EL ARCA DE LA ALIANZA

ARCA DE LA ALIANZA

El Arca de la Alianza era una caja de madera, cubierto con oro y con anillos a través del cual las barras llevar podría ser colocado. La madera de madera de acacia era caro, y el oro, por supuesto, era precioso. Sin embargo, el tamaño físico del arca no era impresionante, ya que sólo alrededor de tres y tres cuartos metros de largo por dos de ancho y un cuarto de los pies y alta (ver Ex 25:10-22).
El propósito funcional del arca era como un simple contenedor de objetos sagrados. Los diversos nombres del arca, "Arca de la Alianza" (por ejemplo, Josh 3:11) y "arca p 43 del testimonio" (por ejemplo, Ex 25:16), se hace referencia al hecho de que las tablas que contenían los Diez Mandamientos fueron colocados dentro de él (Deuteronomio 10:1-5). Otros elementos notables incluyeron en el arca fueron una muestra de que el maná del desierto y el personal en ciernes de Aarón (Heb. 9:4-5; ver vara de Aarón).
Aunque pequeño, este recipiente en forma de caja era una de las imágenes más potentes de la presencia de Dios durante el período del Antiguo Testamento temprano. Los materiales utilizados (madera de acacia y oro puro) también se utilizaron en la construcción del tabernáculo, el hogar simbólico de Dios en la tierra. En efecto, el arca era una parte integral de la estructura del tabernáculo y se mantuvo normalmente en el lugar santísimo (Ex 40:3).
En el tabernáculo del arca se entendía como el trono o estrado al trono de Dios (2 Reyes 19:15). Sobre el arca se colocaron dos querubines con las alas extendidas y los ojos bajos. Dios fue concebido como entronizado en las alas. El arca era el símbolo de la presencia de Dios en la tierra.
Ser pequeño y siempre con los postes de carga, el arca era móvil. Así pues, el arca tenía dos objetivos importantes en la historia del antiguo Israel. Durante la peregrinación por el desierto, cuando el pueblo de Dios fue sobre la marcha, el tabernáculo estaba lleno de distancia y el arca a la cabeza, que representa el liderazgo de Dios de las tribus, ya que hicieron su camino hacia la tierra prometida (Números 10:35-36 ). Este uso del arca está estrechamente vinculada con la segunda intención. El arca fue tomada a menudo por el ejército, ya que participan en la batalla con los enemigos extranjeros. Que representaba la presencia del guerrero divino con el ejército. La famosa batalla de Jericó es uno de los ejemplos más notables del arca que simboliza la presencia de Dios y el poder con el ejército de Israel (Josué 6).
El arca es rara vez mencionado en la literatura de la tarde a Israel, lo que lleva a la especulación de que el arca original fue capturado o destruido en algún momento pronto después del reinado de Salomón (posiblemente durante la invasión de Sisac, cf. 1 Reyes 14:25-29). Sin embargo, el arca aparece dos veces en el NT. En Hebreos 9:4-5 el arca se menciona en la descripción del culto del Antiguo Testamento, que es maravillosamente reemplazado por Jesucristo, que se cumple. Ya no necesitamos un tabernáculo o arca, porque Jesucristo "Tabernáculos" entre nosotros (Jn 1:14) y es la presencia misma de Dios. En Apocalipsis 11:15-19 los acontecimientos que rodearon el estallido de la séptima trompeta se les da. Este es el momento para el "juzgar a los muertos" (v. 18). En el momento culminante del templo celestial de Dios aparece, y dentro de ella se ve el Arca de la Alianza, estandarte de batalla móvil de Dios. Esta visión va acompañada de convulsiones de la naturaleza asociado con la aparición del guerrero divino.
Véase también DIVINO GUERRERO; Tabernáculo.
BIBLIOGRAFÍA. CL Seow, "Arca de la Alianza", ABD 1:386-93; MH Woudstra, El Arca de la Alianza de la conquista de la realeza (Phillipsburg, Nueva Jersey: Presbiteriana y Reformada, 1965).


Ryken, L., Wilhoit, J., Longman, T., Duriez, C. Penney, D., & Reid, DG (2000). Diccionario de imágenes bíblicas (Electronic ed.) (42-43). Downers Grove, IL: InterVarsity Press.


El término arca es usado en las Escrituras para dos objetos diferentes, que se describen a continuación.
             arca de Noé
             Este tipo de arca (heb., tebah, “caja” o “cofre” se refiere a la enorme barca que Noé construyó conforme al mandato de Dios, Ge 6:1–9:18). Esta arca fue el medio que Dios usó para salvar del diluvio a Noé y a su familia y a la selección de animales (Ge 6:1–9:18; Mt 24:38; Heb 11:7: 1 Pe 3:20). (La misma palabra hebrea tebah es usada para designar la cestilla de juncos donde fue colocado el niño Moisés a la orilla del Nilo).
     ♦ órdenes de construirla: Ge 6:14, 22 ♦ construcción del: Ge 6:22; Heb 11:7; 1 Pe 3:20 ♦ descripción del: Ge 6:14–16; 8:6, 13 ♦ ocupantes del: Ge 6:18–21; 7:1–3, 13–16; 8:16–19; Mt 24:38; Heb 11:7; 1 Pe 3:20 ♦ alzamiento y descenso a tierra del: Ge 7:17–18; 8:4, 13–19 ♦ propósito del: Ge 6:19–20; 7:23; Heb 11:7; 1 Pe 3:20 ♦ significado especial del: Mt 24:38–39; 1 Pe 3:20–21
    arca para el niño Moisés
            Esta arca (heb. tebah) se refiere a la pequeña “canasta” de papiro en la que su madre lo colocó “a la orilla del Nilo” donde la hija de Faraón lo encontró (Ex 2:3, 5).
    arca del pacto (véase también TABERNACULO; TEMPLO)
            Arca (heb. aron “cofre” o “arca”) es usada la mayoría de las veces en las Escrituras en relación con una muy significante pieza del mobiliario del “lugar santísimo” en el tabernáculo (Ex 26:33–34; 40:21; 1 S 3:3; 2 S 7:2; 1 Cr 16:1) y más tarde en el templo de Salomón (1 R 6:19; 8:6–9, 21; 1 Cr 22:19; 2 Cr 5:7). Era un cofre rectangular hecho de madera de acacia y revestido de oro por dentro y por fuera (Ex 37:1–9), que medía aproximadamente 112 x 67 x 67 cm (Ex 37:1). El arca tenía dos argollas de oro a cada lado con dos varas colocados en ellas para transportarla (Ex 37:3–5). Encima del arca estaba colocado un propiciatorio de oro puro con un querubín de oro en cada extremo, con las alas extendidas cubriendo el propiciatorio, donde específicamente Dios se encontraba con su pueblo (Ex 25:10–22; 37:6–9; Nu 7:89; Heb 9:4–5). El propiciatorio del arca era rociado con sangre por el sumo sacerdote cada año en el día de la expiación (Le 16:1–34, especialmente vers. 14–15; Heb 9:7, 25).
      otros nombres del ♦ el arca del testimonio: Ex 25:22; 26:33–34; 30:6 ♦ el arca del pacto del Señor: De 10:8 (cp. 2 S 15:24) ♦ el arca de Dios: 2 S 15:24 ♦ el arca santa: 2 Cr 35:3: construcción del: Ex 25:10–22; 35:12; 37:1–9; De 10:3: descripción del: Ex 25:10–22; 26:34; 30:26; 37:1–9; 40:3, 5; Le 6:2; De 10:1–3; 31:26; 1 R 8:6–9; 1 Cr 15:23–24; 16:4, 37; 28:18; 2 Cr 5:8–10; Heb 9:2–5: significado religioso del: Ex 25:18, 22; Le 16:2, 15–16; Nu 7:89; 10:33–36; Jos 3:3–4; 7:6; Jue 20:27–28; 1 S 4:4, 21–22; 14:18; 1 R 3:15; 2 Cr 6:41; 8:11; Sal 132:8
      contenido del ♦ vasija de oro con el maná: Ex 16:32–34; Heb 9:4 ♦ la vara de Aarón que retoño: Nu 17:10–11; Heb 9:4 ♦ las tablas del pacto (es decir, los diez mandamientos): De 10:1–5; 1 R 8:9; Heb 9:4: prohibiciones relacionadas con el: Le 16:2; 1 Cr 15:2, 13–15: lugar y transportación del: Nu 3:30–31; 4:4–6, 15; 10:33; De 10:8; 31:9, 25; Jos 3:3, 6, 8, 13–17; 4:9–11, 16, 18; 6:6, 12; 7:6; 8:33; 1 S 3:3, 21; 4:3–4; 5:1–10; 6:7–12, 15; 7:1; 2 S 4:4; 6:1–17; 7:1; 15:24–29; 1 R 2:26; 8:1–6; 1 Cr 13:3; 15:2, 14–15; 2 Cr 1:4; 5:4–7; 35:3: viajes de Israel con el: Nu 10:33; Jos 3:3, 11; 6:1–16; 1 S 4:3–11: mal uso del: 1 S 4:3; 6:19; 2 S 6:6–8; 1 Cr 13:1–12: captura del: 1 S 4:10–11, 17–22; 5:1–12; 6:1, 5; Sal 78:61: preocupación por el: 1 S 4:13, 18: regreso del: 1 S 5:11; 6:1–15, 21: bendiciones del: 2 S 6:11–12: futuro del: Je 3:16: significado especial del: Heb 8:1–10:22; esp. 9:4–5: duplicado celestial del: Ap 11:19


LBLA indice de topicos. 2000 (electronic ed.). La Habra, CA: Foundation Publications, Inc.

ABINADAB (mi padre es generoso).

