexto social resulta
más cerrado o asfixiante, en seminarios, internados y grupos juveniles. Pero eso, sin dejar de ser muy grave como lo sabe todo el mundo, sucede también en otros contextos parecidos (lo mismo que en algunos
grupos familiares). Gran parte de esos casos, que pudieran
acabar siendo delictivos, se resuelven, como en el resto de la sociedad, sin necesidad de acudir a los tribunales, con el tiempo, a veces con la ayuda de personas
más expertas o amigas (médicos, sicólogos etc). Todos los que andamos por la vida hemos conocido,
en familias o grupos cercanos
a los nuestros,
casos de dificultad que se han resuelto
con cierto éxito. Pero en otros casos los responsables pueden y deben acabar en los tribunales. Debe ser así cuando la víctima así lo requiera. En caso de escándalo que tenga cierta base, sean culpables
o no, los clérigos implicados (presbíteros y obispos,
religiosos o religiosas) deberían abandonar su función
pública, por amor a la transparencia, ya que la vida clerical no es un honor,
ni una ventaja, sino un servicio. Pero, abandonen o no su función,
ellos deben responder ante la sociedad como el resto de los ciudadanos, sin acudir a ninguna protección clerical o de defensa del grupo.
5.
El número de clérigos que han seducido
a menores me parece el “promedio” según las estadísticas (lo mismo
que
fuera del clero),
tanto en el caso de heterosexuales como de homosexuales. Pero esa seducción resulta más dolorosa,
porque se hace utilizando el prestigio sacerdotal
o
religioso y se puede herir de un modo más intenso a las víctimas.
Conozco algunos casos que han llegado
al intento de suicidio (y al mismo
suicidio) entre las personas implicadas, sobre todo entre las victimas,
y he sentido y siento
una inmensa rabia por ello. Este ha sido, y quizá sigue siendo,
un delito sangrante, pues se supone que su misma opción evangélica debería haber transformado a los clérigos
o aspirantes, haciéndoles hombres y mujeres
de gratuidad. Pero, como todo el mundo sabe, la vida ofrece sus dificultades y, en ciertos ambientes de reclusión
afectiva, suelen producirse reacciones violentas. Ciertamente, también conozco
casos duros de intentos de suicidio en ambientes no clericales, por este mismo motivo,
con intentos de homicidio contra los pretendidos o reales seductores. Sea como fuere, esos casos no deben llevar a la condena del clero en su conjunto, ni de todos los homosexuales que lo componen. Igualmente, porque algunos heterosexuales han fallado
en esa misma dirección, no se condena a la heterosexualidad como conjunto.
6.
No me parece aconsejable que los clérigos homosexuales “salgan del armario” a bombo y platillo,
pues en muchas circunstancias, como en el conjunto
de la vida afectiva,
lo mejor sigue siendo la discreción bondadosa, sin mentiras, pero sin alardes,
siempre que no haya habido delitos graves. Por eso, tampoco me gusta que algunos medios de comunicación insistan de manera monotemática
en estos problemas
del clero, en vez de poner de relieve otros rasgos personales y sociales, culturales y espirituales más importantes de muchos de sus componentes. De todas formas, la que sí tiene que salir del armario, ya, desde ahora mismo, es la estructura clerical, si es que no quiere perder su credibilidad: ella no tiene que airear sus problemas
interiores, pero tampoco
ocultar sus problemas. El clérigo, como hombre público en la iglesia,
tiene que estar dispuesto
a que su vida se conozca. Una estructura institucional, empeñada en defenderse a sí misma, protegiendo su poder y su secreto,
es digna de ser condenada y de acabar disolviéndose a sí misma (o de ser abandonada por el conjunto
de los fieles), sin más retrasos, para bien del evangelio y, sobre todo, de la sociedad en su conjunto.
7.
Considero aberrante, si es que fuere cierta, la noticia que
se
ha dado
en algunos medios de comunicación, donde se nos dice que altas instancias del Vaticano, dirigidas por un Cardenal
que ha dirigido
el Dicasterio dedicado al Clero, quieren prohibir el acceso de los homosexuales a los seminarios y a las funciones
ministeriales de presbítero y obispo.
¿Cómo van a distinguir a unos y otros? ¿Qué van a hacer con los miles de presbíteros y obispos
homosexuales que ejercen
con toda honradez su ministerio? El tema no está en que
los ministros sean homosexuales o heterosexuales (que también pueden ser peligrosos), sino en que ejerzan bien su tarea de evangelio, según la palabra de Jesús y la vida de sus comunidades, en libertad gozosa y servicio
humano.
