RELACIÓN AMISTOSA
La relación amistosa entre el filósofo y el
teólogo comenzó muy poco después de que en
1923 Heidegger, invitado a enseñar en Marburgo,
participara como «miembro extraordinario
» en el seminario de Bultmann sobre la ética
paulina e interviniera en él con la ponencia
sobre el problema del pecado en Lutero (publicada
también en el apéndice de la presente
obra).1 Dos años más tarde comienza el intercambio
epistolar, documentado en este libro,
con una carta al «querido amigo». Bajo este aspecto,
durante los cinco decenios de correspondencia
sólo se produjo el cambio (desde
1928) del distanciado «usted» al familiar «tú»,
un cambio que nunca llega a enmascarar el respeto
recíproco. Esta amistad estaba llena desde
el principio hasta el final de un mutuo respeto
tan cordial como llamativo. Heidegger, sin
duda, tributaba su respeto sobre todo al criterio
insobornable del amigo de Marburgo. Y por
parte de Bultmann este respeto se expresaba en
el esfuerzo hasta los años de vejez por entender
adecuadamente el pensamiento profundo del
amigo alemánico y hacerlo fértil para su propio
trabajo teológico. Karl Barth anotó con cierta
ironía que Bultmann aprovechó un encuentro
en los alrededores de Gotinga para «leerle durante
horas […] textos copiados de las lecciones
de Heidegger».2 Y todavía el anciano Bultmann,
cuando el Heidegger avanzado en años le envió
con una dedicatoria y con el título de «Phänomenologie
und Theologie» [Fenomenología y
teología] una conferencia pronunciada ya en
1927 en Tubinga, pero publicada por primera
vez en 1969 en Francia y un año más tarde
en Alemania, daba cuenta puntualmente de su
manera de entender ese texto, aunque, por
supuesto, tampoco en esta ocasión faltaban las
preguntas críticas.
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