1. Hombre (quizás levita) de Quiriat-jearim en cuya casa permaneció el arca de Jehová desde que los filisteos la devolvieron hasta el reinado de David (1 S 7.1; 2 S 6.3ss; 1 Cr 13.7).
2. Segundo hijo de Isaí y uno de los tres que fueron con Saúl a la guerra contra los filisteos (1 S 16.8; 17.13; 1 Cr 2.13).
3. Uno de los cuatro hijos de Saúl. Murió con dos hermanos y su padre en la batalla de Gilboa (1 S 31.2; 1 Cr 8.33; 9.39; 10.2).
4. Padre de un yerno de Salomón, gobernador de la región de Dor (1 R 4.11).


Nelson, W. M., & Mayo, J. R. (2000). Nelson nuevo diccionario ilustrado de la Biblia (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

ARCA DEL PACTO (arca del Señor, arca de Dios o arca del testimonio). Caja rectangular, de madera de acacia, que medía 112, 5 cm de largo por 67, 5 de ancho y alto. Estaba cubierta de oro por dentro y por fuera, y tenía cuatro anillos colocados en los ángulos, por los cuales pasaban dos varas de madera de acacia (también cubiertas de oro) con que se transportaba. Sobre el arca había una tapa de oro que se llamaba el «propiciatorio», encima del cual dos querubines de oro se miraban frente a frente, de pie, con sus alas extendidas cubriendo el propiciatorio (Éx 25.10–22).
Dentro del arca se hallaban las dos tablas de la Ley (Éx 40.20; Dt 10.1–5), la vara de Aarón y una porción de maná (Heb 9.4, 5). El arca se colocó dentro del Lugar Santísimo tanto del tabernáculo como del templo de Salomón, tras el velo; era el único mueble allí.

Un tallado en piedra que pudiera representar el arca del pacto, descubierta en la excavación de una sinagoga en Capernaum.

Para el pueblo de Israel, el arca del pacto tenía un doble significado. En primer lugar se conceptuaba como trono de Dios (1 S 4.4; Is 6.1). De una manera especial Dios moraba entre los querubines y desde allí en varias ocasiones se reveló a Moisés (Éx 25.21, 22; 30.36) y a Aarón (Lv 16.2; Jos 7.6). Sirvió como símbolo de la presencia divina entre el pueblo de Israel (Lv 16.2). Por eso en la peregrinación el arca iba delante guiando a los israelitas; por ejemplo, cuando cruzaron el Jordán (Jos 3.11–17). Cuando rodearon los muros de Jericó se llevó en medio del pueblo (Jos 6.4–13).
El segundo significado residía en la relación entre la Ley que estaba dentro del arca y la sangre rociada sobre el propiciatorio que la cubría en el Día de Expiación (Lv 16). El punto culminante en este día era la entrada del sumo sacerdote en el Lugar Santísimo con la sangre del macho cabrío para rociar el propiciatorio. Era entonces cuando, en forma representativa, el pueblo entraba en la presencia de un Dios misericordioso y dispuesto a perdonar los pecados. El pueblo quedaba purificado para otro año (Lv 16.30) y el pacto seguía en vigencia.
Después de una larga trayectoria en el desierto, el arca descansó en Bet-el (Jue 20.27), durante la época de los jueces. Aparece en Silo en el tiempo del sumo sacerdote Elí (1 S 1.3; 3.3). Los israelitas creían que el arca tenía poderes mágicos. Por eso durante la guerra con los filisteos, la llevaron a la batalla, pensando que así se aseguraban la victoria (1 S 4.3–9). Sin embargo, perdieron la batalla y los filisteos llevaron el arca a Asdod. Como consecuencia de haberla puesto en sus templos, los filisteos padecieron siete meses de plagas (1 S 5), por lo cual colocaron el arca en un carro y la llevaron a Quiriat-jearim (1 S 6.1–7.2). Durante el reinado de David, este la guardó en una tienda en Jerusalén (2 S 6). Su hijo Salomón la puso en el nuevo templo (1 R 8). Después de la reforma de Josías, ya no se sabe más del arca (2 Cr 35.3). Probablemente la destruyeron o perdieron durante la devastación de Jerusalén (587 a.C.).


Nelson, W. M., & Mayo, J. R. (2000). Nelson nuevo diccionario ilustrado de la Biblia (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

SANTUARIO Lugar en la tierra donde mora la presencia de Dios, aunque el verdadero santuario según la Biblia es el cielo mismo (2 Cr 30.27; Heb 9.24). Dios lo estableció en la época del Antiguo Testamento, pues tanto el → TABERNÁCULO (Éx 25.8; cf. 40.34) como el → TEMPLO (1 R 8.10) albergaban la manifestación visible de la presencia de Dios. El Lugar Santísimo era el santuario estrictamente hablando (Lv 16.16), pero la palabra se aplicaba en sentido general a todo el edificio.
En sentido figurado, se le llama santuario al pueblo de Dios (Sal 114.2), ya que Él mora entre ellos. Pero santuario puede significar también refugio (cf. 1 R 2.28, → CIUDADES DE REFUGIO). En este sentido, Dios es el santuario de su pueblo (Is 8.14; Ez 11.16).
Las religiones paganas también tenían santuario para sus dioses. La participación del pueblo escogido en los ritos de aquellas (Am 7.9, 13) fue una de las causas de su caída.
Generalmente las versiones bíblicas usan «santuario» para traducir el griego, naós, que también se traduce «templo». Otro término afín es háguia (Lugar Santo o Santísimo) que se halla en la Epístola a los Hebreos. Sin embargo, según el Nuevo Testamento, el santuario terrenal de Dios ya no es un edificio, sino su pueblo. Dios mora en la iglesia universal (Ef 2.21), en la iglesia local (1 Co 3.16) y en el creyente (1 Co 6.19). Así como los judíos debían guardar la santidad del tabernáculo, evitando que se profanara (Lv 21.23), el creyente tiene la responsabilidad de guardar la integridad y santidad de la iglesia (1 Co 3.17) y de su propio cuerpo (1 Co 6.18ss).


Nelson, W. M., & Mayo, J. R. (2000). Nelson nuevo diccionario ilustrado de la Biblia (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

En la parte dedicada al reinado de David, el Cronista narra con especial detenimiento el traslado a Jerusalén del arca de la alianza, la organización del culto y los preparativos para la construcción del templo. David trazó el plano del edificio, reunió los materiales y organizó las funciones del clero hasta en los menores detalles. De manera semejante, la historia de Salomón se refiere, en su mayor parte, a la construcción del templo, a la oración del rey en la fiesta de la dedicación y a las promesas con que Dios respondió a esa plegaria. También la historia de los sucesores de David está centrada en el templo de Jerusalén, y los desarrollos más extensos hablan de los reyes que pusieron más empeño en la restauración del santuario y del culto: Asá (2 Cr 14–16), Josafat (2 Cr 17–20) y, sobre todo, Ezequías (2 Cr 29–32) y Josías (2 Cr 34–35). Por su piedad y devoción, estos reyes realizaron grandes reformas religiosas después de tiempos de apostasía.
Pero tan significativos como la insistencia en lo relacionado con el culto son los aspectos que se dejan de lado. El Cronista omite todo aquello que puede resultar desdoroso para David: sus conflictos con Saúl, su vida errante antes de ser proclamado rey, el pecado con Betsabé, los dramas familiares y la rebelión de su hijo Absalón. Igualmente notable es la supresión de toda referencia al reino del norte, surgido del cisma de Jeroboam I (cf. 2 Cr 10.19). Solo el reino de Judá y la dinastía davídica son legítimos para el Cronista; el reino del norte, con sus ceremonias religiosas contaminadas por el culto a Baal, no podía de ningún modo representar al verdadero pueblo de Dios.
Para escribir esta historia, el autor ha recurrido, en primer lugar, a los libros canónicos. De Génesis, Éxodo, Números, Josué y Rut tomó las listas que figuran al comienzo del libro, pero su fuente principal son los libros de Samuel y Reyes, de los que reproduce pasajes enteros casi al pie de la letra. Además, cita numerosas fuentes que no han llegado hasta nosotros: las crónicas del rey David (1 Cr 27.24), el libro de los reyes de Judá y de Israel (2 Cr 16.11; 27.7), el libro de los reyes de Israel (1 Cr 9.1; 2 Cr 20.34), las crónicas de los reyes de Israel (2 Cr 33.18), el comentario del libro de los reyes (2 Cr 24.27) y numerosos documentos relativos a los profetas (cf., por ejemplo, 1 Cr 29.29; 2 Cr 9.29; 12.15; 13.22; 32.32). Por la manera como selecciona los materiales de Samuel y Reyes, cabe suponer que el Cronista utilizó sus fuentes con gran libertad, incorporando aquello que servía a su propósito y descartando todo lo demás.
Los libros de Crónicas son una obra característica del judaísmo postexílico. En esa época, el pueblo estaba privado de su independencia política, pero gozaba de una cierta autonomía, reconocida por el gobierno persa. Esto le permitía vivir bajo la guía de sus sacerdotes y de acuerdo con las normas de su legislación religiosa, en torno al templo de Jerusalén. En este marco histórico, el Cronista compuso su vasto panorama histórico y teológico para recordar a sus lectores que la vida de la nación dependía enteramente de la fidelidad a Dios. Esa fidelidad debía expresarse de dos maneras complementarias: mediante la obediencia a la ley de Moisés en todas las dimensiones de la vida personal y social y mediante un culto animado de una auténtica piedad. Este era el espíritu que había tenido David y que él trató de inculcar a todo el pueblo de Israel. Si la comunidad se mantenía fiel a ese espíritu, Dios no dejaría de manifestarle su favor y de llevar a su pleno cumplimiento las promesas mesiánicas.


La Bibla de estudio : Dios habla hoy. 1998 (electronic ed.). Miami: Sociedades Bı́iblicas Unidas.

