ARCA DE LA ALIANZA
El Arca de la
Alianza era una caja de madera, cubierto con oro y con anillos a través del
cual las barras llevar podría ser colocado. La madera de madera de acacia era
caro, y el oro, por supuesto, era precioso. Sin embargo, el tamaño físico del
arca no era impresionante, ya que sólo alrededor de tres y tres cuartos metros
de largo por dos de ancho y un cuarto de los pies y alta (ver Ex 25:10-22).
El propósito funcional del arca
era como un simple contenedor de objetos sagrados. Los diversos nombres del
arca, "Arca de la Alianza" (por ejemplo, Josh 3:11) y "arca p 43
del testimonio" (por ejemplo, Ex 25:16), se hace referencia al hecho de
que las tablas que contenían los Diez Mandamientos fueron colocados dentro de él
(Deuteronomio 10:1-5). Otros elementos notables incluyeron en el arca fueron
una muestra de que el maná del desierto y el personal en ciernes de Aarón (Heb.
9:4-5; ver vara de Aarón).
Aunque pequeño, este recipiente
en forma de caja era una de las imágenes más potentes de la presencia de Dios
durante el período del Antiguo Testamento temprano. Los materiales utilizados
(madera de acacia y oro puro) también se utilizaron en la construcción del
tabernáculo, el hogar simbólico de Dios en la tierra. En efecto, el arca era
una parte integral de la estructura del tabernáculo y se mantuvo normalmente en
el lugar santísimo (Ex 40:3).
En el
tabernáculo del arca se entendía como el trono o estrado al trono de Dios (2
Reyes 19:15). Sobre el arca se colocaron dos querubines con las alas extendidas
y los ojos bajos. Dios fue concebido como entronizado en las alas. El arca era
el símbolo de la presencia de Dios en la tierra.
Ser pequeño y siempre con los
postes de carga, el arca era móvil. Así pues, el arca tenía dos objetivos
importantes en la historia del antiguo Israel. Durante la peregrinación por el
desierto, cuando el pueblo de Dios fue sobre la marcha, el tabernáculo estaba
lleno de distancia y el arca a la cabeza, que representa el liderazgo de Dios
de las tribus, ya que hicieron su camino hacia la tierra prometida (Números
10:35-36 ). Este uso del arca está estrechamente vinculada con la segunda
intención. El arca fue tomada a menudo por el ejército, ya que participan en la
batalla con los enemigos extranjeros. Que representaba la presencia del
guerrero divino con el ejército. La famosa batalla de Jericó es uno de los
ejemplos más notables del arca que simboliza la presencia de Dios y el poder
con el ejército de Israel (Josué 6).
El arca es
rara vez mencionado en la literatura de la tarde a Israel, lo que lleva a la
especulación de que el arca original fue capturado o destruido en algún momento
pronto después del reinado de Salomón (posiblemente durante la invasión de
Sisac, cf. 1 Reyes 14:25-29). Sin embargo, el arca aparece dos veces en el NT.
En Hebreos 9:4-5 el arca se menciona en la descripción del culto del Antiguo
Testamento, que es maravillosamente reemplazado por Jesucristo, que se cumple.
Ya no necesitamos un tabernáculo o arca, porque Jesucristo
"Tabernáculos" entre nosotros (Jn 1:14) y es la presencia misma de
Dios. En Apocalipsis 11:15-19 los acontecimientos que rodearon el estallido de
la séptima trompeta se les da. Este es el momento para el "juzgar a los
muertos" (v. 18). En el momento culminante del templo celestial de Dios
aparece, y dentro de ella se ve el Arca de la Alianza, estandarte de batalla
móvil de Dios. Esta visión va acompañada de convulsiones de la naturaleza
asociado con la aparición del guerrero divino.
Véase también DIVINO GUERRERO;
Tabernáculo.
BIBLIOGRAFÍA. CL Seow, "Arca
de la Alianza", ABD 1:386-93; MH Woudstra, El Arca de la Alianza de la
conquista de la realeza (Phillipsburg, Nueva Jersey: Presbiteriana y Reformada,
1965).
Ryken, L., Wilhoit, J., Longman, T., Duriez, C.
Penney, D., & Reid, DG (2000). Diccionario de imágenes bíblicas
(Electronic ed.) (42-43). Downers Grove, IL: InterVarsity Press.
El término
arca es usado en las Escrituras para dos objetos diferentes, que se describen a
continuación.
arca de Noé
Este tipo de arca (heb., tebah, “caja” o
“cofre” se refiere a la enorme barca que Noé construyó conforme al mandato de
Dios, Ge 6:1–9:18). Esta arca fue el medio que Dios usó para salvar del diluvio
a Noé y a su familia y a la selección de animales (Ge 6:1–9:18; Mt 24:38; Heb
11:7: 1 Pe 3:20). (La misma palabra hebrea tebah es usada para designar la
cestilla de juncos donde fue colocado el niño Moisés a la orilla del Nilo).
♦ órdenes de construirla: Ge
6:14, 22 ♦ construcción del: Ge 6:22; Heb 11:7; 1 Pe 3:20 ♦ descripción del: Ge
6:14–16; 8:6, 13 ♦ ocupantes del: Ge 6:18–21; 7:1–3, 13–16; 8:16–19; Mt 24:38;
Heb 11:7; 1 Pe 3:20 ♦ alzamiento y descenso a tierra del: Ge 7:17–18; 8:4,
13–19 ♦ propósito del: Ge 6:19–20; 7:23; Heb 11:7; 1 Pe 3:20 ♦ significado
especial del: Mt 24:38–39; 1 Pe 3:20–21
arca para el niño Moisés
Esta arca (heb. tebah) se
refiere a la pequeña “canasta” de papiro en la que su madre lo colocó “a la
orilla del Nilo” donde la hija de Faraón lo encontró (Ex 2:3, 5).
arca del pacto (véase también TABERNACULO;
TEMPLO)
Arca (heb. aron “cofre” o
“arca”) es usada la mayoría de las veces en las Escrituras en relación con una
muy significante pieza del mobiliario del “lugar santísimo” en el tabernáculo
(Ex 26:33–34; 40:21; 1 S 3:3; 2 S 7:2; 1 Cr 16:1) y más tarde en el templo de
Salomón (1 R 6:19; 8:6–9, 21; 1 Cr 22:19; 2 Cr 5:7). Era un cofre rectangular
hecho de madera de acacia y revestido de oro por dentro y por fuera (Ex
37:1–9), que medía aproximadamente 112 x 67 x 67 cm (Ex 37:1). El arca tenía
dos argollas de oro a cada lado con dos varas colocados en ellas para
transportarla (Ex 37:3–5). Encima del arca estaba colocado un propiciatorio de
oro puro con un querubín de oro en cada extremo, con las alas extendidas
cubriendo el propiciatorio, donde específicamente Dios se encontraba con su
pueblo (Ex 25:10–22; 37:6–9; Nu 7:89; Heb 9:4–5). El propiciatorio del arca era
rociado con sangre por el sumo sacerdote cada año en el día de la expiación (Le
16:1–34, especialmente vers. 14–15; Heb 9:7, 25).
otros nombres del ♦ el arca del
testimonio: Ex 25:22; 26:33–34; 30:6 ♦ el arca del pacto del Señor: De 10:8
(cp. 2 S 15:24) ♦ el arca de Dios: 2 S 15:24 ♦ el arca santa: 2 Cr 35:3:
construcción del: Ex 25:10–22; 35:12; 37:1–9; De 10:3: descripción del: Ex
25:10–22; 26:34; 30:26; 37:1–9; 40:3, 5; Le 6:2; De 10:1–3; 31:26; 1 R 8:6–9; 1
Cr 15:23–24; 16:4, 37; 28:18; 2 Cr 5:8–10; Heb 9:2–5: significado religioso
del: Ex 25:18, 22; Le 16:2, 15–16; Nu 7:89; 10:33–36; Jos 3:3–4; 7:6; Jue
20:27–28; 1 S 4:4, 21–22; 14:18; 1 R 3:15; 2 Cr 6:41; 8:11; Sal 132:8
contenido del ♦ vasija de oro con el
maná: Ex 16:32–34; Heb 9:4 ♦ la vara de Aarón que retoño: Nu 17:10–11; Heb 9:4
♦ las tablas del pacto (es decir, los diez mandamientos): De 10:1–5; 1 R 8:9;
Heb 9:4: prohibiciones relacionadas con el: Le 16:2; 1 Cr 15:2, 13–15: lugar y
transportación del: Nu 3:30–31; 4:4–6, 15; 10:33; De 10:8; 31:9, 25; Jos 3:3,
6, 8, 13–17; 4:9–11, 16, 18; 6:6, 12; 7:6; 8:33; 1 S 3:3, 21; 4:3–4; 5:1–10;
6:7–12, 15; 7:1; 2 S 4:4; 6:1–17; 7:1; 15:24–29; 1 R 2:26; 8:1–6; 1 Cr 13:3;
15:2, 14–15; 2 Cr 1:4; 5:4–7; 35:3: viajes de Israel con el: Nu 10:33; Jos 3:3,
11; 6:1–16; 1 S 4:3–11: mal uso del: 1 S 4:3; 6:19; 2 S 6:6–8; 1 Cr 13:1–12:
captura del: 1 S 4:10–11, 17–22; 5:1–12; 6:1, 5; Sal 78:61: preocupación por
el: 1 S 4:13, 18: regreso del: 1 S 5:11; 6:1–15, 21: bendiciones del: 2 S
6:11–12: futuro del: Je 3:16: significado especial del: Heb 8:1–10:22; esp.
9:4–5: duplicado celestial del: Ap 11:19
LBLA indice de topicos. 2000
(electronic ed.). La Habra, CA: Foundation Publications, Inc.
ABINADAB
(mi padre es generoso).
1. Hombre
(quizás levita) de Quiriat-jearim en cuya casa permaneció el arca de Jehová
desde que los filisteos la devolvieron hasta el reinado de David (1 S 7.1; 2 S
6.3ss; 1 Cr 13.7).
