MUJERES EN EL BUDISMO

por Montse Castellà, coordinadora de las entidades budistas de Cataluña.
Las grandes religiones han nacido, mayoritariamente, en el seno de sociedades fuertemente patriarcales. En este tipo de contexto sociocultural, las mujeres siempre han sido relegadas al ámbito familiar, asumiendo papeles ligados a la sumisión y totalmente excluidas de cualquier tipo de liderazgo, tanto político y cultural como religioso.
En consecuencia, es lógico deducir, y fácil de constatar, que la interpretación que nos llega de las religiones, así como la mayor parte de la documentación historiográfica que existe, es a partir de una visión androcéntrica[1]. Los textos, escrituras y liturgias han sido escritos por hombres en primera persona; cualquier referencia a las mujeres aparece como objeto y no como sujeto. Por lo tanto, su visión y experiencia ha sido, desde siempre, excluida y silenciada.
 Su papel es un reto fundamental para preservar las religiones hoy
Esta falta de testimonio por parte de las mujeres, junto con la falta de referentes femeninos en la mayoría de las tradiciones espirituales, representa un reto fundamental que todos –principalmente las mujeres– debemos asumir para preservar las religiones en la época actual.
En cuanto al budismo, que se originó en la India hace más de 2.500 años, el tema del género no se diferencia mucho de las otras tradiciones religiosas. Se dice que el Buda, pese a defender las mujeres y luchar por sus derechos, se mostró reticente a la hora de crear una orden de monjas. Finalmente accedió, pero con la condición de que las mujeres observaran ocho votos más que los hombres, todos ellos relacionados con la subordinación y vigentes aún hoy en día.
Sin embargo, para aquellas primeras mujeres este paso representó poder seguir un camino espiritual hacia la libertad. Así lo atestigua la literatura therigatha, con versos como éstos:
«¡Oh, mujer, consigue la libertad como yo! / Totalmente liberada de los monótonos trabajos de la cocina, / manchada y sucia entre las ollas, / mi grosero esposo, con menos reputación que una sombra, / no hace más que estar sentado. »
Limpia ahora de todo mi anhelo y odio pasados ​​, / medito tranquilamente bajo la sombra de los árboles... / Oh ¡Qué bien se está así!".[2]
Estas condiciones favorables para las primeras mujeres practicantes se dan también tanto en el origen del cristianismo como en el del islam. Aun así, la historia demuestra que, con el tiempo, la situación se endurece...

Es relevante observar que el budismo, a lo largo de su evolución histórica, se ha ido ajustando y adaptando a las diferentes culturas receptoras que lo acogieron. Esta flexibilidad es la que ha propiciado la diversidad de tradiciones budistas existentes, las cuales, a pesar de ser diferentes, comparten los mismos principios fundamentales.Para que una tradición espiritual siga estando viva, y sea auténtica y válida para todos los seres humanos, debe ser flexible y capaz de adaptarse a la época en la que se encuentra. Como dice su santidad el Dalai Lama: «Es fundamental que sepamos distinguir entre lo cultural y lo que es esencial. Debemos ser diestros en dejar que los aspectos culturales se transformen y preservar, al mismo tiempo, lo que es esencial. La situación de las mujeres en el budismo, así como en la mayoría de religiones, es un aspecto cultural y se debe cambiar. Pero deberéis ser vosotras, las mujeres, las que toméis la iniciativa».[3]
La época en que el budismo llega a Occidente viene marcada por una convergencia favorable con el movimiento feminista. Esta perspectiva crítica alentó los primeros pasos hacia una reconstrucción del budismo basada en una visión inclusiva de los dos géneros. Una de las primeras aportaciones fue una recopilación de biografías de grandes sabias de los siglos X a XIII, junto con un estudio sobre el aspecto femenino en el budismo tibetano, publicado en 1984.[4] Poco tiempo después, en 1987, surge un movimiento llamado Sakyadhita, formado por mujeres de todas las ramas del budismo, laicas y monjas, de Oriente y de Occidente. Sakyadhita organiza, cada dos años, una conferencia internacional que se celebra en diferentes países asiáticos para reforzar la interrelación Oriente-Occidente.[5] Posiblemente, uno de los aspectos más enriquecedores que Occidente puede aportar al budismo es la inclusión de la visión y la experiencia de las mujeres.
En términos generales, y por tanto también en el ámbito religioso, las mujeres siempre han sido relegadas a la periferia del poder. Si bien este hecho ha sido considerado un obstáculo, constituye a la vez una gran oportunidad, porque, al no tener nada que perder, las mujeres son las primeras en la creación de nuevas estructuras que se ajustan a la época actual (las redes), que permiten relacionarnos y organizarnos a partir de un plano horizontal que fomenta la igualdad y la cooperación, desafiando las antiguas estructuras jerárquicas o instituciones de poder. Así pues, la discriminación a la que se han visto sometidas las mujeres ha dado paso a una capacidad de actuación transversal sin precedentes.
En este sentido, es importante establecer vínculos de carácter interreligioso que permitan compartir, crear y fomentar la acción conjunta. Pero, sobre todo, es necesario que las mujeres, en beneficio de la propia tradición religiosa, mantengan y generen una visión crítica. Sólo así se puede detectar y afrontar, de manera creativa y abierta, los diferentes aspectos que requieren una reconstrucción, a fin de que las tradiciones religiosas sean caminos espirituales íntegramente válidos para todos y en cualquier época.
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