8.
Lo que me preocupa no es que haya homosexuales en el clero (que eso es normal, según las estadísticas), sino la forma de vida del conjunto de la iglesia. Estoy convencido de que, al menos en occidente, ha terminado
una fase clerical del cristianismo. El celibato
de los presbíteros, que ha tenido en otro tiempo una función social, ya no lo tiene: lo que importa no es que el presbítero sea célibe o no, sino si es fiel al amor y a la vida, si es persona de gozo y evangelio, de hondura
personal y de servicio cercano y libre a los demás. En esa línea, la iglesia
está perdiendo y tiene que perder su estructura ministerial jerárquica, para convertirse en federación de comunidades autónomas, que sean capaces de elegir
sus propios ministros, para toda la vida o por un tiempo, varones o mujeres, célibes o casados,
homosexuales o heterosexuales, buscando sólo la fidelidad al evangelio y el anuncio
de Dios, es decir, el gozo de la verdadera vida. El celibato será opcional, para quienes
quieran vivirlo como carisma o como resultado de unos caminos
peculiares, quedando vinculado de un modo especial con las diversas formas de comunidades religiosas, de tipo carismático. Vincular el celibato
a un tipo de poder clerical
constituye un riesgo humano, me parece contrario
al evangelio, por más que se sigan buscando
razones de tipo ideológico o espiritualista.
9.
Pasando a otro plano,
quiero añadir que casi todos los “cazadores de homosexuales” que conozco
son, por desgracia, homosexuales que no admiten su identidad sexual y humana,
descargando su resentimiento contra otros compañeros mejor afortunados o más honrados.
Jesús no se portó de
esa manera. El evangelio
le presenta como amigo de publicanos y prostitutas, como un hombre
que era capaz de poner como ejemplo a los “eunucos”
biológicos o sexuales, hombres y mujeres
con dificultad en este campo (Mateo 19, 12). El mismo evangelio
le presenta “curando” al amante homosexual del Centurión de Cafarnaúm
(Mateo 8, 5-13). ¡No hará falta decir que, en aquel tiempo, los cuarteles
eran lugares de homosexualidad habitual, porque los legionarios no se casaban antes de licenciarse, ya de mayores!.
Y perdonen los homosexuales y mujeres,
si doy la impresión de marginarles, poniéndoles en esta compañía, con publicanos y prostitutas. Dicho esto, debo añadir que en el camino de Jesús no hay diferencia entre homo y heterosexuales, mujeres y varones, pues todos somos “uno en Cristo” (Gal 3, 28).
10. Quiero terminar dando gracias a Dios y a la vida por ser lo que soy, homo-o- hetero
sexual. No me avergüenzo, ni me enorgullezco por ello. Así como soy, tengo unos valores; si fuera
otra cosa tendría otros (igual que si fuera mujer; me ha tocado
ser varón, me va bien, no me enorgullezco por ello, pero estoy contento,
como estaría contento de ser mujer, si lo fuera). No me ha costado demasiado ser lo que soy aunque en mi vida de seminario y después
(¡cómo es normal en estos casos!)
he debido superar
“tentaciones” de diverso tipo. Pero, en conjunto,
las vidas clerical y religiosa
se han portado
conmigo de una forma espléndida. Por eso, doy gracias a Dios y a todos los que me han recibido
y tratado
como a una persona,
aunque ahora, pasados los años, me gustaría contribuir a cambiar
la estructura de la vida clerical, por cariño a la vida, por amor al Evangelio, para atravesar con gozo los nuevos
y
hermosos, pero difíciles
caminos de la vida. Por eso, leyendo
día a día los problemas
que se airean
en la prensa
(¡evidentemente con cierta razón!) me gustaría que ella, la iglesia institucional, se trasformara en línea de verdad, aceptando lo que son sus miembros, y en esperanza de evangelio. Quiero que la iglesia, con otros muchos hombres
y mujeres no creyentes, abra un camino de humanidad, en esta nueva travesía
de la historia que se inicia. Mientras sigo esperando en ello, acabo como empezaba,
dando gracias a tantos homosexuales y ahora también a tantos heterosexuales cristianos y clérigos
por su servicio
difícil, muchas veces menospreciado, al servicio del evangelio.
Febrer 2004
Comentarios
Publicar un comentario