2. Segundo hijo de Isaí y uno de
los tres que fueron con Saúl a la guerra contra los filisteos (1 S 16.8; 17.13;
1 Cr 2.13).
3. Uno de los cuatro hijos de
Saúl. Murió con dos hermanos y su padre en la batalla de Gilboa (1 S 31.2; 1 Cr
8.33; 9.39; 10.2).
4. Padre de un yerno de Salomón,
gobernador de la región de Dor (1 R 4.11).
Nelson, W. M., & Mayo, J. R.
(2000). Nelson nuevo diccionario ilustrado de la Biblia (electronic ed.).
Nashville: Editorial Caribe.
ARCA DEL PACTO
(arca del Señor, arca de Dios o arca del testimonio). Caja rectangular, de
madera de acacia, que medía 112, 5 cm de largo por 67, 5 de ancho y alto.
Estaba cubierta de oro por dentro y por fuera, y tenía cuatro anillos colocados
en los ángulos, por los cuales pasaban dos varas de madera de acacia (también
cubiertas de oro) con que se transportaba. Sobre el arca había una tapa de oro
que se llamaba el «propiciatorio», encima del cual dos querubines de oro se
miraban frente a frente, de pie, con sus alas extendidas cubriendo el
propiciatorio (Éx 25.10–22).
Dentro del arca se hallaban las
dos tablas de la Ley (Éx 40.20; Dt 10.1–5), la vara de Aarón y una porción de
maná (Heb 9.4, 5). El arca se colocó dentro del Lugar Santísimo tanto del
tabernáculo como del templo de Salomón, tras el velo; era el único mueble allí.
Un tallado en
piedra que pudiera representar el arca del pacto, descubierta en la excavación
de una sinagoga en Capernaum.
Para el pueblo
de Israel, el arca del pacto tenía un doble significado. En primer lugar se
conceptuaba como trono de Dios (1 S 4.4; Is 6.1). De una manera especial Dios
moraba entre los querubines y desde allí en varias ocasiones se reveló a Moisés
(Éx 25.21, 22; 30.36) y a Aarón (Lv 16.2; Jos 7.6). Sirvió como símbolo de la
presencia divina entre el pueblo de Israel (Lv 16.2). Por eso en la
peregrinación el arca iba delante guiando a los israelitas; por ejemplo, cuando
cruzaron el Jordán (Jos 3.11–17). Cuando rodearon los muros de Jericó se llevó
en medio del pueblo (Jos 6.4–13).
El segundo significado residía en
la relación entre la Ley que estaba dentro del arca y la sangre rociada sobre
el propiciatorio que la cubría en el Día de Expiación (Lv 16). El punto
culminante en este día era la entrada del sumo sacerdote en el Lugar Santísimo
con la sangre del macho cabrío para rociar el propiciatorio. Era entonces
cuando, en forma representativa, el pueblo entraba en la presencia de un Dios
misericordioso y dispuesto a perdonar los pecados. El pueblo quedaba purificado
para otro año (Lv 16.30) y el pacto seguía en vigencia.
Después de una
larga trayectoria en el desierto, el arca descansó en Bet-el (Jue 20.27),
durante la época de los jueces. Aparece en Silo en el tiempo del sumo sacerdote
Elí (1 S 1.3; 3.3). Los israelitas creían que el arca tenía poderes mágicos.
Por eso durante la guerra con los filisteos, la llevaron a la batalla, pensando
que así se aseguraban la victoria (1 S 4.3–9). Sin embargo, perdieron la
batalla y los filisteos llevaron el arca a Asdod. Como consecuencia de haberla
puesto en sus templos, los filisteos padecieron siete meses de plagas (1 S 5),
por lo cual colocaron el arca en un carro y la llevaron a Quiriat-jearim (1 S
6.1–7.2). Durante el reinado de David, este la guardó en una tienda en
Jerusalén (2 S 6). Su hijo Salomón la puso en el nuevo templo (1 R 8). Después
de la reforma de Josías, ya no se sabe más del arca (2 Cr 35.3). Probablemente
la destruyeron o perdieron durante la devastación de Jerusalén (587 a.C.).
Nelson, W. M., & Mayo, J. R.
(2000). Nelson nuevo diccionario ilustrado de la Biblia (electronic ed.).
Nashville: Editorial Caribe.
SANTUARIO
Lugar en la tierra donde mora la presencia de Dios, aunque el verdadero
santuario según la Biblia es el cielo mismo (2 Cr 30.27; Heb 9.24). Dios lo
estableció en la época del Antiguo Testamento, pues tanto el → TABERNÁCULO (Éx
25.8; cf. 40.34) como el → TEMPLO (1 R 8.10) albergaban la manifestación visible
de la presencia de Dios. El Lugar Santísimo era el santuario estrictamente
hablando (Lv 16.16), pero la palabra se aplicaba en sentido general a todo el
edificio.
En sentido figurado, se le llama
santuario al pueblo de Dios (Sal 114.2), ya que Él mora entre ellos. Pero
santuario puede significar también refugio (cf. 1 R 2.28, → CIUDADES DE
REFUGIO). En este sentido, Dios es el santuario de su pueblo (Is 8.14; Ez
11.16).
Las religiones
paganas también tenían santuario para sus dioses. La participación del pueblo
escogido en los ritos de aquellas (Am 7.9, 13) fue una de las causas de su
caída.
Generalmente las versiones
bíblicas usan «santuario» para traducir el griego, naós, que también se traduce
«templo». Otro término afín es háguia (Lugar Santo o Santísimo) que se halla en
la Epístola a los Hebreos. Sin embargo, según el Nuevo Testamento, el santuario
terrenal de Dios ya no es un edificio, sino su pueblo. Dios mora en la iglesia
universal (Ef 2.21), en la iglesia local (1 Co 3.16) y en el creyente (1 Co
6.19). Así como los judíos debían guardar la santidad del tabernáculo, evitando
que se profanara (Lv 21.23), el creyente tiene la responsabilidad de guardar la
integridad y santidad de la iglesia (1 Co 3.17) y de su propio cuerpo (1 Co
6.18ss).
Nelson, W. M., & Mayo, J. R.
(2000). Nelson nuevo diccionario ilustrado de la Biblia (electronic ed.).
Nashville: Editorial Caribe.
En la parte
dedicada al reinado de David, el Cronista narra con especial detenimiento el
traslado a Jerusalén del arca de la alianza, la organización del culto y los
preparativos para la construcción del templo. David trazó el plano del
edificio, reunió los materiales y organizó las funciones del clero hasta en los
menores detalles. De manera semejante, la historia de Salomón se refiere, en su
mayor parte, a la construcción del templo, a la oración del rey en la fiesta de
la dedicación y a las promesas con que Dios respondió a esa plegaria. También
la historia de los sucesores de David está centrada en el templo de Jerusalén,
y los desarrollos más extensos hablan de los reyes que pusieron más empeño en
la restauración del santuario y del culto: Asá (2 Cr 14–16), Josafat (2 Cr
17–20) y, sobre todo, Ezequías (2 Cr 29–32) y Josías (2 Cr 34–35). Por su
piedad y devoción, estos reyes realizaron grandes reformas religiosas después
de tiempos de apostasía.
Pero tan significativos como la
insistencia en lo relacionado con el culto son los aspectos que se dejan de
lado. El Cronista omite todo aquello que puede resultar desdoroso para David:
sus conflictos con Saúl, su vida errante antes de ser proclamado rey, el pecado
con Betsabé, los dramas familiares y la rebelión de su hijo Absalón. Igualmente
notable es la supresión de toda referencia al reino del norte, surgido del
cisma de Jeroboam I (cf. 2 Cr 10.19). Solo el reino de Judá y la dinastía
davídica son legítimos para el Cronista; el reino del norte, con sus ceremonias
religiosas contaminadas por el culto a Baal, no podía de ningún modo
representar al verdadero pueblo de Dios.
Para escribir
esta historia, el autor ha recurrido, en primer lugar, a los libros canónicos.
De Génesis, Éxodo, Números, Josué y Rut tomó las listas que figuran al comienzo
del libro, pero su fuente principal son los libros de Samuel y Reyes, de los
que reproduce pasajes enteros casi al pie de la letra. Además, cita numerosas
fuentes que no han llegado hasta nosotros: las crónicas del rey David (1 Cr
27.24), el libro de los reyes de Judá y de Israel (2 Cr 16.11; 27.7), el libro
de los reyes de Israel (1 Cr 9.1; 2 Cr 20.34), las crónicas de los reyes de
Israel (2 Cr 33.18), el comentario del libro de los reyes (2 Cr 24.27) y
numerosos documentos relativos a los profetas (cf., por ejemplo, 1 Cr 29.29; 2
Cr 9.29; 12.15; 13.22; 32.32). Por la manera como selecciona los materiales de
Samuel y Reyes, cabe suponer que el Cronista utilizó sus fuentes con gran
libertad, incorporando aquello que servía a su propósito y descartando todo lo
demás.
Los libros de Crónicas son una
obra característica del judaísmo postexílico. En esa época, el pueblo estaba
privado de su independencia política, pero gozaba de una cierta autonomía,
reconocida por el gobierno persa. Esto le permitía vivir bajo la guía de sus
sacerdotes y de acuerdo con las normas de su legislación religiosa, en torno al
templo de Jerusalén. En este marco histórico, el Cronista compuso su vasto
panorama histórico y teológico para recordar a sus lectores que la vida de la
nación dependía enteramente de la fidelidad a Dios. Esa fidelidad debía
expresarse de dos maneras complementarias: mediante la obediencia a la ley de
Moisés en todas las dimensiones de la vida personal y social y mediante un
culto animado de una auténtica piedad. Este era el espíritu que había tenido
David y que él trató de inculcar a todo el pueblo de Israel. Si la comunidad se
mantenía fiel a ese espíritu, Dios no dejaría de manifestarle su favor y de
llevar a su pleno cumplimiento las promesas mesiánicas.
La Bibla de estudio : Dios habla
hoy. 1998 (electronic ed.). Miami: Sociedades Bı́iblicas Unidas.