C. Desde Moisés hasta Saúl.  Luego la Biblia dirige su atención a Moisés (ca. 1526–1406 a.C.), el cual tiene un lugar vital en la historia de la redención. Los descendientes de Jacob se multiplicaron tanto que los faraones temieron que podrían apoderarse del país. Así que un nuevo faraón los sometió a esclavitud, y ordenó que mataran a todos los niños varones que nacieran. La madre de Moisés lo puso en una canastilla, y la colocó a la orilla del río, cerca de donde se bañaba la hija del faraón. Cuando la princesa encontró al niño, lo llevó consigo al palacio y lo crió como su hijo adoptivo. La madre de Moisés fue su nodriza y probablemente cuidó de él por muchos años después que fue destetado (Éx 2.7–10).
En su juventud Moisés empezó a sentir en su corazón un peso por su pueblo; quería sacarlos de la esclavitud (Éx 2.11; Hch 7.24–25). Cuando tenía alrededor de 40 años, vio que un egipcio golpeaba a un israelita; se encolerizó y mató al egipcio. Temeroso de que el faraón lo mandara a matar, Moisés huyó al desierto de   p 6  Madián (Éx 2.14–15). Allí se casó con una de las hijas de Jetro (también llamado «Reuel»), un sacerdote pagano. Moisés aceptó cuidar de los rebaños de Jetro (Éx 2.16–21).
Aproximadamente después de cuarenta años, Dios habló a Moisés desde una zarza que ardía sin consumirse; le ordenó que regresara a Egipto, para guiar a los israelitas a Palestina, la tierra que le había prometido a Abraham. Moisés no creía poder hacerlo, y presentó excusas para no ir. Pero Dios las refutó todas, y le dio el poder para obrar los milagros que inducirían a los israelitas a seguirle. Dios le reveló a Moisés su santo nombre YHWH (que en la Biblia se traduce como «Jehová»). Moisés trató de escabullirse diciendo: «Soy lento de habla», tal vez debido a que sufría de algún impedimento del habla. Por lo que Dios envió junto con Moisés a Aarón, su hermano, para que tradujera lo que Moisés tenía que decir (Éx 7.1).
Moisés y Aarón persuadieron al pueblo de Israel para que los siguiera, pero el faraón rehusó dejarlos salir de Egipto. Entonces Dios envió diez plagas devastadoras para cambiar el corazón del faraón (Éx 7.17–12.36). La última plaga mató al primogénito de toda casa que no estuvo marcada con sangre. Como el pueblo de Israel obedeció las instrucciones de Dios, el ángel de la muerte pasó sin tocar al primogénito de Israel. (Dios ordenó a los israelitas que celebraran este suceso con un festival anual: la Pascua.) La plaga de la muerte hizo que el faraón cediera; decidió dejar que los israelitas regresaran a su tierra natal. Pero tan pronto como salieron, el faraón cambió de parecer, y envió a su ejército para obligar a los israelitas a regresar.
Dios condujo a su pueblo al Mar Rojo, en donde dividió las aguas e hizo que el pueblo pasara en seco. Varios eruditos, tales como Leon Wood, calculan que esto ocurrió alrededor del año 1446 a.C. 2
Moisés llevó al pueblo desde el Mar Rojo hasta el monte Sinaí. En el camino Dios les dio milagrosamente pan y codornices como alimento. En el monte Sinaí Dios les reveló, por intermedio de Moisés, las leyes y planes sociales que harían de los israelitas una nación santa (Véase «Leyes y estatutos»); estas leyes incluían los Diez Mandamientos.
Desde el Sinaí Dios llevó a los israelitas a Cades, desde donde enviaron espías a Palestina. Estos informaron que la tierra era exuberante y fértil, pero estaba llena de gigantes. La mayoría de los espías creyeron que los gigantes los destruirían si trataban de apoderarse de la tierra. Solo dos, Caleb y Josué, creyeron que valía la pena luchar. Los israelitas aceptaron el consejo escéptico de la mayoría, y se alejaron de Palestina. Dios los condenó a vagar cuarenta años por el desierto por no haber confiado en Él.
Al final de su peregrinaje los israelitas acamparon en las llanuras de Moab. Allí Moisés les habló por última vez, y sus palabras quedaron registradas en el libro de Deuteronomio. Moisés entregó el liderazgo a Josué. Luego dio a los israelitas instrucciones finales, y concluyó con un himno de alabanza a Dios. Nótese que Moisés no pudo entrar en la Tierra Prometida debido a que se había rebelado contra Dios en Meriba (Nm 20.12). Pero después que Moisés pronunció su discurso de despedida ante los israelitas, Dios le llevó a la cumbre del monte Nebo, para que desde allí viera la tierra en que habrían de entrar. Allí murió Moisés.
Josué había demostrado ser un líder capaz, del ejército de Israel en la batalla contra Amalec (Éx 17.8–16). Dios lo usó para dirigir al pueblo de Israel en la conquista y reparto de la Tierra Prometida. Josué había sido uno de los espías que habían examinado la Tierra Prometida. Debido a que confiaron en que Dios les daría la tierra, Josué y Caleb fueron los únicos adultos de su generación a quienes Dios permitió entrar en ella. Todos los demás murieron en el desierto.
Así que Moisés designó a Josué para que lo reemplazara, y anunció que Dios entregaría a Palestina en manos de Josué. Después que murió Moisés, Dios le exhortó a Josué a que fuera fiel a su llamamiento (Jos 1.1–9).
Inmediatamente, Josué guió a Israel hacia la Tierra Prometida. Dios recompensó la fe de Josué ayudando a Israel a tomar posesión de la tierra. Primero dividió Dios el desbordante río Jordán para que el pueblo pudiera atravesarlo por tierra seca (Jos 3.14–17). Luego el ángel del Señor guió a los israelitas a derrotar milagrosamente a Jericó, la primera ciudad conquistada en la Tierra Prometida. Cuando el pueblo tocó las trompetas, conforme Dios lo había ordenado, las murallas de la ciudad se derrumbaron (Jos 6). Al mando de Josué, Israel procedió a conquistar todo el país (Jos 21.23–45). Sufrieron solo una derrota en Hai, cuando uno de los hombres desobedeció las órdenes de batalla dadas   p 7  por Dios (Jos 7). Habiendo aprendido la lección, los israelitas decidieron seguir las órdenes de Dios y lo intentaron de nuevo, y esta vez derrotaron a Hai. En total derrotaron a treinta y un reyes en el nuevo territorio. Josué dividió la tierra entre las tribus de Israel, de acuerdo con las instrucciones de Dios. Poco antes de morir, Josué instó al pueblo a continuar confiando en Dios y a obedecer sus mandamientos.
Pero no lo hicieron así. Después que Josué murió, «cada uno hacía lo que bien le parecía» (Jue 21.25). Los grandes líderes de este período actuaron de manera similar a la de Moisés y Josué; fueron héroes militares y jueces principales en las cortes de Israel, y los llamamos «jueces». Los más notorios fueron Otoniel, Débora (la única juez mujer), Gedeón, Jefté, Sansón, Elí y Samuel. (Rut vivió durante este período.)
Cuando lea los vívidos relatos de estos héroes de la antigüedad, invierta un poco más de   p 8  tiempo en la vida de Samuel. Fue uno de los personajes más importantes de esta era.
Su madre había orado por un hijo, así que alabó a Dios cuando el niño nació (1 S 2.1–10). Los padres de Samuel lo entregaron al sacerdote Elí para que se preparara para servir al Señor. En su niñez Samuel ayudaba a Elí a cuidar el tabernáculo. (Véase «Leyes y Estatutos».) Allí Samuel oyó a Dios llamándole a que fuera el nuevo líder de Israel, como profeta y juez.
Antes del tiempo de Samuel los israelitas llamaban «vidente» al profeta (1 S 9.9; cf. Dt 13.1–15; 18.15–22). Pero Samuel, como otros profetas posteriores, no era sencillamente un pronosticador del futuro. Proclamaba los mensajes de Dios a la nación respecto a las vidas que vivían, y con frecuencia reprendía al pueblo por sus malos caminos. Pasó a ser el primero de los grandes profetas de Israel y el último de los jueces. Por orden de Dios ungió a Saúl como el primer rey humano de Israel (1 S 8.19–22, cf. Dt 14.14–20), aun cuando más tarde lo lamentó.

   



    EL ARCA DEL PACTO. Este bajo relieve de la sinagoga de Capernaum muestra el arca del pacto. El arca estaba en el Lugar Santísimo del templo de Jerusalén. Desapareció cuando los ejércitos de Nabucodonosor arrasaron la ciudad en 586 a.C.


