LA LEY

LA LEY


El sábado pasado dije en la clase de Escuela Sabática que hay una clara diferencia semántica entre ‘obedecer la Ley’ y ‘seguir la Ley’. En aquella ocasión dije que el hecho de obedecer la Ley implica que se la ve como algo impuesto, como un requisito a cumplir para obtener algo que se desea: en el caso que nos ocupa, la salvación. 


Sin embargo, de acuerdo con lo que se dijo anteriormente al respecto de la misma, la Ley tiene la función de revelar al creyente dónde yerra el tiro y la dirección en la que debe orientar sus pasos si desea restablecer la armonía perdida con Dios; porque la Ley es la plasmación tangible del carácter divino. Por su parte, el creyente sincero, no el “de boquilla”, entiende que Dios le muestra lo que es mejor para él y decide aceptar el diagnóstico que se le presenta por medio de la Ley, a la vez que pone su empeño en tomar la dirección sugerida. En este segundo caso, puesto que se acepta voluntariamente, la Ley no se obedece, sino que se sigue. 

Lo que entronca con la visión que de la Torá tenían los israelitas. Para ellos, la Ley era el camino que conducía a la felicidad. Mientras que, para nosotros, que tenemos mentalidad grecolatina, la Ley es un código de reglas y normas (nomos en griego) que hay que cumplir si no se quiere recibir un castigo. 

Y aquí radica el quid de la cuestión. Pablo, como buen fariseo y experto en la Ley que es, conoce ese enfoque y se esfuerza por conseguir que los cristianos de Roma, tanto judíos como gentiles, también lo entiendan así. Por tanto, resumiendo, alguna cosa hay que chirría cuando la Ley se ve como algo que hay que obedecer y no un camino que es aconsejable seguir. 

Por otra parte, me acaba de venir a la mente una idea que, a lo mejor, a más de uno le puede parecer disparatada. Tiene que ver con aquella declaración de Jesús que dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí» (Juan 14: 6). Es curioso que Jesús dijera de sí mismo que es «el camino», una idea que los judíos de su tiempo asociaban a la Torá… Ahí queda la reflexión. 



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