C. Desde
Moisés hasta Saúl. Luego la Biblia
dirige su atención a Moisés (ca. 1526–1406 a.C.), el cual tiene un lugar vital
en la historia de la redención. Los descendientes de Jacob se multiplicaron
tanto que los faraones temieron que podrían apoderarse del país. Así que un
nuevo faraón los sometió a esclavitud, y ordenó que mataran a todos los niños
varones que nacieran. La madre de Moisés lo puso en una canastilla, y la colocó
a la orilla del río, cerca de donde se bañaba la hija del faraón. Cuando la
princesa encontró al niño, lo llevó consigo al palacio y lo crió como su hijo
adoptivo. La madre de Moisés fue su nodriza y probablemente cuidó de él por
muchos años después que fue destetado (Éx 2.7–10).
En su juventud Moisés empezó a
sentir en su corazón un peso por su pueblo; quería sacarlos de la esclavitud
(Éx 2.11; Hch 7.24–25). Cuando tenía alrededor de 40 años, vio que un egipcio
golpeaba a un israelita; se encolerizó y mató al egipcio. Temeroso de que el
faraón lo mandara a matar, Moisés huyó al desierto de p 6
Madián (Éx 2.14–15). Allí se casó con una de las hijas de Jetro (también
llamado «Reuel»), un sacerdote pagano. Moisés aceptó cuidar de los rebaños de
Jetro (Éx 2.16–21).
Aproximadamente después de
cuarenta años, Dios habló a Moisés desde una zarza que ardía sin consumirse; le
ordenó que regresara a Egipto, para guiar a los israelitas a Palestina, la
tierra que le había prometido a Abraham. Moisés no creía poder hacerlo, y
presentó excusas para no ir. Pero Dios las refutó todas, y le dio el poder para
obrar los milagros que inducirían a los israelitas a seguirle. Dios le reveló a
Moisés su santo nombre YHWH (que en la Biblia se traduce como «Jehová»). Moisés
trató de escabullirse diciendo: «Soy lento de habla», tal vez debido a que
sufría de algún impedimento del habla. Por lo que Dios envió junto con Moisés a
Aarón, su hermano, para que tradujera lo que Moisés tenía que decir (Éx 7.1).
Moisés y Aarón persuadieron al
pueblo de Israel para que los siguiera, pero el faraón rehusó dejarlos salir de
Egipto. Entonces Dios envió diez plagas devastadoras para cambiar el corazón
del faraón (Éx 7.17–12.36). La última plaga mató al primogénito de toda casa
que no estuvo marcada con sangre. Como el pueblo de Israel obedeció las
instrucciones de Dios, el ángel de la muerte pasó sin tocar al primogénito de
Israel. (Dios ordenó a los israelitas que celebraran este suceso con un
festival anual: la Pascua.) La plaga de la muerte hizo que el faraón cediera;
decidió dejar que los israelitas regresaran a su tierra natal. Pero tan pronto
como salieron, el faraón cambió de parecer, y envió a su ejército para obligar
a los israelitas a regresar.
Dios condujo a su pueblo al Mar
Rojo, en donde dividió las aguas e hizo que el pueblo pasara en seco. Varios
eruditos, tales como Leon Wood, calculan que esto ocurrió alrededor del año
1446 a.C. 2
Moisés llevó al pueblo desde el
Mar Rojo hasta el monte Sinaí. En el camino Dios les dio milagrosamente pan y
codornices como alimento. En el monte Sinaí Dios les reveló, por intermedio de
Moisés, las leyes y planes sociales que harían de los israelitas una nación
santa (Véase «Leyes y estatutos»); estas leyes incluían los Diez Mandamientos.
Desde el Sinaí Dios llevó a los
israelitas a Cades, desde donde enviaron espías a Palestina. Estos informaron
que la tierra era exuberante y fértil, pero estaba llena de gigantes. La
mayoría de los espías creyeron que los gigantes los destruirían si trataban de
apoderarse de la tierra. Solo dos, Caleb y Josué, creyeron que valía la pena
luchar. Los israelitas aceptaron el consejo escéptico de la mayoría, y se
alejaron de Palestina. Dios los condenó a vagar cuarenta años por el desierto
por no haber confiado en Él.
Al final de su peregrinaje los
israelitas acamparon en las llanuras de Moab. Allí Moisés les habló por última
vez, y sus palabras quedaron registradas en el libro de Deuteronomio. Moisés
entregó el liderazgo a Josué. Luego dio a los israelitas instrucciones finales,
y concluyó con un himno de alabanza a Dios. Nótese que Moisés no pudo entrar en
la Tierra Prometida debido a que se había rebelado contra Dios en Meriba (Nm
20.12). Pero después que Moisés pronunció su discurso de despedida ante los
israelitas, Dios le llevó a la cumbre del monte Nebo, para que desde allí viera
la tierra en que habrían de entrar. Allí murió Moisés.
Josué había demostrado ser un
líder capaz, del ejército de Israel en la batalla contra Amalec (Éx 17.8–16).
Dios lo usó para dirigir al pueblo de Israel en la conquista y reparto de la
Tierra Prometida. Josué había sido uno de los espías que habían examinado la
Tierra Prometida. Debido a que confiaron en que Dios les daría la tierra, Josué
y Caleb fueron los únicos adultos de su generación a quienes Dios permitió
entrar en ella. Todos los demás murieron en el desierto.
Así que Moisés designó a Josué
para que lo reemplazara, y anunció que Dios entregaría a Palestina en manos de
Josué. Después que murió Moisés, Dios le exhortó a Josué a que fuera fiel a su
llamamiento (Jos 1.1–9).
Inmediatamente, Josué guió a
Israel hacia la Tierra Prometida. Dios recompensó la fe de Josué ayudando a
Israel a tomar posesión de la tierra. Primero dividió Dios el desbordante río
Jordán para que el pueblo pudiera atravesarlo por tierra seca (Jos 3.14–17).
Luego el ángel del Señor guió a los israelitas a derrotar milagrosamente a
Jericó, la primera ciudad conquistada en la Tierra Prometida. Cuando el pueblo
tocó las trompetas, conforme Dios lo había ordenado, las murallas de la ciudad
se derrumbaron (Jos 6). Al mando de Josué, Israel procedió a conquistar todo el
país (Jos 21.23–45). Sufrieron solo una derrota en Hai, cuando uno de los
hombres desobedeció las órdenes de batalla dadas p 7
por Dios (Jos 7). Habiendo aprendido la lección, los israelitas
decidieron seguir las órdenes de Dios y lo intentaron de nuevo, y esta vez
derrotaron a Hai. En total derrotaron a treinta y un reyes en el nuevo
territorio. Josué dividió la tierra entre las tribus de Israel, de acuerdo con
las instrucciones de Dios. Poco antes de morir, Josué instó al pueblo a
continuar confiando en Dios y a obedecer sus mandamientos.
Pero no lo hicieron así. Después
que Josué murió, «cada uno hacía lo que bien le parecía» (Jue 21.25). Los
grandes líderes de este período actuaron de manera similar a la de Moisés y
Josué; fueron héroes militares y jueces principales en las cortes de Israel, y
los llamamos «jueces». Los más notorios fueron Otoniel, Débora (la única juez
mujer), Gedeón, Jefté, Sansón, Elí y Samuel. (Rut vivió durante este período.)
Cuando lea los vívidos relatos de
estos héroes de la antigüedad, invierta un poco más de p 8
tiempo en la vida de Samuel. Fue uno de los personajes más importantes
de esta era.
Su madre había orado por un hijo,
así que alabó a Dios cuando el niño nació (1 S 2.1–10). Los padres de Samuel lo
entregaron al sacerdote Elí para que se preparara para servir al Señor. En su
niñez Samuel ayudaba a Elí a cuidar el tabernáculo. (Véase «Leyes y
Estatutos».) Allí Samuel oyó a Dios llamándole a que fuera el nuevo líder de
Israel, como profeta y juez.
Antes del tiempo de Samuel los
israelitas llamaban «vidente» al profeta (1 S 9.9; cf. Dt 13.1–15; 18.15–22).
Pero Samuel, como otros profetas posteriores, no era sencillamente un
pronosticador del futuro. Proclamaba los mensajes de Dios a la nación respecto
a las vidas que vivían, y con frecuencia reprendía al pueblo por sus malos
caminos. Pasó a ser el primero de los grandes profetas de Israel y el último de
los jueces. Por orden de Dios ungió a Saúl como el primer rey humano de Israel
(1 S 8.19–22, cf. Dt 14.14–20), aun cuando más tarde lo lamentó.
EL ARCA DEL PACTO. Este bajo relieve de la
sinagoga de Capernaum muestra el arca del pacto. El arca estaba en el Lugar
Santísimo del templo de Jerusalén. Desapareció cuando los ejércitos de
Nabucodonosor arrasaron la ciudad en 586 a.C.
D. La monarquía unida. En sus
primeros años Saúl pareció ser humilde y tener dominio propio. Con el paso de
los años, sin embargo, su carácter cambió. Se convirtió en un hombre obstinado,
desobediente a Dios, lleno de celos, odio y superstición. Desató su ira contra
David, un joven guerrero que había matado al gigante Goliat y que servía en su
corte como músico. Saúl trató repetidamente de matar a David, celoso de su
popularidad (1 S 5–9; 19.8–10).
Pero Dios había escogido a David
secretamente para que fuera el próximo rey, y le prometió que iba a establecer
su dinastía para siempre (1 S 16.1–13; 2 S 7.12–16). Sin embargo, Saúl continuó
reinando por muchos años.
Después de la muerte de Saúl, el
rey David llevó a Jerusalén el arca del pacto (cf. Dt 12.1–14; 2 S 6.1–11). El
arca era un cofre de madera que contenía las tablas de piedra en las que Dios
escribió los Diez Mandamientos que le dio a Moisés. Los israelitas habían
llevado el arca durante todos sus años de peregrinaje por el desierto, y la
consideraban como un preciado objeto sagrado. David la llevó a su ciudad
capital para que Jerusalén se convirtiera en el centro espiritual y político de
la nación.
David tenía las cualidades que
buscaba el pueblo: destreza militar, astucia política y un agudo sentido de sus
deberes religiosos. Había logrado fortalecer a la nación, y darle más seguridad
que nunca.