D. La monarquía unida. En sus primeros años Saúl pareció ser humilde y tener dominio propio. Con el paso de los años, sin embargo, su carácter cambió. Se convirtió en un hombre obstinado, desobediente a Dios, lleno de celos, odio y superstición. Desató su ira contra David, un joven guerrero que había matado al gigante Goliat y que servía en su corte como músico. Saúl trató repetidamente de matar a David, celoso de su popularidad (1 S 5–9; 19.8–10).
Pero Dios había escogido a David secretamente para que fuera el próximo rey, y le prometió que iba a establecer su dinastía para siempre (1 S 16.1–13; 2 S 7.12–16). Sin embargo, Saúl continuó reinando por muchos años.
Después de la muerte de Saúl, el rey David llevó a Jerusalén el arca del pacto (cf. Dt 12.1–14; 2 S 6.1–11). El arca era un cofre de madera que contenía las tablas de piedra en las que Dios escribió los Diez Mandamientos que le dio a Moisés. Los israelitas habían llevado el arca durante todos sus años de peregrinaje por el desierto, y la consideraban como un preciado objeto sagrado. David la llevó a su ciudad capital para que Jerusalén se convirtiera en el centro espiritual y político de la nación.
David tenía las cualidades que buscaba el pueblo: destreza militar, astucia política y un agudo sentido de sus deberes religiosos. Había logrado fortalecer a la nación, y darle más seguridad que nunca.
Pero David era humano, con debilidades como cualquiera. Jugueteaba con la idea de tener un harem como lo tenían otros reyes, e hizo arreglos para asesinar a un oficial de su ejército y poder casarse con la esposa de este, a la cual ya había seducido. Hizo un censo de Israel porque dejó de confiar en Dios para obtener la victoria militar; solo confiaba en el poder de su ejército. Dios castigó a David y a Israel por este pecado. David era la cabeza de la nación, así que cuando David pecó contra Dios, todo su pueblo sufrió el castigo.
Salomón, uno de los hijos de David, fue el siguiente rey de Israel. A pesar de la legendaria sabiduría de Salomón, no siempre vivió sabiamente. Llevó a la práctica el plan político de David, y fortaleció su hegemonía sobre los territorios que su padre había conquistado. También fue sagaz hombre de negocios, e hizo tratos comerciales que produjeron gran riqueza para Israel (1 R 10.14–15). Dios también usó a Salomón para que construyera el gran templo en Jerusalén (cf. Dt 12.1–14). Pero el estilo de vida derrochador de Salomón aumentó la carga tributaria del pueblo común. Salomón heredó de su padre el deseo por las mujeres, y selló acuerdos comerciales con reyes extranjeros mediante «matrimonios políticos», aumentando así su harén con muchas esposas extranjeras (1 R 11.1–8). Estas esposas paganas le sedujeron para que adorara ídolos paganos, y pronto estableció en Jerusalén sus ritos y ceremonias.  p 9 




Packer, J. I., Tenney, M. C., White, W., & Thomas Nelson Publishers. (2002). Enciclopedia ilustrada de realidades de la Biblia (5–8). Miami, FL: Editorial Caribe.


  p 296  C. La presencia de Dios. El arca del pacto servía como símbolo o señal de la presencia de Dios entre los israelitas durante la batalla (Éx 30.6; cf. 25.21–22). Durante el peregrinaje en el desierto y en la conquista de la Tierra Prometida el arca siempre iba delante de los ejércitos de Israel. Esto era para simbolizar la presencia activa de Dios con su pueblo, no para sugerir que su presencia se localizaba en ese objeto (véase 1 R 8.21), y que traer el arca era como una especie de conjuro mágico. En cierta ocasión, no obstante, el pueblo cometió la equivocación de pensar que el arca como objeto físico les aseguraba de la presencia de Dios y les garantizaba la victoria (1 S 4.1–11). David, por otro lado, llevó el arca a la batalla también (2 S 11.11); pero parece que confiaba en Dios para ganar la batalla, y no en el arca como objeto. Su comprensión de la dirección de Dios fue como la de Israel durante la conquista de la Tierra Prometida.
D. Purificación ritual. Para que Dios luchara con y por su pueblo, ellos debían estar ritualmente limpios (Dt 23.9–14). Debido a que debían apartarse de cualquier cosa que tenía que ver con pecado y contaminación, Dios les dio instrucciones estrictas sobre lo que debían hacer, y el pueblo a su vez hizo votos firmes al Señor (1 S 21.4–5; 2 S 11.11; cf. Éx 19.15). El pueblo y su causa debían ser santos, porque Dios lucharía solo en una guerra que fuera santa y justa.

   



    MONTÓN DE MANOS. Este relieve en piedra caliza muestra manos cortadas por los soldados de Rameses III en su victoria contra los libios (ca 1190 a.C.). Esta era una práctica común entre los egipcios, quienes usaban las manos para contar el número de enemigos muertos.


E. Victoria esperada. Los sacerdotes tocaban las trompetas antes de las batallas para poner su causa ante Dios, para mostrar que esperaban la victoria, y para darle a Dios gracias por ella (Nm 10.9–10). En el curso de batallas particulares con frecuencia las trompetas servían como medio de enviar instrucciones a los comandantes de sus tropas (Jos 6.5; Jue 3.27; 7.16–17). Los ejércitos de Israel también se lanzaban a la batalla movidos por un grito de guerra, que algunas veces consistía en un grito y otras veces una petición a Dios en voz alta. Un grito similar se usaba en la adoración al Señor (véase Lv 23.24; Nm 29.1).
F. Conscripción militar. A principios de la historia de Israel el ejército consistía de todos los hombres de 20 años para arriba (Nm 1.2–3, 18, 20, 45; 26.2–4). Algunos eruditos han sugerido que los 50 años era el límite superior para los soldados, así como lo era para los sacerdotes (cf. Nm 4.3, 23). En otras ocasiones parece haber habido un sistema de servicio selectivo para batallas en particular, en la cual solo lucharon un número limitado de soldados (véase Nm 31.3–6).
G. Otras prioridades. Ciertas responsabilidades sociales tenían prioridad sobre la guerra, y varias categorías de hombres elegibles para la guerra quedaban exentos de cierta batalla o guera en particular.
Primero, cualquiera que acababa de construir una casa y no la había dedicado quedaba exento (Dt 20.5). Segundo, a cualquiera que hubiera plantado una viña y que todavía no hubiera cosechado de ella no se le exigía que fuera a la guerra (Dt. 20.6). Tercero, cualquiera que se había casado y todavía no había consumado su matrimonio podía quedarse en casa (Dt 20.7). Es más, el recién casado quedaba exento de la guerra por un año (Dt 24.5). Cuarto, se eximía a cualquiera que tuviera miedo o desaliento porque podía desalentar a las tropas (Dt 20.8). Quinto, los levitas no debían ir a la guerra (Nm 1.48–49), aun cuando algunos de ellos voluntariamente tomaron las armas. Las obligaciones familiares o religiosas tenían prioridad sobre la participación en la guerra.
H. Oferta de paz. Antes de atacar a las ciudades distantes, se les debía ofrecer términos de   p 297  paz (Dt 20.10–15). Los términos de esta paz incluía la sujeción del enemigo a la esclavitud o a trabajos forzados, que en efecto los convertía en vasallos de Israel. Los anales históricos de este período muestran que con frecuencia estos tratados de paz se celebraban de cierta forma en particular, en la cual el vasallo juraba su total obediencia al amo y señor mientras que éste le prometía protección a su vasallo. Romper este tratado era rebelarse contra el señor, y rechazar su misericordia, protección y cualquier otra bendición.
I. Destrucción completa. La guerra era un asunto peligroso y horrible. Las instrucciones para la conquista de la Tierra Prometida fueron que debían eliminar a todo habitante que encontraran vivo, para que no arrastraran al pueblo de Dios a sus terribles perversiones (Dt 20.16–18). Todo lo que estaba dentro de la propiedad de Palestina debía consagrarse a Dios, y no se debía hacer ningún pacto ni acuerdo con estos pueblos (Dt 2.34; 3.6; Jos 11.14; y muchos otros pasajes).
Es importante notar que la prohibición de tomar alguna cosa del botín en Canaán era más que una regulación de guerra. Era parte de la adoración regular a Dios e incluía todo lo que se consagraba totalmente a Él (Lv 27.21, 28–29; Nm 18.14). Puesto que Palestina era la tierra que Dios había reclamado para sí, Él exigía que la tierra entera fuera consagrada a Él. En la práctica esto quería decir que la tierra debía ser purificada por completo, porque nadie ni nada inmundo podía estar en su presencia, y Él iba a morar en esta tierra con su pueblo. Los cananeos, que habían sido maldecidos en su distante antepasado (Gn 9.25), se habían entregado a horribles pecados y practicaban horrorosas perversiones de casi toda forma de actos religiosos.
Debemos también notar que todo hombre ya está bajo sentencia de muerte de parte de Dios y vive solo por su gracia (Gn 3.3), así que no hay necesidad de buscar justificación adicional para la maldición divina sobre algún hombre, incluyendo los cananeos. Sus abominaciones, no obstante, fueron más allá de los demás pecadores. Todavía más, como eterno Creador y Señor soberano del universo, Dios controla la duración de la vida de toda persona (Job 1.21; Sal 31.15; 39.4–5; cf. Dn 4.35). Así que ya sea que la muerte venga por medios naturales o por medio de la guerra, está estrictamente en manos de Dios.
Las naciones fuera de Palestina que rehusaron la oferta de paz de parte de Israel y la servidumbre, recibieron la muerte de todo hombre, mujer, niño y animal; y todo lo demás fue botín para los israelitas (Dt 20.12–14). Excepciones a estas reglas vinieron ya sea mediante direcciones divinas específicas (Nm 31.7; 2 S 8.2) o por la propia desobediencia de Israel (por ej. 1 S 30.17). Las prisioneras podían ser tomadas como esposas, en cuyo caso servían al Señor. En este caso no podían seguir sujetas a la esclavitud, lo cual hubiera sido su suerte de otra manera (Dt 21.10–14).
J. Confianza en Dios. El pueblo de Israel debía confiar en Dios y no en su propia fuerza militar. Dios originalmente planeó que el gobierno de su pueblo se centralizara en Él antes que en un rey humano, y que eso significaría un mínimo de imposición tributaria. Los gobernantes terrenales poderosos tendían a exigir pesados impuestos. Puesto que la caballería y los carros como principales armas militares de la época eran extremadamente costosos de adquirir y mantener, Dios prohibió que los reyes israelitas los tuvieran (Dt 17.16). Eso hubiera requerido un gobierno altamente centralizado e impuestos muy elevados.
K. Respeto por los recursos naturales. Dios prohibió que se destruyeran frutales para construir maquinaria de asedio al atacar a las ciudades amuralladas (Dt 20.19–20). Incluso en tiempos de guerra a Israel se le enseñó a respetar el fruto de la tierra, la fuente de la vida, y se le recordaba que la guerra era contra los hombres pecadores y no contra la naturaleza.
L. Compensación para las tropas. Se hizo provisión adecuada para pagar a las tropas (Nm 31.21–31, 42; Dt 20.14), obligando a sus familias a equiparlas y sostenerlas, y permitiéndoles tomar el botín como su paga (1 S 30.16; Sal 119.162; Is 9.3). El botín debía dividirse entre todos los soldados, incluyendo a los que se habían quedado «detrás de las líneas» cuidando el bagaje o esperando en la retaguardia por alguna otra razón (Nm 31.26–47; Jue 5.30; 1 S 30.24–25).
También había que separar una porción para el Señor (Nm 31.28–30, 50–54; Jos 6.24). En la historia israelita posterior el rey, como representante especial de Dios, tomaba la porción de   p 298  Dios para el templo (2 S 8.7–8, 11) y para el palacio o el mantenimiento del gobierno (2 S 12.30; cf. 1 S 21.9; 2 R 14.14).
Hay 12 observaciones generales sobre las reglas o principios de guerra en el Antiguo Testamento. El registro bíblico de la historia de Israel muestra repetidas violaciones de ellas. Casi desde el principio de su historia en la tierra, la idolatría y la superstición alejó del Señor al pueblo. Vemos esto en la conducta idólatra de los jueces Gedeón y Micaía (Jue 8.22–28; 17.1–6). Más tarde, durante la monarquía bajo Saúl fue fundada en la misma falta de confianza en Dios. El gigantesco ejército de Salomón y sus muchos carros son evidencia clara de su actitud hacia las instrucciones previas de Dios. Finalmente, durante la monarquía dividida los reyes de Israel y Judá prestaron muy poca atención a las directivas de Dios respecto a la guerra.
Es interesante que aun cuando el hombre secular moderno condena severamente lo que piensa que es la barbarie en las regulaciones bíblicas en cuanto a la guerra, las guerras de hoy se realizan en un nivel mucho más bárbaro, no perdonando ni la tierra ni la gente. Esto es cierto tanto en las guerras entre naciones, como en las guerras civiles en las cuales varias fracciones luchan por controlar una nación en particular. Hemos desarrollado armas tan destructivas que no hacen distinción entre civiles y militares. En el mundo actual se ha perdido la moralidad de la guerra y de los que luchan en ellas, porque los seres humanos básicamente desechan las cuestiones de rectitud y justicia. En el campo de batalla el fin justifica los medios, predomina el odio, y no hay regla que prevalezca.
II. Enseñanzas del Nuevo Testamento. En el Nuevo Testamento el énfasis recae nuevamente en la rectitud y la justicia. Las cuestiones son demasiado complicadas para tratarlas en detalle; pero la Biblia sugiere una posición cristiana sobre la guerra.
Es claro que se deben denunciar vigorosamente muchas prácticas de la guerra moderna. Por otro lado, el mismo Dios está en el centro de ambos Testamentos; y en el Antiguo Testamento Dios mismo participa en la guerra (Éx 7.4; 12.41; 14.15; 15.1). Dios usó la guerra para castigar a su pueblo (Dt 28.49–57) y para juzgar a las naciones (por ej. 1 S 15.1–3).