Pero David era humano, con
debilidades como cualquiera. Jugueteaba con la idea de tener un harem como lo
tenían otros reyes, e hizo arreglos para asesinar a un oficial de su ejército y
poder casarse con la esposa de este, a la cual ya había seducido. Hizo un censo
de Israel porque dejó de confiar en Dios para obtener la victoria militar; solo
confiaba en el poder de su ejército. Dios castigó a David y a Israel por este
pecado. David era la cabeza de la nación, así que cuando David pecó contra
Dios, todo su pueblo sufrió el castigo.
Salomón, uno de los hijos de
David, fue el siguiente rey de Israel. A pesar de la legendaria sabiduría de
Salomón, no siempre vivió sabiamente. Llevó a la práctica el plan político de
David, y fortaleció su hegemonía sobre los territorios que su padre había
conquistado. También fue sagaz hombre de negocios, e hizo tratos comerciales
que produjeron gran riqueza para Israel (1 R 10.14–15). Dios también usó a
Salomón para que construyera el gran templo en Jerusalén (cf. Dt 12.1–14). Pero
el estilo de vida derrochador de Salomón aumentó la carga tributaria del pueblo
común. Salomón heredó de su padre el deseo por las mujeres, y selló acuerdos
comerciales con reyes extranjeros mediante «matrimonios políticos», aumentando
así su harén con muchas esposas extranjeras (1 R 11.1–8). Estas esposas paganas
le sedujeron para que adorara ídolos paganos, y pronto estableció en Jerusalén
sus ritos y ceremonias. p 9
Packer, J. I., Tenney, M. C., White, W., &
Thomas Nelson Publishers. (2002). Enciclopedia ilustrada de realidades
de la Biblia (5–8). Miami, FL: Editorial Caribe.
p 296 C. La presencia de Dios. El
arca del pacto servía como símbolo o señal de la presencia de Dios entre los
israelitas durante la batalla (Éx 30.6; cf. 25.21–22). Durante el peregrinaje
en el desierto y en la conquista de la Tierra Prometida el arca siempre iba
delante de los ejércitos de Israel. Esto era para simbolizar la presencia
activa de Dios con su pueblo, no para sugerir que su presencia se localizaba en
ese objeto (véase 1 R 8.21), y que traer el arca era como una especie de
conjuro mágico. En cierta ocasión, no obstante, el pueblo cometió la
equivocación de pensar que el arca como objeto físico les aseguraba de la
presencia de Dios y les garantizaba la victoria (1 S 4.1–11). David, por otro
lado, llevó el arca a la batalla también (2 S 11.11); pero parece que confiaba
en Dios para ganar la batalla, y no en el arca como objeto. Su comprensión de
la dirección de Dios fue como la de Israel durante la conquista de la Tierra
Prometida.
D. Purificación ritual. Para que
Dios luchara con y por su pueblo, ellos debían estar ritualmente limpios (Dt
23.9–14). Debido a que debían apartarse de cualquier cosa que tenía que ver con
pecado y contaminación, Dios les dio instrucciones estrictas sobre lo que
debían hacer, y el pueblo a su vez hizo votos firmes al Señor (1 S 21.4–5; 2 S
11.11; cf. Éx 19.15). El pueblo y su causa debían ser santos, porque Dios
lucharía solo en una guerra que fuera santa y justa.
MONTÓN DE MANOS. Este relieve en piedra
caliza muestra manos cortadas por los soldados de Rameses III en su victoria
contra los libios (ca 1190 a.C.). Esta era una práctica común entre los
egipcios, quienes usaban las manos para contar el número de enemigos muertos.
E. Victoria esperada. Los
sacerdotes tocaban las trompetas antes de las batallas para poner su causa ante
Dios, para mostrar que esperaban la victoria, y para darle a Dios gracias por
ella (Nm 10.9–10). En el curso de batallas particulares con frecuencia las
trompetas servían como medio de enviar instrucciones a los comandantes de sus tropas
(Jos 6.5; Jue 3.27; 7.16–17). Los ejércitos de Israel también se lanzaban a la
batalla movidos por un grito de guerra, que algunas veces consistía en un grito
y otras veces una petición a Dios en voz alta. Un grito similar se usaba en la
adoración al Señor (véase Lv 23.24; Nm 29.1).
F. Conscripción militar. A
principios de la historia de Israel el ejército consistía de todos los hombres
de 20 años para arriba (Nm 1.2–3, 18, 20, 45; 26.2–4). Algunos eruditos han
sugerido que los 50 años era el límite superior para los soldados, así como lo
era para los sacerdotes (cf. Nm 4.3, 23). En otras ocasiones parece haber
habido un sistema de servicio selectivo para batallas en particular, en la cual
solo lucharon un número limitado de soldados (véase Nm 31.3–6).
G. Otras prioridades. Ciertas
responsabilidades sociales tenían prioridad sobre la guerra, y varias
categorías de hombres elegibles para la guerra quedaban exentos de cierta
batalla o guera en particular.
Primero, cualquiera que acababa
de construir una casa y no la había dedicado quedaba exento (Dt 20.5). Segundo,
a cualquiera que hubiera plantado una viña y que todavía no hubiera cosechado
de ella no se le exigía que fuera a la guerra (Dt. 20.6). Tercero, cualquiera
que se había casado y todavía no había consumado su matrimonio podía quedarse
en casa (Dt 20.7). Es más, el recién casado quedaba exento de la guerra por un
año (Dt 24.5). Cuarto, se eximía a cualquiera que tuviera miedo o desaliento
porque podía desalentar a las tropas (Dt 20.8). Quinto, los levitas no debían
ir a la guerra (Nm 1.48–49), aun cuando algunos de ellos voluntariamente
tomaron las armas. Las obligaciones familiares o religiosas tenían prioridad
sobre la participación en la guerra.
H. Oferta de paz. Antes de atacar
a las ciudades distantes, se les debía ofrecer términos de p 297
paz (Dt 20.10–15). Los términos de esta paz incluía la sujeción del
enemigo a la esclavitud o a trabajos forzados, que en efecto los convertía en
vasallos de Israel. Los anales históricos de este período muestran que con
frecuencia estos tratados de paz se celebraban de cierta forma en particular,
en la cual el vasallo juraba su total obediencia al amo y señor mientras que
éste le prometía protección a su vasallo. Romper este tratado era rebelarse
contra el señor, y rechazar su misericordia, protección y cualquier otra
bendición.
I. Destrucción completa. La
guerra era un asunto peligroso y horrible. Las instrucciones para la conquista
de la Tierra Prometida fueron que debían eliminar a todo habitante que encontraran
vivo, para que no arrastraran al pueblo de Dios a sus terribles perversiones
(Dt 20.16–18). Todo lo que estaba dentro de la propiedad de Palestina debía
consagrarse a Dios, y no se debía hacer ningún pacto ni acuerdo con estos
pueblos (Dt 2.34; 3.6; Jos 11.14; y muchos otros pasajes).
Es importante notar que la
prohibición de tomar alguna cosa del botín en Canaán era más que una regulación
de guerra. Era parte de la adoración regular a Dios e incluía todo lo que se
consagraba totalmente a Él (Lv 27.21, 28–29; Nm 18.14). Puesto que Palestina
era la tierra que Dios había reclamado para sí, Él exigía que la tierra entera
fuera consagrada a Él. En la práctica esto quería decir que la tierra debía ser
purificada por completo, porque nadie ni nada inmundo podía estar en su
presencia, y Él iba a morar en esta tierra con su pueblo. Los cananeos, que
habían sido maldecidos en su distante antepasado (Gn 9.25), se habían entregado
a horribles pecados y practicaban horrorosas perversiones de casi toda forma de
actos religiosos.
Debemos también notar que todo
hombre ya está bajo sentencia de muerte de parte de Dios y vive solo por su
gracia (Gn 3.3), así que no hay necesidad de buscar justificación adicional
para la maldición divina sobre algún hombre, incluyendo los cananeos. Sus
abominaciones, no obstante, fueron más allá de los demás pecadores. Todavía
más, como eterno Creador y Señor soberano del universo, Dios controla la
duración de la vida de toda persona (Job 1.21; Sal 31.15; 39.4–5; cf. Dn 4.35).
Así que ya sea que la muerte venga por medios naturales o por medio de la
guerra, está estrictamente en manos de Dios.
Las naciones fuera de Palestina
que rehusaron la oferta de paz de parte de Israel y la servidumbre, recibieron
la muerte de todo hombre, mujer, niño y animal; y todo lo demás fue botín para
los israelitas (Dt 20.12–14). Excepciones a estas reglas vinieron ya sea
mediante direcciones divinas específicas (Nm 31.7; 2 S 8.2) o por la propia
desobediencia de Israel (por ej. 1 S 30.17). Las prisioneras podían ser tomadas
como esposas, en cuyo caso servían al Señor. En este caso no podían seguir
sujetas a la esclavitud, lo cual hubiera sido su suerte de otra manera (Dt
21.10–14).
J. Confianza en Dios. El pueblo
de Israel debía confiar en Dios y no en su propia fuerza militar. Dios
originalmente planeó que el gobierno de su pueblo se centralizara en Él antes
que en un rey humano, y que eso significaría un mínimo de imposición
tributaria. Los gobernantes terrenales poderosos tendían a exigir pesados
impuestos. Puesto que la caballería y los carros como principales armas
militares de la época eran extremadamente costosos de adquirir y mantener, Dios
prohibió que los reyes israelitas los tuvieran (Dt 17.16). Eso hubiera
requerido un gobierno altamente centralizado e impuestos muy elevados.
K. Respeto por los recursos
naturales. Dios prohibió que se destruyeran frutales para construir maquinaria
de asedio al atacar a las ciudades amuralladas (Dt 20.19–20). Incluso en
tiempos de guerra a Israel se le enseñó a respetar el fruto de la tierra, la
fuente de la vida, y se le recordaba que la guerra era contra los hombres
pecadores y no contra la naturaleza.
L. Compensación para las tropas.
Se hizo provisión adecuada para pagar a las tropas (Nm 31.21–31, 42; Dt 20.14),
obligando a sus familias a equiparlas y sostenerlas, y permitiéndoles tomar el
botín como su paga (1 S 30.16; Sal 119.162; Is 9.3). El botín debía dividirse
entre todos los soldados, incluyendo a los que se habían quedado «detrás de las
líneas» cuidando el bagaje o esperando en la retaguardia por alguna otra razón
(Nm 31.26–47; Jue 5.30; 1 S 30.24–25).