Packer, J. I., Tenney, M. C., White, W., & Thomas Nelson Publishers. (2002). Enciclopedia ilustrada de realidades de la Biblia (296–298). Miami, FL: Editorial Caribe.



4. El templo y el arca
Juan concluye la enumeración de los eventos que ocurren al sonar la séptima trompeta. “Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo” (v. 19)
El templo celestial representa el sistema de verdad de Dios a través de las Escrituras. La orden que Dios dio a Moisés, “Mira y hazlos conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte” (Éxodo 25:40), se interpreta en la carta a los Hebreos (Hebreos 8:5; 9:23) como una indicación de la formas terrenales de adoración, pero solamente copias y símbolos del sistema eterno de verdad. Yo entiendo que el “modelo” que Moisés vio en el monte, y que Juan vio en su visión, representa, no algo físico y medible, sino las verdades eternas de Dios.
En el tabernáculo terrenal, el “arca del pacto”, sobre el cual estaba el “propiciatorio”, el “lugar de misericordia”, simbolizaba la presencia espiritual de Dios. La gloria “shekinah” del Señor se manifestaba en relación con el arca del pacto. Ezequiel, en capítulos 10 y 11, describe el abandono de la gloria del Señor en el tiempo del cautiverio babilónico. El arca mismo desapareció en aquel tiempo, y no se ha visto desde entonces.
Cuando Cristo murió en la cruz, el velo que cubría el Lugar Santísimo fue roto desde arriba hacia abajo (Mateo 27:51), pero el arca del pacto no estaba allí.
Es evidente que el simbolismo de abrir el templo celestial y mostrar el arca del pacto significa una renovación de la manifestación de la presencia de Dios. Esto es muy apropiado durante el sonido de la séptima trompeta, porque la presencia visible de Cristo ha llegado a la tierra.
Se ha notado que había un terremoto en la misma hora que el rapto de los dos testigos (Apocalipsis 11:12, 13). Si tenemos razón en sostener que el rapto de ellos es simultáneo con el rapto de la iglesia, y si tenemos razón en identificar la séptima trompeta con la trompeta del rapto, entonces también podemos identificar el terremoto de Apocalipsis 11:19 con el terremoto de Apocalipsis 11:13.


Buswell, J. O. (2005). Teología sistemática, tomo 4, Escatología : Buswell, J. Oliver. (901). Miami, Florida, EE. UU. de A.: LOGOI, Inc.



El Tabernáculo

Dios prometió a Moisés que estaría con su pueblo; su presencia se reconocía en las columnas de nubes y fuego. Pero Dios también decidió que se erigiera un Tabernáculo: una carpa para sí mismo en medio del campamento israelita. Moisés trasmitió las detalladas instrucciones de Dios a los artífices que habrían de construir este pabellón especial o Tabernáculo. En el centro de una serie de claustros, se encontraba «el Lugar santísimo». No había allí imagen alguna de Dios, como en otros santuarios similares de la época, pero sí una caja o arca cubierta de oro, en la que se colocaron las dos tablas de la Ley que Moisés había traído de lo alto de la montaña.
Una característica de este Tabernáculo era que cada una de las partes estaba provista de varas y anillos para transporte. Puesto que el pueblo estaba en marcha, el Tabernáculo también tenía que ser movible. El Dios de Israel no era como los dioses de los pueblos de los alrededores, cuyo poder estaba confinado al territorio en que vivía su tribu. Mientras el pueblo de Dios estuviera peregrinando, él prometía ir con ellos y vivir allí.
Se estipularon pautas muy estrictas, para evitar que la gente pensara que se podía tratar a Dios con liviandad. Solo los sacerdotes elegidos tenían permiso para servir en el Tabernáculo; y una vez instalado el campamento, las tiendas de los sacerdotes rodeaban a la tienda de Dios. A la vez que señalaba la presencia de Dios entre su pueblo, el Tabernáculo protegía a todos de un contacto demasiado próximo con la terrible majestad y santidad de la presencia de Dios.
El libro del Éxodo está lleno de la gloria y santidad de Dios, pero los escritores también ponen énfasis en el hecho de que Dios estaba dispuesto a vivir en medio de su pueblo, protegiéndolo y salvándolo. La gente tuvo que aprender muchas lecciones amargas durante su peregrinación por el desierto. Faltaba el agua, y a menudo protestaban y aturdían a Moisés con sus quejas. Pero Dios se revela como Aquel que constantemente proporciona lo que necesita su pueblo.
El libro de Éxodo termina cuando se completa la construcción del Tabernáculo, y lo envuelve la brillante nube de la presencia de Dios en toda su gloria. Dios está con su pueblo.


  


EL TABERNÁCULO


La tienda del culto de Israel

  Las instrucciones para construir el Tabernáculo están estipuladas en detalle en el libro de Éxodo. Los israelitas debían hacer una tienda portátil para el Señor, que llevarían durante la travesía hasta la tierra prometida. Cuando instalaban el campamento, la tienda de Dios se erigía en el centro. Dios estaba en el medio de su pueblo: estaba siempre presente entre ellos.
  La tienda tenía dos habitaciones: en el cuarto privado interior se depositaba el arca de la alianza y la copia de las leyes de Dios. En el atrio externo había un candelabro con siete lámparas, un altar para el incienso y una mesa con doce panes.
  Un amplio atrio rodeaba a la tienda de Dios: aquí la gente se presentaba ante los sacerdotes. Había un altar para los sacrificios. Un gran recipiente de bronce contenía agua para que los sacerdotes se lavaran antes de entrar a la tienda de Dios.
  
Batchelor, M. (2000). Abramos la Biblia. Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas.



Pacto de Dios con David

El gran sueño de David era construir un maravilloso templo dedicado a Dios y apropiado para contener el arca de la alianza. Al principio, el profeta Natán estuvo de acuerdo con sus planes. Pero después trajo el mensaje de Dios de que no sería David quien construyese una casa para Dios. En cambio, Dios construiría «la casa» de David: prometió afianzar su dinastía.

  «Tu casa y tu reino permanecerán siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente». (2 S 7.16)

Este es un capítulo importante como base para la secuencia de promesas mesiánicas. El rey venidero, cuyo reino no tendría fin, habría de ser un descendiente de David.
David estaba lleno de alabanza y gratitud a Dios por su promesa de alianza. Y se contentó con preparar materiales para el templo que, a su debido tiempo, construiría su propio hijo Salomón.