También había que separar una
porción para el Señor (Nm 31.28–30, 50–54; Jos 6.24). En la historia israelita
posterior el rey, como representante especial de Dios, tomaba la porción
de p 298 Dios para el templo (2 S 8.7–8, 11) y para el
palacio o el mantenimiento del gobierno (2 S 12.30; cf. 1 S 21.9; 2 R 14.14).
Hay 12 observaciones generales
sobre las reglas o principios de guerra en el Antiguo Testamento. El registro
bíblico de la historia de Israel muestra repetidas violaciones de ellas. Casi
desde el principio de su historia en la tierra, la idolatría y la superstición
alejó del Señor al pueblo. Vemos esto en la conducta idólatra de los jueces
Gedeón y Micaía (Jue 8.22–28; 17.1–6). Más tarde, durante la monarquía bajo
Saúl fue fundada en la misma falta de confianza en Dios. El gigantesco ejército
de Salomón y sus muchos carros son evidencia clara de su actitud hacia las
instrucciones previas de Dios. Finalmente, durante la monarquía dividida los
reyes de Israel y Judá prestaron muy poca atención a las directivas de Dios
respecto a la guerra.
Es interesante que aun cuando el
hombre secular moderno condena severamente lo que piensa que es la barbarie en
las regulaciones bíblicas en cuanto a la guerra, las guerras de hoy se realizan
en un nivel mucho más bárbaro, no perdonando ni la tierra ni la gente. Esto es
cierto tanto en las guerras entre naciones, como en las guerras civiles en las
cuales varias fracciones luchan por controlar una nación en particular. Hemos
desarrollado armas tan destructivas que no hacen distinción entre civiles y
militares. En el mundo actual se ha perdido la moralidad de la guerra y de los
que luchan en ellas, porque los seres humanos básicamente desechan las
cuestiones de rectitud y justicia. En el campo de batalla el fin justifica los
medios, predomina el odio, y no hay regla que prevalezca.
II. Enseñanzas del Nuevo
Testamento. En el Nuevo Testamento el énfasis recae nuevamente en la rectitud y
la justicia. Las cuestiones son demasiado complicadas para tratarlas en
detalle; pero la Biblia sugiere una posición cristiana sobre la guerra.
Es claro que se deben denunciar
vigorosamente muchas prácticas de la guerra moderna. Por otro lado, el mismo
Dios está en el centro de ambos Testamentos; y en el Antiguo Testamento Dios
mismo participa en la guerra (Éx 7.4; 12.41; 14.15; 15.1). Dios usó la guerra
para castigar a su pueblo (Dt 28.49–57) y para juzgar a las naciones (por ej. 1
S 15.1–3).
Packer, J. I., Tenney, M. C., White, W., &
Thomas Nelson Publishers. (2002). Enciclopedia ilustrada de realidades
de la Biblia (296–298). Miami, FL: Editorial Caribe.
4. El templo y el arca
Juan concluye la enumeración de
los eventos que ocurren al sonar la séptima trompeta. “Y el templo de Dios fue
abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo. Y hubo
relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo” (v. 19)
El templo celestial representa el
sistema de verdad de Dios a través de las Escrituras. La orden que Dios dio a
Moisés, “Mira y hazlos conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte”
(Éxodo 25:40), se interpreta en la carta a los Hebreos (Hebreos 8:5; 9:23) como
una indicación de la formas terrenales de adoración, pero solamente copias y
símbolos del sistema eterno de verdad. Yo entiendo que el “modelo” que Moisés
vio en el monte, y que Juan vio en su visión, representa, no algo físico y
medible, sino las verdades eternas de Dios.
En el tabernáculo terrenal, el
“arca del pacto”, sobre el cual estaba el “propiciatorio”, el “lugar de
misericordia”, simbolizaba la presencia espiritual de Dios. La gloria
“shekinah” del Señor se manifestaba en relación con el arca del pacto.
Ezequiel, en capítulos 10 y 11, describe el abandono de la gloria del Señor en
el tiempo del cautiverio babilónico. El arca mismo desapareció en aquel tiempo,
y no se ha visto desde entonces.
Cuando Cristo murió en la cruz,
el velo que cubría el Lugar Santísimo fue roto desde arriba hacia abajo (Mateo
27:51), pero el arca del pacto no estaba allí.
Es evidente que el simbolismo de
abrir el templo celestial y mostrar el arca del pacto significa una renovación
de la manifestación de la presencia de Dios. Esto es muy apropiado durante el
sonido de la séptima trompeta, porque la presencia visible de Cristo ha llegado
a la tierra.
Se ha notado que había un
terremoto en la misma hora que el rapto de los dos testigos (Apocalipsis 11:12,
13). Si tenemos razón en sostener que el rapto de ellos es simultáneo con el rapto
de la iglesia, y si tenemos razón en identificar la séptima trompeta con la
trompeta del rapto, entonces también podemos identificar el terremoto de
Apocalipsis 11:19 con el terremoto de Apocalipsis 11:13.
Buswell, J. O. (2005). Teología
sistemática, tomo 4, Escatología : Buswell, J. Oliver. (901). Miami, Florida,
EE. UU. de A.: LOGOI, Inc.
El Tabernáculo
Dios prometió a Moisés que
estaría con su pueblo; su presencia se reconocía en las columnas de nubes y
fuego. Pero Dios también decidió que se erigiera un Tabernáculo: una carpa para
sí mismo en medio del campamento israelita. Moisés trasmitió las detalladas
instrucciones de Dios a los artífices que habrían de construir este pabellón
especial o Tabernáculo. En el centro de una serie de claustros, se encontraba
«el Lugar santísimo». No había allí imagen alguna de Dios, como en otros
santuarios similares de la época, pero sí una caja o arca cubierta de oro, en
la que se colocaron las dos tablas de la Ley que Moisés había traído de lo alto
de la montaña.
Una característica de este
Tabernáculo era que cada una de las partes estaba provista de varas y anillos
para transporte. Puesto que el pueblo estaba en marcha, el Tabernáculo también
tenía que ser movible. El Dios de Israel no era como los dioses de los pueblos
de los alrededores, cuyo poder estaba confinado al territorio en que vivía su
tribu. Mientras el pueblo de Dios estuviera peregrinando, él prometía ir con
ellos y vivir allí.
Se estipularon pautas muy
estrictas, para evitar que la gente pensara que se podía tratar a Dios con
liviandad. Solo los sacerdotes elegidos tenían permiso para servir en el
Tabernáculo; y una vez instalado el campamento, las tiendas de los sacerdotes
rodeaban a la tienda de Dios. A la vez que señalaba la presencia de Dios entre
su pueblo, el Tabernáculo protegía a todos de un contacto demasiado próximo con
la terrible majestad y santidad de la presencia de Dios.
El libro del Éxodo está lleno de
la gloria y santidad de Dios, pero los escritores también ponen énfasis en el
hecho de que Dios estaba dispuesto a vivir en medio de su pueblo, protegiéndolo
y salvándolo. La gente tuvo que aprender muchas lecciones amargas durante su
peregrinación por el desierto. Faltaba el agua, y a menudo protestaban y
aturdían a Moisés con sus quejas. Pero Dios se revela como Aquel que
constantemente proporciona lo que necesita su pueblo.
El libro de Éxodo termina cuando
se completa la construcción del Tabernáculo, y lo envuelve la brillante nube de
la presencia de Dios en toda su gloria. Dios está con su pueblo.
EL TABERNÁCULO
La tienda del culto de Israel
Las instrucciones para construir el Tabernáculo están estipuladas en
detalle en el libro de Éxodo. Los israelitas debían hacer una tienda portátil
para el Señor, que llevarían durante la travesía hasta la tierra prometida.
Cuando instalaban el campamento, la tienda de Dios se erigía en el centro. Dios
estaba en el medio de su pueblo: estaba siempre presente entre ellos.
La tienda tenía dos habitaciones: en el cuarto privado interior se
depositaba el arca de la alianza y la copia de las leyes de Dios. En el atrio
externo había un candelabro con siete lámparas, un altar para el incienso y una
mesa con doce panes.
Un amplio atrio rodeaba a la tienda de Dios: aquí la gente se presentaba
ante los sacerdotes. Había un altar para los sacrificios. Un gran recipiente de
bronce contenía agua para que los sacerdotes se lavaran antes de entrar a la
tienda de Dios.
Batchelor, M. (2000). Abramos la
Biblia. Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas.
Pacto de Dios con David
El gran sueño de David era
construir un maravilloso templo dedicado a Dios y apropiado para contener el
arca de la alianza. Al principio, el profeta Natán estuvo de acuerdo con sus
planes. Pero después trajo el mensaje de Dios de que no sería David quien
construyese una casa para Dios. En cambio, Dios construiría «la casa» de David:
prometió afianzar su dinastía.
«Tu casa y tu reino permanecerán siempre delante de tu rostro, y tu
trono será estable eternamente». (2 S 7.16)
Este es un capítulo importante
como base para la secuencia de promesas mesiánicas. El rey venidero, cuyo reino
no tendría fin, habría de ser un descendiente de David.
David estaba lleno de alabanza y
gratitud a Dios por su promesa de alianza. Y se contentó con preparar
materiales para el templo que, a su debido tiempo, construiría su propio hijo
Salomón.
1 y 2 Reyes
1 y 2 REYES
1 REYES: PASAJES Y HECHOS CLAVE
Salomón pide sabiduría 3
La construcción y la consagración del templo; la oración de Salomón 5–6, 8
Visita de la reina de Sabá 10
El reino se divide 12
Elías y la vasija de aceite 17
Elías y los profetas de Baal 18
Una voz suave: Dios se aparece a Elías
19
El rey Acab y la viña de Nabot
21
2 REYES: PASAJES Y HECHOS CLAVE
Elías arrebatado al cielo; el carro de fuego 2
Eliseo y sus milagros 2, 4, 6
La curación de Naamán 5
La reina Atalia y Joás, el niño rey
11
Caída de Samaria; Israel capturado por Asiria 17
El rey Ezequías y la amenaza asiria
18
El rey Josías descubre el Libro de la Ley: reformas 22–23
Jerusalén cae en manos de Babilonia
25
Tal como lo indica el título, los
dos libros de 1 y 2 Reyes, que eran originalmente uno, cuentan la historia de
los reyes de Israel. Registran el apogeo, la decadencia y la caída de la
monarquía hebrea. Estos acontecimientos no se presentan como hechos y números
áridos sino en historias vívidas y reales de hombres y mujeres.
La voz del autor se manifiesta
claramente, emitiendo el veredicto de Dios sobre cada sucesivo gobernante. El
comentario reza: «hizo lo recto ante los ojos de Jehová» o lamentablemente y
más a menudo: «hizo lo malo ante los ojos de Jehová». A continuación llegaba la
prosperidad o la calamidad.
A veces aparecían profetas.
Hablaban en nombre de Dios, diciéndole al rey y al pueblo cuál era el veredicto
de Dios. Eran particularmente francos en su defensa de los desvalidos y hacían
hincapié en la necesidad de justicia y rectitud. A fin de mantener su alianza
con Dios, rey y pueblo debían obedecer a Dios y ser bondadosos y compasivos con
los compañeros miembros de la alianza. Los profetas estaban preparados para
enrostrar directamente al rey, si usurpaba la ley de Dios o corrompía la
justicia.
Batchelor, M. (2000). Abramos la
Biblia. Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas.
Tercer período: Israel en Canaán
Hacia el fin de la dinastía XIX y
el principio de la XX Egipto estuvo enfrascado en luchas por el trono. En
consecuencia su soberanía y autoridad en Canaán quedó sumamente debilitada. Fue
por ello que los israelitas lograron establecerse en la Sierra Central y en
Transjordania de lo que era territorio egipcio.
Lo complejo de las narraciones de
la conquista se aprecia cuando se ve que por una parte se afirma que todo
Canaán fue conquistado por Josué, y por otra parte se afirma que la conquista
no fue absoluta. De hecho, los cananeos no fueron totalmente sometidos hasta
300 años después de la entrada de Israel en la tierra de Canaán.
La conquista (Jos 1:1–12:24). El
Libro de Josué presupone que todo el pueblo actúa en conjunto y al unísono,
pero lo cierto es que cada tribu tenía sus propias empresas con total
independencia de las otras. Según el texto Jericó fue destruída por Israel,
pero las investigaciones arqueológicas muestran que Jericó fue destruída mucho
antes (ca. 1550), y no volvió a ser ocupada hasta tiempo después de la
Conquista. Se le acredita a Josué el conquistar toda aquella tierra, las
montañas de la Sierra Central, el Neguev, toda la tierra de Gosén, los llanos,
el Arabá, desde el monte Halac en el sur hasta Baal-gad en la falda del monte
Hermón.
La distribución (13:1–22:34) Pero
lo cierto es que quedaba mucha tierra por conquistar, como Filistea. De muchas
ciudades no se expulsó a los cananeos. A Caleb, quien no era israelita sino
cenezeo, se le dio Hebrón y a Otniel, también cenezeo, se le dio Debir. Se
echaron suertes para decidir los territorios de cada tribu. Se designaron seis
ciudades de refugio y 48 ciudades situadas dentro del territorio de otras
tribus fueron asignadas a la tribu de Leví.
La renovación del pacto
(23:1–24:33). Josué renovó la alianza con YHWH en la ciudad de Siquem. No hay
evidencia arqueológica ni referencia alguna en la Biblia de que esta ciudad
fuese destruída en el siglo XIII o XII, pero sí hay evidencia de que grupos
hebreos radicaban allí desde el período patriarcal. Josué murió a la edad de
ciento diez años y lo sepultaron en su propiedad, y en Siquem enterraron los
huesos de José traídos de Egipto.
Los jueces. (Jue 1:1–16:31)
Durante la dinastía XX Egipto se vió asolado por los «Pueblos del Mar» quienes
trataron de conquistar el Delta del Nilo. Entre ellos estaban los filisteos Al
mismo tiempo que los israelitas entraban por el este, los filisteos entraban en
Canaán por el oeste. Las pugnas entre ambos pueblos duraron por siglos.
El Libro de Jueces contiene
historias detalladas de unos pocos jueces: Débora, Gedeón, Jefté y Sansón. De
los demás no hay más que breves menciones. Los jueces tenían que ver con una
tribu o con un pequeño grupo de tribus. Las historias de los diversos jueces
fueron hilvanadas dentro de una sola estructura: a) Israel se olvida de Dios y
se va tras otros dioses; b) Dios los abandona a sus enemigos; c) Israel se
arrepiente; d) Dios les da un «juez» que los libera e Israel es fiel, pero al
morir el juez comienza otro ciclo. El período de los jueces parece abarcar 410
años, pero solamente ocupa 180 años (del 1200 al 1020 a.C.).
Al final del Libro de Jueces se
cuenta cómo los danitas, a quienes se les asignó la región donde estaban los
filisteos no pudieron derrotarlos y la tribu marchó al extremo norte donde
conquistó a Lais, que llamaron Dan. Por último se narra la afrenta cometida por
la tribu de Benjamín y cómo fue atacado por las demás tribus.
Samuel y Saúl (1 S 1:1–31:13).
Los filisteos trajeron consigo el uso del hierro. Así derrotaron a los danitas
y la tribu tuvo que ir rumbo al norte. Por su superioridad militar los
filisteos fueron una amenaza para Israel. Este resultó ser un problema que no
podía resolver cada tribu con su propio juez. ¡Hacía falta un rey!
Samuel, el último juez, hijo de
Elcana, se crió en el santuario de Silo bajo la supervisión del sacerdote Elí.
El santuario de Silo fue destruído y el arca fue capturada por los filisteos.
Durante siete meses ocurrieron desastres en Filistia por la presencia del arca.
Por fin los filisteos la devolvieron a Israel y fue puesta en la casa de
Abinadab, en Quiriat-jearim. Al cabo de veinte años Samuel funge como profeta,
juez y sacerdote. Samuel vivió en Ramá y desde allí juzgó a Israel. Cada año
hacía un recorrido de unos 50 kms, por la Sierra Central, en la región de la
tribu de Efraín, juzgando a Israel en Bet-el, Gilgal y Mizpa.
Saúl, de la tribu de Benjamín,
fue ungido como rey por Samuel debido a la presión del pueblo que quería tener
un rey. Saúl llamó a Israel a luchar contra los amonitas para acudir en ayuda
de Jabes de Galaad, y tras la victoria fue reconocido por todo Israel como rey
en Gilgal. Jonatán, el hijo de Saúl, y su escudero atacaron la guarnición
filistea del desfiladero cerca de Micmas. Inspirados por ellos los israelitas
derrotaron a los fifisteos desde Micmas hasta Ajalón. Pero Saúl tenía un grave
problema, él estaba en uno de esos períodos de transición en los que es
sumamente difícil funcionar. La transición de los jueces a la monarquía era
cosa de mayor cuantía. Las tradiciones antimonárquicas que se incorporan en la
Historia Deuteronómica le llaman «rey», pero las que están a favor de la
monarquía nunca le confieren ese título pues juzgan que él nunca fue rey. No
tenía palacio, ni harén, ni un numeroso ejército profesional, y no cobraba
impuestos, todo lo cual era esencial para un rey de aquellos tiempos. Y cuando
desobedeció la orden directa de Samuel, el profeta lo repudió y nunca más lo
volvió a ver. Ya muerto Samuel, Saúl trató de consultarlo sobre sus conflictos
con los filisteos mediante una adivina o espiritista, pero el repudio de Samuel
fue violento. En la batalla del Monte Gilboa, en la que los ejércitos de las
cinco ciudades de Filistia combatieron contra Israel, Saúl y sus hijos hayaron
su muerte.
Cuarto período: David y Salomón
A principios del último milenio
antes de Jesucristo la situación en el Cercano Oriente cambió radicalmente. Los
grandes imperios de la antigüedad eran cosa del pasado. Fue en esta situación
que David y Salomón pudieron crear un pequeño pero poderoso imperio.
David (1 S 16:1 – 1 R 2:11; 1 Cr
11:1–29:30) David era hijo de Isaí, el menor de ocho hermanos. Samuel lo ungió
en secreto como rey de Israel. La Biblia cuenta dos tradiciones de cómo pasó a
ser ayudante de Saúl. Una se basa en su don como músico, la otra en su
habilidad militar cuando mató al gigante Goliat.
Al regresar Saúl y David los
recibieron celebrabando a David como superior a Saúl. Jonatán se hizo amigo de
David, y su hija Mical y David se enamoraron. Esto encendió el celo de Saúl y
trató de matar a David. David huyó y entró al servicio de los filisteos como
mercenario pero no peleó en Gilboa.
Al morir Saúl David gobernó como
rey de Judá por siete años y medio dede Hebrón, mientras que a Israel lo
gobernaba Is-boset, hijo de Saúl. Por fin, a la muerte de Is-boset, las tribus
de Israel vinieron a Hebrón y proclamaron a David rey de Israel.
Así comenzó el Reino Unido. Pero
David tomó medidas para consolidar su posición. Recobró a su esposa Mical para
tener hijos que fuesen descendientes de Saúl. Conquistó a Jerusalén en la
frontera entre Israel y Judá, para gobernar ambos reinos. Trajo el Arca a
Jerusalén para hacerla el centro de la devoción religiosa.
David puso fin a las amenazas de
Filistia y conquistó los reinos de Edom, Moab, Amón y Siria. Desde el
Mediterráneo hasta la Arabia, y desde el Golfo de Aqaba hasta Kadesh, al norte
de Damasco, todo pertenecía a David.
David incurrió en una grave falta
por la que sufrió terribles consecuencias. Su adulterio con Betsabé y la muerte
de Urías fueron condenados por Dios. De esa unión ilegítima nació un niño que
murió. Después les nació otro hijo, Salomón.