1 y 2 Reyes

  1 y 2 REYES
  1 REYES: PASAJES Y HECHOS CLAVE
   Salomón pide sabiduría    3
   La construcción y la consagración del templo; la oración de Salomón    5–6, 8
   Visita de la reina de Sabá    10
   El reino se divide    12
   Elías y la vasija de aceite    17
   Elías y los profetas de Baal    18
   Una voz suave: Dios se aparece a Elías    19
   El rey Acab y la viña de Nabot    21

  2 REYES: PASAJES Y HECHOS CLAVE
   Elías arrebatado al cielo; el carro de fuego    2
   Eliseo y sus milagros    2, 4, 6
   La curación de Naamán    5
   La reina Atalia y Joás, el niño rey    11
   Caída de Samaria; Israel capturado por Asiria    17
   El rey Ezequías y la amenaza asiria    18
   El rey Josías descubre el Libro de la Ley: reformas    22–23
   Jerusalén cae en manos de Babilonia    25

Tal como lo indica el título, los dos libros de 1 y 2 Reyes, que eran originalmente uno, cuentan la historia de los reyes de Israel. Registran el apogeo, la decadencia y la caída de la monarquía hebrea. Estos acontecimientos no se presentan como hechos y números áridos sino en historias vívidas y reales de hombres y mujeres.
La voz del autor se manifiesta claramente, emitiendo el veredicto de Dios sobre cada sucesivo gobernante. El comentario reza: «hizo lo recto ante los ojos de Jehová» o lamentablemente y más a menudo: «hizo lo malo ante los ojos de Jehová». A continuación llegaba la prosperidad o la calamidad.
A veces aparecían profetas. Hablaban en nombre de Dios, diciéndole al rey y al pueblo cuál era el veredicto de Dios. Eran particularmente francos en su defensa de los desvalidos y hacían hincapié en la necesidad de justicia y rectitud. A fin de mantener su alianza con Dios, rey y pueblo debían obedecer a Dios y ser bondadosos y compasivos con los compañeros miembros de la alianza. Los profetas estaban preparados para enrostrar directamente al rey, si usurpaba la ley de Dios o corrompía la justicia.


Batchelor, M. (2000). Abramos la Biblia. Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas.



Tercer período: Israel en Canaán
Hacia el fin de la dinastía XIX y el principio de la XX Egipto estuvo enfrascado en luchas por el trono. En consecuencia su soberanía y autoridad en Canaán quedó sumamente debilitada. Fue por ello que los israelitas lograron establecerse en la Sierra Central y en Transjordania de lo que era territorio egipcio.
Lo complejo de las narraciones de la conquista se aprecia cuando se ve que por una parte se afirma que todo Canaán fue conquistado por Josué, y por otra parte se afirma que la conquista no fue absoluta. De hecho, los cananeos no fueron totalmente sometidos hasta 300 años después de la entrada de Israel en la tierra de Canaán.
La conquista (Jos 1:1–12:24). El Libro de Josué presupone que todo el pueblo actúa en conjunto y al unísono, pero lo cierto es que cada tribu tenía sus propias empresas con total independencia de las otras. Según el texto Jericó fue destruída por Israel, pero las investigaciones arqueológicas muestran que Jericó fue destruída mucho antes (ca. 1550), y no volvió a ser ocupada hasta tiempo después de la Conquista. Se le acredita a Josué el conquistar toda aquella tierra, las montañas de la Sierra Central, el Neguev, toda la tierra de Gosén, los llanos, el Arabá, desde el monte Halac en el sur hasta Baal-gad en la falda del monte Hermón.
La distribución (13:1–22:34) Pero lo cierto es que quedaba mucha tierra por conquistar, como Filistea. De muchas ciudades no se expulsó a los cananeos. A Caleb, quien no era israelita sino cenezeo, se le dio Hebrón y a Otniel, también cenezeo, se le dio Debir. Se echaron suertes para decidir los territorios de cada tribu. Se designaron seis ciudades de refugio y 48 ciudades situadas dentro del territorio de otras tribus fueron asignadas a la tribu de Leví.
La renovación del pacto (23:1–24:33). Josué renovó la alianza con YHWH en la ciudad de Siquem. No hay evidencia arqueológica ni referencia alguna en la Biblia de que esta ciudad fuese destruída en el siglo XIII o XII, pero sí hay evidencia de que grupos hebreos radicaban allí desde el período patriarcal. Josué murió a la edad de ciento diez años y lo sepultaron en su propiedad, y en Siquem enterraron los huesos de José traídos de Egipto.
Los jueces. (Jue 1:1–16:31) Durante la dinastía XX Egipto se vió asolado por los «Pueblos del Mar» quienes trataron de conquistar el Delta del Nilo. Entre ellos estaban los filisteos Al mismo tiempo que los israelitas entraban por el este, los filisteos entraban en Canaán por el oeste. Las pugnas entre ambos pueblos duraron por siglos.
El Libro de Jueces contiene historias detalladas de unos pocos jueces: Débora, Gedeón, Jefté y Sansón. De los demás no hay más que breves menciones. Los jueces tenían que ver con una tribu o con un pequeño grupo de tribus. Las historias de los diversos jueces fueron hilvanadas dentro de una sola estructura: a) Israel se olvida de Dios y se va tras otros dioses; b) Dios los abandona a sus enemigos; c) Israel se arrepiente; d) Dios les da un «juez» que los libera e Israel es fiel, pero al morir el juez comienza otro ciclo. El período de los jueces parece abarcar 410 años, pero solamente ocupa 180 años (del 1200 al 1020 a.C.).
Al final del Libro de Jueces se cuenta cómo los danitas, a quienes se les asignó la región donde estaban los filisteos no pudieron derrotarlos y la tribu marchó al extremo norte donde conquistó a Lais, que llamaron Dan. Por último se narra la afrenta cometida por la tribu de Benjamín y cómo fue atacado por las demás tribus.
Samuel y Saúl (1 S 1:1–31:13). Los filisteos trajeron consigo el uso del hierro. Así derrotaron a los danitas y la tribu tuvo que ir rumbo al norte. Por su superioridad militar los filisteos fueron una amenaza para Israel. Este resultó ser un problema que no podía resolver cada tribu con su propio juez. ¡Hacía falta un rey!
Samuel, el último juez, hijo de Elcana, se crió en el santuario de Silo bajo la supervisión del sacerdote Elí. El santuario de Silo fue destruído y el arca fue capturada por los filisteos. Durante siete meses ocurrieron desastres en Filistia por la presencia del arca. Por fin los filisteos la devolvieron a Israel y fue puesta en la casa de Abinadab, en Quiriat-jearim. Al cabo de veinte años Samuel funge como profeta, juez y sacerdote. Samuel vivió en Ramá y desde allí juzgó a Israel. Cada año hacía un recorrido de unos 50 kms, por la Sierra Central, en la región de la tribu de Efraín, juzgando a Israel en Bet-el, Gilgal y Mizpa.
Saúl, de la tribu de Benjamín, fue ungido como rey por Samuel debido a la presión del pueblo que quería tener un rey. Saúl llamó a Israel a luchar contra los amonitas para acudir en ayuda de Jabes de Galaad, y tras la victoria fue reconocido por todo Israel como rey en Gilgal. Jonatán, el hijo de Saúl, y su escudero atacaron la guarnición filistea del desfiladero cerca de Micmas. Inspirados por ellos los israelitas derrotaron a los fifisteos desde Micmas hasta Ajalón. Pero Saúl tenía un grave problema, él estaba en uno de esos períodos de transición en los que es sumamente difícil funcionar. La transición de los jueces a la monarquía era cosa de mayor cuantía. Las tradiciones antimonárquicas que se incorporan en la Historia Deuteronómica le llaman «rey», pero las que están a favor de la monarquía nunca le confieren ese título pues juzgan que él nunca fue rey. No tenía palacio, ni harén, ni un numeroso ejército profesional, y no cobraba impuestos, todo lo cual era esencial para un rey de aquellos tiempos. Y cuando desobedeció la orden directa de Samuel, el profeta lo repudió y nunca más lo volvió a ver. Ya muerto Samuel, Saúl trató de consultarlo sobre sus conflictos con los filisteos mediante una adivina o espiritista, pero el repudio de Samuel fue violento. En la batalla del Monte Gilboa, en la que los ejércitos de las cinco ciudades de Filistia combatieron contra Israel, Saúl y sus hijos hayaron su muerte.


Cuarto período: David y Salomón
A principios del último milenio antes de Jesucristo la situación en el Cercano Oriente cambió radicalmente. Los grandes imperios de la antigüedad eran cosa del pasado. Fue en esta situación que David y Salomón pudieron crear un pequeño pero poderoso imperio.
David (1 S 16:1 – 1 R 2:11; 1 Cr 11:1–29:30) David era hijo de Isaí, el menor de ocho hermanos. Samuel lo ungió en secreto como rey de Israel. La Biblia cuenta dos tradiciones de cómo pasó a ser ayudante de Saúl. Una se basa en su don como músico, la otra en su habilidad militar cuando mató al gigante Goliat.
Al regresar Saúl y David los recibieron celebrabando a David como superior a Saúl. Jonatán se hizo amigo de David, y su hija Mical y David se enamoraron. Esto encendió el celo de Saúl y trató de matar a David. David huyó y entró al servicio de los filisteos como mercenario pero no peleó en Gilboa.
Al morir Saúl David gobernó como rey de Judá por siete años y medio dede Hebrón, mientras que a Israel lo gobernaba Is-boset, hijo de Saúl. Por fin, a la muerte de Is-boset, las tribus de Israel vinieron a Hebrón y proclamaron a David rey de Israel.
Así comenzó el Reino Unido. Pero David tomó medidas para consolidar su posición. Recobró a su esposa Mical para tener hijos que fuesen descendientes de Saúl. Conquistó a Jerusalén en la frontera entre Israel y Judá, para gobernar ambos reinos. Trajo el Arca a Jerusalén para hacerla el centro de la devoción religiosa.
David puso fin a las amenazas de Filistia y conquistó los reinos de Edom, Moab, Amón y Siria. Desde el Mediterráneo hasta la Arabia, y desde el Golfo de Aqaba hasta Kadesh, al norte de Damasco, todo pertenecía a David.
David incurrió en una grave falta por la que sufrió terribles consecuencias. Su adulterio con Betsabé y la muerte de Urías fueron condenados por Dios. De esa unión ilegítima nació un niño que murió. Después les nació otro hijo, Salomón.
En lo sucesivo una calamidad sigue a la otra. La hija de David, Tamar, fue violada por su medio hermano, Amnón. El hermano de Tamar, Absalón, mató a Amnón y encabezó una rebelión contra su padre David. Eventualmente Absalón fue muerto por Joab. Por fin David regresó a Jerusalén y otra vez unificó la nación.
Cuando David era ya muy viejo, uno de sus hijos, Adonías, usurpó el trono. El profeta Natán y Betsabé conspiraron en contra de Adonías y lograron que David proclamase rey a su hujo Salomón poco antes de morir.
Salomón (1 R 1:1 – 11:43; 1 Cr 28:1 – 2 Cr 9:31). Cuando Salomón ascendió al trono él consolidó su poder eliminando a Adonías, su hermano mayor, a Joab, y a Simei y desterró a Abiatar a Anatot. Durante su reinado Israel prosperó abundantemente pues tenía el control de las rutas que comunicaban a Europa, Africa y Asia.
Salomón dividió a Israel en doce distritos encargados de pagar impuestos y de abastecer por un mes las necesidades del palacio, pero eximió a Judá. Hizo arreglos comerciales con otros pueblos. Con Hiram, rey de Tiro, contrató la construcción de su palacio y del Templo de Jerusalén. De Fenicia se importaron los técnicos, pero Salomón impuso trabajos forzados a los israelitas para las labores de construcción. En la Biblia se enfatizan los detalles del Templo, pero cuando se construyó era la capilla del palacio. El Templo fue construído siguiendo el patrón de los templos cananeos y fenicios. También arregló con Hiram para establecer una flota naval en el Golfo de Aqaba que se dedicó al tráfico por el Mar Rojo y posiblemente hacia el Océano Índico.
A pesar de la sabiduría de Salomón él cometió grandes errores que desintegraron el Reino Unido. La distinción entre Israel y Judá y su enorme harén donde permitióel culto de dioses extranjeros motivaron a Jeroboam a buscar la independencia de Israel. Salomón trató de matarlo pero él se asiló en Egipto hasta la muerte de Salomón.


Quinto período: Los reinos de Israel y Judá
Israel mantuvo la tradición mosaica a lo largo de toda su historia, pero en Judá la teología que dominó fue la «teología real»: a) la ciudad, b) el reino, y c) la dinastía de David; y d) el templo de Salomón. Judá se olvidó de la tradición mosaica.
La Historia Deuteronómica (Josué, Jueces, Samuel y Reyes), se escribió más de un siglo después de que Israel fue conquistado por Asiria. Por ser escrita por gente de Judá, asume que los israelitas han de ser condenados porque se separaron de la Casa de David.
Cuando Salomón murió Judá aceptó a su hijo Roboam como rey. Roboam fue a Siquem para ser consagrado rey de Israel. Los israelitas preguntaron a Roboam si pondría fin a las explotaciones de su padre Salomón. Roboam se negó a hacerlo y por eso los dos reinos se dividieron. Judá continuó con reyes de la línea de David, mientras que en el Reino de Israel hubo reyes de distintas dinastías.
Esta historia está más interesada en la teología que en la historia y prescinde de muchos detalles. El autor refiere al lector a las crónicas de los reyes de Israel y Judá, pero estos son anales y archivos que se han perdido.
Los reyes de Judá y de Israel son juzgados por su obediencia al pacto según la teología deuteronómica la cual afirmaba que solamente se podía adorar a Dios en el Templo de Jerusalén. Por ello todos los reyes de Israel son condenados en lo absoluto. En cuanto a los reyes de Judá, solamente dos reciben aprobación absoluta: Exequías y Josías. Otros seis reciben aprobación limitada y los diez restantes son condenados porque desobedecieron la voluntad divina.


Sexto período: En Babilonia
Este período es el más breve de este «Bosquejo» pues sólo cubre 59 años, pero éstos transformaron radicalmente la historia y la fe de Israel.
El poder radicaba en el Imperio Asirio a mediados del siglo VII, pero cuando Asurbanipal (668–627) murió el impreriose desintegró. Ciaxares, rey de Media (625–585), conquistó a Asur en 614, y aliado con Nabopolasar, rey de Babilonia (626–605), a Nínive en el 612.
Los asirios se refugiaron en Harán, pero en el 610 también ella cayó ante el ataque de Nabopolasar. Los que escaparon se refugiaron en el norte de Siria y el faraón Necao los rescató. Cuatro años después Necao marchó con el ejército egipcio y los remanentes de las fuerzas asirias para combatir a los babilonios. Nabucodonosor, príncipe heredero de Babilonia, les hizo frente en la batalla de Carquemis (605) y los derrotó tomando posesión de Siria y Palestina hasta la frontera con Egipto. Nabopolasar murió poco después y Nabucodonosor ascendió al trono (605–562). Su reinado fue la cumbre del Imperio Neo-babilónico.
Después de la segunda deportación Nabucodonosor nombró a Gedalías gobernador de Judá. Poco después Ismael, de la familia de David, asesinó a Gedalías. Temerosos de las represalias muchos de los que quedaban en Judá se refugiaron en Egipto. Nabucodonosor marchó de nuevo a Judá en el año 582 y hubo una tercera deportación a Babilonia.
El sucesor de Nabucodonosor, Evil-merodac (561–560), liberó a Joaquín, rey de Judá, y le dio un lugar prominente en la corte de Babilonia (2 R 25:27–30; Jer 52:31–34). Neriglisar (560–556) usurpó el trono. Cuando Neriglisar murió le sucedió su hijo, Labashi-Marduc, pero lo asesinaron y le sucedió Nabónido (556–539) quien no favorecía el culto del dios Marduc, especialmente el Festival de Año Nuevo, Akitu, que incluía la ceremonia de la humillación del rey. Nabónido no participó en el Festival de Akitu durante ocho años, lo que creó una crisis en Babilonia. Nabónido se mudó a Tema, en el Desierto de Arabia y dejó a su hijo Baltazar como co-regente. La Biblia identifica a Baltazar como rey de Babilonia, pero él nunca fue rey..
Dado el disgusto de los babilonios por la conducta de Nabónido, los persas se apoderaron de la ciudad de Babilonia en 539 sin tener que luchar. Ciro, rey de Persia, entró en la ciudad bajo los gritos de aclamación de los babilonios.
El Exilio transformó la fe de Israel en el Judaísmo, la fe del resto del Antiguo Testamento, la fe en la cual Jesús realizó su ministerio, y la fe en medio de la cual viven los judíos del día de hoy. Fue allí, en el Exilio en Babilonia, donde surgió el judaísmo.
Los babilonios llamaron a los exiliados que venían de Judá «judíos». Estos al ser deportados trajeron consigo sus tradiciones. Fue en Babilonia donde se terminó la Historia Deuteronómica (Josué, Jueces, Samuel y Reyes), donde se compilaron la tradición «yavista», la «elohista», la «deuteronómica» y la «sacerdotal» formando la Tor (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio). Y para tener estudiar la Torá organizaron la «sinagoga». Ciertamente el judaísmo nació en el Exilio.


Séptimo período: El regreso
Ciro el Grande conquistó a Media y a Lidia y de allí se volvió rumbo a Mesopotamia. Venció a los ejércitos de Nabónido en la batalla de Opis y de allí marchó a la capital, Babilonia. Así nació el Imperio Persa.
Poco se sabe de la historia del judaísmo durante este período. Los persas no interfirieron con los pueblos de su Imperio y les respertaron su vida cultural y religiosa. Al ver su restauración de la religión de Marduc en Babilonia, los judíos les pidieron reedificar el Templo. En el año 538 les dieron permiso. Sheshbazar fue encargado de hacerlo pero no sabemos nada más de él. El sucesor de Ciro, Cambises, conquistó a Egipto donde había una colonia militar judía en Elefantina. La colonia tenía un templo dedicado a Yavé. En cuanto a Jerusalén Zorobabel, de la línea de David, fue nombrado gobernador lo que estimuló grandesesperanzas.
Darío I Histaspis, sucesor de Cambises, renovó el edicto de construcción del Templo de Jerusalén. En el año 520 se reanudó su restauración y fue dedicado en 515. Darío dividió el Imperio en 20 «satrapías», cada una bajo un gobernador. Jerusalén pertenecía a la Quinta Satrapía, que iba de Bet-el a Bet-zur.
No tenemos información alguna sobre los judíos después de la reconstrucción del Templo hasta el texto de Esdras/Nehemías. Nehemías era funcionario de la corte de Artajerjes I Longímano (465–424) que fue enviado (445) a reconstruir las murallas de Jerusalén y después fue nombrado gobernador de Judá como provincia independiente de Samaria.
Esdras vino a Jerusalén nombrado por el rey de Persia para que sirviese como «comisionado» para los asuntos judíos. Allí leyó la Torá al pueblo, pero el hebreo era un idioma desconocido así que tuvo que tener traductores que lo vertieron al arameo..
Las opiniones de los eruditos difieren sobre cuándo fue que Esdras vino a Jerusalén. Se ofrecen tres fechas: 458, 428 y 398.
En el año 334 Alejandro Magno cruzó el Helesponto y venció a Darío III en la batalla de Iso (333). Después conquistó a Egipto y a Mesopotamia. Continuó su avance hasta Susa y Persépolis las cuales se rindieron. Darío III fue asesinado en Hircania por sus propios hombres. Así tuvo fin el Imperio Persa.