En lo sucesivo una calamidad
sigue a la otra. La hija de David, Tamar, fue violada por su medio hermano,
Amnón. El hermano de Tamar, Absalón, mató a Amnón y encabezó una rebelión
contra su padre David. Eventualmente Absalón fue muerto por Joab. Por fin David
regresó a Jerusalén y otra vez unificó la nación.
Cuando David era ya muy viejo,
uno de sus hijos, Adonías, usurpó el trono. El profeta Natán y Betsabé
conspiraron en contra de Adonías y lograron que David proclamase rey a su hujo
Salomón poco antes de morir.
Salomón (1 R 1:1 – 11:43; 1 Cr
28:1 – 2 Cr 9:31). Cuando Salomón ascendió al trono él consolidó su poder
eliminando a Adonías, su hermano mayor, a Joab, y a Simei y desterró a Abiatar
a Anatot. Durante su reinado Israel prosperó abundantemente pues tenía el
control de las rutas que comunicaban a Europa, Africa y Asia.
Salomón dividió a Israel en doce
distritos encargados de pagar impuestos y de abastecer por un mes las
necesidades del palacio, pero eximió a Judá. Hizo arreglos comerciales con
otros pueblos. Con Hiram, rey de Tiro, contrató la construcción de su palacio y
del Templo de Jerusalén. De Fenicia se importaron los técnicos, pero Salomón
impuso trabajos forzados a los israelitas para las labores de construcción. En
la Biblia se enfatizan los detalles del Templo, pero cuando se construyó era la
capilla del palacio. El Templo fue construído siguiendo el patrón de los
templos cananeos y fenicios. También arregló con Hiram para establecer una
flota naval en el Golfo de Aqaba que se dedicó al tráfico por el Mar Rojo y
posiblemente hacia el Océano Índico.
A pesar de la sabiduría de
Salomón él cometió grandes errores que desintegraron el Reino Unido. La
distinción entre Israel y Judá y su enorme harén donde permitióel culto de
dioses extranjeros motivaron a Jeroboam a buscar la independencia de Israel.
Salomón trató de matarlo pero él se asiló en Egipto hasta la muerte de Salomón.
Quinto período: Los reinos de
Israel y Judá
Israel mantuvo la tradición
mosaica a lo largo de toda su historia, pero en Judá la teología que dominó fue
la «teología real»: a) la ciudad, b) el reino, y c) la dinastía de David; y d)
el templo de Salomón. Judá se olvidó de la tradición mosaica.
La Historia Deuteronómica (Josué,
Jueces, Samuel y Reyes), se escribió más de un siglo después de que Israel fue
conquistado por Asiria. Por ser escrita por gente de Judá, asume que los
israelitas han de ser condenados porque se separaron de la Casa de David.
Cuando Salomón murió Judá aceptó
a su hijo Roboam como rey. Roboam fue a Siquem para ser consagrado rey de
Israel. Los israelitas preguntaron a Roboam si pondría fin a las explotaciones
de su padre Salomón. Roboam se negó a hacerlo y por eso los dos reinos se
dividieron. Judá continuó con reyes de la línea de David, mientras que en el
Reino de Israel hubo reyes de distintas dinastías.
Esta historia está más interesada
en la teología que en la historia y prescinde de muchos detalles. El autor
refiere al lector a las crónicas de los reyes de Israel y Judá, pero estos son
anales y archivos que se han perdido.
Los reyes de Judá y de Israel son
juzgados por su obediencia al pacto según la teología deuteronómica la cual
afirmaba que solamente se podía adorar a Dios en el Templo de Jerusalén. Por
ello todos los reyes de Israel son condenados en lo absoluto. En cuanto a los
reyes de Judá, solamente dos reciben aprobación absoluta: Exequías y Josías.
Otros seis reciben aprobación limitada y los diez restantes son condenados
porque desobedecieron la voluntad divina.
Sexto período: En Babilonia
Este período es el más breve de
este «Bosquejo» pues sólo cubre 59 años, pero éstos transformaron radicalmente
la historia y la fe de Israel.
El poder radicaba en el Imperio
Asirio a mediados del siglo VII, pero cuando Asurbanipal (668–627) murió el
impreriose desintegró. Ciaxares, rey de Media (625–585), conquistó a Asur en
614, y aliado con Nabopolasar, rey de Babilonia (626–605), a Nínive en el 612.
Los asirios se refugiaron en
Harán, pero en el 610 también ella cayó ante el ataque de Nabopolasar. Los que
escaparon se refugiaron en el norte de Siria y el faraón Necao los rescató.
Cuatro años después Necao marchó con el ejército egipcio y los remanentes de
las fuerzas asirias para combatir a los babilonios. Nabucodonosor, príncipe
heredero de Babilonia, les hizo frente en la batalla de Carquemis (605) y los
derrotó tomando posesión de Siria y Palestina hasta la frontera con Egipto. Nabopolasar
murió poco después y Nabucodonosor ascendió al trono (605–562). Su reinado fue
la cumbre del Imperio Neo-babilónico.
Después de la segunda deportación
Nabucodonosor nombró a Gedalías gobernador de Judá. Poco después Ismael, de la
familia de David, asesinó a Gedalías. Temerosos de las represalias muchos de
los que quedaban en Judá se refugiaron en Egipto. Nabucodonosor marchó de nuevo
a Judá en el año 582 y hubo una tercera deportación a Babilonia.
El sucesor de Nabucodonosor,
Evil-merodac (561–560), liberó a Joaquín, rey de Judá, y le dio un lugar
prominente en la corte de Babilonia (2 R 25:27–30; Jer 52:31–34). Neriglisar
(560–556) usurpó el trono. Cuando Neriglisar murió le sucedió su hijo,
Labashi-Marduc, pero lo asesinaron y le sucedió Nabónido (556–539) quien no
favorecía el culto del dios Marduc, especialmente el Festival de Año Nuevo,
Akitu, que incluía la ceremonia de la humillación del rey. Nabónido no
participó en el Festival de Akitu durante ocho años, lo que creó una crisis en
Babilonia. Nabónido se mudó a Tema, en el Desierto de Arabia y dejó a su hijo
Baltazar como co-regente. La Biblia identifica a Baltazar como rey de
Babilonia, pero él nunca fue rey..
Dado el disgusto de los
babilonios por la conducta de Nabónido, los persas se apoderaron de la ciudad
de Babilonia en 539 sin tener que luchar. Ciro, rey de Persia, entró en la
ciudad bajo los gritos de aclamación de los babilonios.
El Exilio transformó la fe de
Israel en el Judaísmo, la fe del resto del Antiguo Testamento, la fe en la cual
Jesús realizó su ministerio, y la fe en medio de la cual viven los judíos del
día de hoy. Fue allí, en el Exilio en Babilonia, donde surgió el judaísmo.
Los babilonios llamaron a los
exiliados que venían de Judá «judíos». Estos al ser deportados trajeron consigo
sus tradiciones. Fue en Babilonia donde se terminó la Historia Deuteronómica
(Josué, Jueces, Samuel y Reyes), donde se compilaron la tradición «yavista», la
«elohista», la «deuteronómica» y la «sacerdotal» formando la Tor (Génesis,
Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio). Y para tener estudiar la Torá
organizaron la «sinagoga». Ciertamente el judaísmo nació en el Exilio.
Séptimo período: El regreso
Ciro el Grande conquistó a Media
y a Lidia y de allí se volvió rumbo a Mesopotamia. Venció a los ejércitos de
Nabónido en la batalla de Opis y de allí marchó a la capital, Babilonia. Así
nació el Imperio Persa.
Poco se sabe de la historia del
judaísmo durante este período. Los persas no interfirieron con los pueblos de
su Imperio y les respertaron su vida cultural y religiosa. Al ver su
restauración de la religión de Marduc en Babilonia, los judíos les pidieron
reedificar el Templo. En el año 538 les dieron permiso. Sheshbazar fue
encargado de hacerlo pero no sabemos nada más de él. El sucesor de Ciro, Cambises,
conquistó a Egipto donde había una colonia militar judía en Elefantina. La
colonia tenía un templo dedicado a Yavé. En cuanto a Jerusalén Zorobabel, de la
línea de David, fue nombrado gobernador lo que estimuló grandesesperanzas.
Darío I Histaspis, sucesor de
Cambises, renovó el edicto de construcción del Templo de Jerusalén. En el año
520 se reanudó su restauración y fue dedicado en 515. Darío dividió el Imperio
en 20 «satrapías», cada una bajo un gobernador. Jerusalén pertenecía a la
Quinta Satrapía, que iba de Bet-el a Bet-zur.
No tenemos información alguna
sobre los judíos después de la reconstrucción del Templo hasta el texto de
Esdras/Nehemías. Nehemías era funcionario de la corte de Artajerjes I Longímano
(465–424) que fue enviado (445) a reconstruir las murallas de Jerusalén y
después fue nombrado gobernador de Judá como provincia independiente de
Samaria.
Esdras vino a Jerusalén nombrado
por el rey de Persia para que sirviese como «comisionado» para los asuntos
judíos. Allí leyó la Torá al pueblo, pero el hebreo era un idioma desconocido
así que tuvo que tener traductores que lo vertieron al arameo..
Las opiniones de los eruditos
difieren sobre cuándo fue que Esdras vino a Jerusalén. Se ofrecen tres fechas:
458, 428 y 398.
En el año 334 Alejandro Magno
cruzó el Helesponto y venció a Darío III en la batalla de Iso (333). Después
conquistó a Egipto y a Mesopotamia. Continuó su avance hasta Susa y Persépolis
las cuales se rindieron. Darío III fue asesinado en Hircania por sus propios
hombres. Así tuvo fin el Imperio Persa.
Octavo período: Entre los dos
testamentos
El Antiguo Testamento termina
durante el período persa, en un mundo muy distinto al del Nuevo Testamento. Los
más importantes libros de la Apócrifa para entender este período son los Macabeos.
Estos no cubren todo el período que nos interesa, pero nos ayudan a aclarar
muchos puntos.
Alejandro el Magno ascendió al
trono a los veinte años de edad y resultó ser uno de los líderes militares más
grandes en toda la historia. Conquistó todo el Imperio Persa y llegó hasta el
Rio Indo en Paquistán. De regreso a Grecia se enfermó y murió en Babilonia.