Octavo período: Entre los dos testamentos
El Antiguo Testamento termina durante el período persa, en un mundo muy distinto al del Nuevo Testamento. Los más importantes libros de la Apócrifa para entender este período son los Macabeos. Estos no cubren todo el período que nos interesa, pero nos ayudan a aclarar muchos puntos.
Alejandro el Magno ascendió al trono a los veinte años de edad y resultó ser uno de los líderes militares más grandes en toda la historia. Conquistó todo el Imperio Persa y llegó hasta el Rio Indo en Paquistán. De regreso a Grecia se enfermó y murió en Babilonia. Tenía apenas treintaidos años.
Su hijo no le heredó. Su imperio se dividió entre cuatro de sus generales. Mesopotamia y Siria quedaron en mano de Seleuco I Nicátor quien fundó la dinastía de los «Seléucidas». Egipto quedó en manos de Tolomeo Sotero, quien fundó la dinastía de los «Lágidas». Tanto los Seléucidas como los Lágidas fomentaron el desarrollo del helenismo.
La Palestina estuvo bajo el control de los Lágidas hasta que Antíoco III el Grande ascendió al trono de los Seléucidas. En lo sucesivo la Palestina estuvo bajo los Seléucidas. Entre los judíos de la Palestina había unos que favorecían el helenismo y otros que lo repudiaban completamente. Uno de los Seléucidas, Antíoco IV Epífanes, atacó con toda violencia a los judíos que se oponían al helenismo y ordenó que: a) toda madre que circuncidase a su hijo fuese ejecutada; b) que se quemasen todas las copias de la Torá; y c) que el observar el Sábado o el tener copias de la Torá eran motivo para la pena de muerte. En el año 168 desacralizó el Templo poniendo allí una estatua de Zeus y sacrificando puercos sobre el altar de Yavé. Por toda la región se pusieron altares paganos y se les ordenó a los judíos que hicieran sacrificios a Zeus y que comiesen carne de puerco.
Muchos lo hicieron así y otros muchos murieron por su fe. En el poblado de Modein un oficial sirio ordenó que se cumpliese el edicto real, pero Matatías, un líder de la comunidad, se negó a hacerlo. Al ver a otro judío que estaba dispuesto a sacrificar los puercos Matatías se llenó de ira y mató al judío y al oficial sirio y junto con sus cinco hijos se fugó a las montañas cercanas, dedicándose a hacer guerra de guerrillas contra los sirios. Sus hijos Judas, Jonatán y Simón fueron jefes sucesivos de la rebelión. El 25 del mes de Kislev (diciembre) del año 165 Judas Macabeo reconquistó y purificó el Templo, construyó un nuevo altar, y reanudó el culto a Yavé.
Poco después ocurrió una división entre los judíos que estaban contra el helenismo. Por una parte estaban los hasidim que creían que con la reconsagración del Templo ya no era necesario seguir luchando. De la otra parte estaban los seguidores de los Macabeos que creían que había que seguir luchando para recobrar la independencia.
Juan Hircano I, hijo de Simón, ocupó el sacerdocio y el trono y extendió su reino hasta cubrir Galilea e Idumea. Al morir Juan Hircano su hijo Aristóbulo tomó el poder y puso en prisión a todos sus hermanos. Cuando murió Aristóbulo su esposa, Salomé Alejandra, liberó a sus cuñados y se casó con uno de ellos, Alejandro Janneo, quien fue sumo sacerdote y rey. Al morir Alejandro Janeo Salomé Alejandra reinó por varios años y designó a su hijo Juan Hircano II como sumo sacerdote.
Al morir su madre Juan Hircano II asumió el título de rey, pero su hermano Aristóbulo II (69–63), apoyado por los saduceos, lo expulsó. Hircano buscó apoyo del gobernador de Idumea, Antipater, y éste pidió ayuda del Senado de Roma. En el año 63 a.C. el general romano Pompeyo tomó posesión de Jerusalén y designó a Juan Hircano II como sumo sacerdote (63–40) pero no como rey. De esta manera la independencia de los judíos tocó a su fin.
Así llegamos a los albores del Nuevo Testamento. Los judíos están bajo el poder de Roma. Las sectas de los fariseos y saduceos están en pugna una con la otra, no solamente sobre cuestiones religiosas, sino también políticas. Nueve de cada diez judíos viven fuera de la Palestina en lo que se conoce como la diáspora. Los judíos de la diáspora hablan el griego llamado koiné, mientras que los de la Palestina hablan arameo. Hay un solo templo para el culto de Yavé y está en Jerusalén, pero hay sinagogas donde se estudia la Torá por toda la Palestina y por todo el resto del Imperio Romano. Ese es el mundo del Nuevo Testamento, ese es el mundo al que vino Nuestro Señor Jesucristo, y ese es el mundo en el que nació la Iglesia.


González, J. A. (1999). Bosquejo de historia de la Israel: González, Jorge A. (16–31). Decatur, GA: Asociación para la Educación Teológica Hispana.

Salmo 105
Este canto testifica del establecimiento del pacto de Dios con la nación de Israel. Aun cuando es anónimo, los primeros quince versículos se atribuyen a David, en el tiempo cuando hizo traer el arca del pacto a Jerusalén (1 Cr 16.8–22)
¿Qué pide el salmista en los primeros cinco versículos que haga Israel?
¿Cuáles etiquetas ancestrales usó el salmista para identificar a Israel? (v. 6)

Subraye en su Biblia todas las referencias a Abraham y a Jacob en el Salmo 105. Luego trace un círculo alrededor de todas las veces que aparecen las palabras «pacto», «juramento» y «herencia». ¿Qué aspecto de la historia de Israel se nota en los versículos 9–12?
¿Qué aspecto de la historia del pacto se nota en los versículos 42–45?
El Salmo 105.16–22 resume los sucesos de Génesis 37–41. ¿Cuáles son ellos?
El Salmo 105.23–25 sintetiza los acontecimientos de Génesis 42 a Exodo 1. ¿Qué ocurrió?
El Salmo 105.26–36 abrevia los hechos de Éxodo 2.1–12.30. ¿Cuáles fueron?
El Salmo 105.37–41 resume los sucesos de Éxodo 12.31–17.7. ¿Qué ocurrió allí?

El versículo 8 resume la actividad del Señor de la que este canto testifica. Cópiela en el espacio provisto.

Hayford, J. W. (2000). Un estudio de Salmos : Cuando se canta de corazon (electronic ed.). Logos Library System; Serie Vide en Plenitud Guias para explorar la Biblia (167–169). Nashville: Editorial Caribe.



EN PERSPECTIVA


A través de las páginas de la historia bíblica, hombres y mujeres han adorado al Señor. Algunos han sido, en verdad, notables. Otros simplemente anónimos. A continuación tenemos un cuadro que delinea a aquellos cuya adoración merece que imitemos.


        DE UN VISTAZO



ADORADORES FAMOSOS EN LA BIBLIA
Antiguo Testamento
Dónde
Propósito de la adoración
Gn 22.1–19
Abraham ofreció el máximo sacrificio de su único hijo en el Monte Moriah.
Éx 15.1–21
Después de que los israelitas cruzaron con seguridad el Mar Rojo, Moisés y el pueblo entonaron un canto de alabanza al Señor.
1 S 1; 2
Ana le entregó al Señor a su hijo Samuel como acto de adoración y acción de gracias por la oración contestada.
2 S 6.1–23
Cuando David trajo de regreso el arca del pacto al tabernáculo, danzó ante el Señor.
1 R 18.20–40
Cuando Elías oró el poder de Dios consumió con fuego el altar, y todos cayeron sobre sus rostros y adoraron a Dios.
2 Cr 20.1–30
El rey Josafat designó cantores para que fueran delante del ejército y cantaran alabanzas. Dios entregó en sus manos al enemigo.
2 Cr 29
El rey Ezequías volvió a establecer el culto de adoración ordenando a los sacerdotes que limpiaran el templo y ofrecieran holocaustos. Los sacerdotes cantaban y tocaban instrumentos mientras todo el pueblo adoraba.
2 Cr 34.1–33
El rey Josías destruyó los altares de Baal y las imágenes de madera en Israel y de este modo restauró la verdadera adoración al pueblo.
Nuevo Testamento
Dónde
Propósito de la adoración
Mt 2.1–12
Después de un largo viaje, los sabios llegaron a Belén y adoraron al niño Jesús, honrándole con obsequios costosos.
Mt 26.30
Jesús y los discípulos cantaron un himno después de la última cena y antes de salir para el jardín del Getsemaní.
Lc 1.46–55
Maria alabó a Dios con un canto después de oír a Elisabet bendecir al hijo que todavía no había nacido, Jesús.
Lc 2.36–38
Ana, una viuda de muchos años, oraba y ayunaba día y noche en el templo.
Lc 21.1–4
La viuda dio en el templo todo lo que tenía como ofrenda y acto de adoración.
Jn 9.13–41
Después de que el ciego fue sanado, adoró a Jesús.
Jn 12.1–8
María, en la casa de Simón, ungió para la sepultura los pies de Jesús con un costoso perfume como ofrenda de adoración.
Hch 16.16–40
Pablo y Silas oraban y cantaban alabanzas a Dios en la prisión y las puertas de la cárcel se abrieron.



Repasando los dieciséis casos que anteceden, seleccione cuatro que se relacionen con su noción de la perseverancia que esperaría cultivar como adorador. Exprese su idea como una oración al Señor.


EN RESUMEN


En cada situación Dios es digno de recibir adoración y alabanza. Los personajes bíblicos de fe claramente demuestran ese hecho. Todo el objetivo de nuestro estudio se cumplirá si usted, el lector, interioriza la verdad de que:

    Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa;
    Tú sustentas mi suerte.
    Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos,
    Y es hermosa la heredad que me ha tocado.

    Bendeciré a Jehová que me aconseja;
    Aun en las noches me enseña mi conciencia.
    A Jehová he puesto siempre delante de mí;
    Porque está a mi diestra, no seré conmovido.

    Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma;
     Mi carne también reposará confiadamente.
  Salmo 16.5–9



Hayford, J. W. (2000). Hacia una alabanza mas gloriosa : Principios de poder para personas llenas de fe (electronic ed.). Logos Library System; Serie Vida en Plenitud Guias para las Dinamicas del Reino (169–170). Nashville: Editorial Caribe.





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