Tenía apenas treintaidos años.
Su hijo no le heredó. Su imperio
se dividió entre cuatro de sus generales. Mesopotamia y Siria quedaron en mano
de Seleuco I Nicátor quien fundó la dinastía de los «Seléucidas». Egipto quedó
en manos de Tolomeo Sotero, quien fundó la dinastía de los «Lágidas». Tanto los
Seléucidas como los Lágidas fomentaron el desarrollo del helenismo.
La Palestina estuvo bajo el
control de los Lágidas hasta que Antíoco III el Grande ascendió al trono de los
Seléucidas. En lo sucesivo la Palestina estuvo bajo los Seléucidas. Entre los
judíos de la Palestina había unos que favorecían el helenismo y otros que lo
repudiaban completamente. Uno de los Seléucidas, Antíoco IV Epífanes, atacó con
toda violencia a los judíos que se oponían al helenismo y ordenó que: a) toda
madre que circuncidase a su hijo fuese ejecutada; b) que se quemasen todas las
copias de la Torá; y c) que el observar el Sábado o el tener copias de la Torá
eran motivo para la pena de muerte. En el año 168 desacralizó el Templo
poniendo allí una estatua de Zeus y sacrificando puercos sobre el altar de
Yavé. Por toda la región se pusieron altares paganos y se les ordenó a los judíos
que hicieran sacrificios a Zeus y que comiesen carne de puerco.
Muchos lo hicieron así y otros
muchos murieron por su fe. En el poblado de Modein un oficial sirio ordenó que
se cumpliese el edicto real, pero Matatías, un líder de la comunidad, se negó a
hacerlo. Al ver a otro judío que estaba dispuesto a sacrificar los puercos
Matatías se llenó de ira y mató al judío y al oficial sirio y junto con sus
cinco hijos se fugó a las montañas cercanas, dedicándose a hacer guerra de
guerrillas contra los sirios. Sus hijos Judas, Jonatán y Simón fueron jefes
sucesivos de la rebelión. El 25 del mes de Kislev (diciembre) del año 165 Judas
Macabeo reconquistó y purificó el Templo, construyó un nuevo altar, y reanudó
el culto a Yavé.
Poco después ocurrió una división
entre los judíos que estaban contra el helenismo. Por una parte estaban los
hasidim que creían que con la reconsagración del Templo ya no era necesario
seguir luchando. De la otra parte estaban los seguidores de los Macabeos que
creían que había que seguir luchando para recobrar la independencia.
Juan Hircano I, hijo de Simón,
ocupó el sacerdocio y el trono y extendió su reino hasta cubrir Galilea e
Idumea. Al morir Juan Hircano su hijo Aristóbulo tomó el poder y puso en
prisión a todos sus hermanos. Cuando murió Aristóbulo su esposa, Salomé
Alejandra, liberó a sus cuñados y se casó con uno de ellos, Alejandro Janneo,
quien fue sumo sacerdote y rey. Al morir Alejandro Janeo Salomé Alejandra reinó
por varios años y designó a su hijo Juan Hircano II como sumo sacerdote.
Al morir su madre Juan Hircano II
asumió el título de rey, pero su hermano Aristóbulo II (69–63), apoyado por los
saduceos, lo expulsó. Hircano buscó apoyo del gobernador de Idumea, Antipater,
y éste pidió ayuda del Senado de Roma. En el año 63 a.C. el general romano
Pompeyo tomó posesión de Jerusalén y designó a Juan Hircano II como sumo
sacerdote (63–40) pero no como rey. De esta manera la independencia de los
judíos tocó a su fin.
Así llegamos a los albores del
Nuevo Testamento. Los judíos están bajo el poder de Roma. Las sectas de los
fariseos y saduceos están en pugna una con la otra, no solamente sobre
cuestiones religiosas, sino también políticas. Nueve de cada diez judíos viven
fuera de la Palestina en lo que se conoce como la diáspora. Los judíos de la
diáspora hablan el griego llamado koiné, mientras que los de la Palestina
hablan arameo. Hay un solo templo para el culto de Yavé y está en Jerusalén,
pero hay sinagogas donde se estudia la Torá por toda la Palestina y por todo el
resto del Imperio Romano. Ese es el mundo del Nuevo Testamento, ese es el mundo
al que vino Nuestro Señor Jesucristo, y ese es el mundo en el que nació la
Iglesia.
González, J. A. (1999). Bosquejo
de historia de la Israel: González, Jorge A. (16–31). Decatur, GA: Asociación
para la Educación Teológica Hispana.
Salmo 105
Este canto testifica del
establecimiento del pacto de Dios con la nación de Israel. Aun cuando es anónimo,
los primeros quince versículos se atribuyen a David, en el tiempo cuando hizo
traer el arca del pacto a Jerusalén (1 Cr 16.8–22)
¿Qué pide el salmista en los
primeros cinco versículos que haga Israel?
¿Cuáles etiquetas ancestrales usó
el salmista para identificar a Israel? (v. 6)
Subraye en su Biblia todas las
referencias a Abraham y a Jacob en el Salmo 105. Luego trace un círculo
alrededor de todas las veces que aparecen las palabras «pacto», «juramento» y
«herencia». ¿Qué aspecto de la historia de Israel se nota en los versículos
9–12?
¿Qué aspecto de la historia del
pacto se nota en los versículos 42–45?
El Salmo 105.16–22 resume los
sucesos de Génesis 37–41. ¿Cuáles son ellos?
El Salmo 105.23–25 sintetiza los
acontecimientos de Génesis 42 a Exodo 1. ¿Qué ocurrió?
El Salmo 105.26–36 abrevia los
hechos de Éxodo 2.1–12.30. ¿Cuáles fueron?
El Salmo 105.37–41 resume los
sucesos de Éxodo 12.31–17.7. ¿Qué ocurrió allí?
El versículo 8 resume la
actividad del Señor de la que este canto testifica. Cópiela en el espacio
provisto.
Hayford, J. W. (2000). Un estudio
de Salmos : Cuando se canta de corazon (electronic ed.). Logos Library System;
Serie Vide en Plenitud Guias para explorar la Biblia (167–169). Nashville:
Editorial Caribe.
EN PERSPECTIVA
A través de las páginas de la
historia bíblica, hombres y mujeres han adorado al Señor. Algunos han sido, en
verdad, notables. Otros simplemente anónimos. A continuación tenemos un cuadro
que delinea a aquellos cuya adoración merece que imitemos.
DE UN VISTAZO
ADORADORES FAMOSOS EN LA BIBLIA
Antiguo Testamento
Dónde
Propósito de la adoración
Gn 22.1–19
Abraham ofreció el máximo
sacrificio de su único hijo en el Monte Moriah.
Éx 15.1–21
Después de que los israelitas
cruzaron con seguridad el Mar Rojo, Moisés y el pueblo entonaron un canto de
alabanza al Señor.
1 S 1; 2
Ana le entregó al Señor a su hijo
Samuel como acto de adoración y acción de gracias por la oración contestada.
2 S 6.1–23
Cuando David trajo de regreso el
arca del pacto al tabernáculo, danzó ante el Señor.
1 R 18.20–40
Cuando Elías oró el poder de Dios
consumió con fuego el altar, y todos cayeron sobre sus rostros y adoraron a
Dios.
2 Cr 20.1–30
El rey Josafat designó cantores
para que fueran delante del ejército y cantaran alabanzas. Dios entregó en sus
manos al enemigo.
2 Cr 29
El rey Ezequías volvió a
establecer el culto de adoración ordenando a los sacerdotes que limpiaran el
templo y ofrecieran holocaustos. Los sacerdotes cantaban y tocaban instrumentos
mientras todo el pueblo adoraba.
2 Cr 34.1–33
El rey Josías destruyó los
altares de Baal y las imágenes de madera en Israel y de este modo restauró la
verdadera adoración al pueblo.
Nuevo Testamento
Dónde
Propósito de la adoración
Mt 2.1–12
Después de un largo viaje, los sabios
llegaron a Belén y adoraron al niño Jesús, honrándole con obsequios costosos.
Mt 26.30
Jesús y los discípulos cantaron
un himno después de la última cena y antes de salir para el jardín del
Getsemaní.
Lc 1.46–55
Maria alabó a Dios con un canto
después de oír a Elisabet bendecir al hijo que todavía no había nacido, Jesús.
Lc 2.36–38
Ana, una viuda de muchos años,
oraba y ayunaba día y noche en el templo.
Lc 21.1–4
La viuda dio en el templo todo lo
que tenía como ofrenda y acto de adoración.
Jn 9.13–41
Después de que el ciego fue
sanado, adoró a Jesús.
Jn 12.1–8
María, en la casa de Simón, ungió
para la sepultura los pies de Jesús con un costoso perfume como ofrenda de
adoración.
Hch 16.16–40
Pablo y Silas oraban y cantaban
alabanzas a Dios en la prisión y las puertas de la cárcel se abrieron.
Repasando los dieciséis casos que
anteceden, seleccione cuatro que se relacionen con su noción de la
perseverancia que esperaría cultivar como adorador. Exprese su idea como una
oración al Señor.
EN RESUMEN
En cada situación Dios es digno
de recibir adoración y alabanza. Los personajes bíblicos de fe claramente
demuestran ese hecho. Todo el objetivo de nuestro estudio se cumplirá si usted,
el lector, interioriza la verdad de que:
Jehová es la porción de mi herencia y de mi
copa;
Tú sustentas mi suerte.
Las cuerdas me cayeron en lugares
deleitosos,
Y es hermosa la heredad que me ha tocado.
Bendeciré a Jehová que me aconseja;
Aun en las noches me enseña mi conciencia.
A Jehová he puesto siempre delante de mí;
Porque está a mi diestra, no seré
conmovido.
Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó
mi alma;
Mi carne también reposará confiadamente.
Salmo 16.5–9
Hayford, J. W. (2000). Hacia una
alabanza mas gloriosa : Principios de poder para personas llenas de fe
(electronic ed.). Logos Library System; Serie Vida en Plenitud Guias para las
Dinamicas del Reino (169–170). Nashville: Editorial Caribe.
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