ISABEL LA CATOLICA


FACULTAD ADVENTISTA DE TEOLOGÍA
CAMPUS ADVENTISTA DE SAGUNTO









ISABEL de CASTILLA











TRABAJO DE INVESTIGACIÓN
Alumno: Diego Calvo Merino
Asignatura: Hª Primitiva y Medieval
Profesor: Dr. Nelson salgado









Mayo 2013


ÍNDICE
           
                                                                                                                                   Página

INTRODUCCIÓN…………………….……………………..…….....2                                                           
1. CONTEXTO HISTÓRICO Y SOCIAL…..……………………………….…………4

1.1 Unión dinástica………….…………………………………………………..5
            1.2 Política internacional……….…..……………………………………………7
            1.3 La reforma del Clero………..………………………………………………..8
            2.1 Las letras y la Políglota Complutense…………..……..…………………….13
            2.2 La descendencia de Isabel………………………………….……………….22

2. METAS Y OBJETIVOS: CONCLUSIÓN Y REFLEXIÓN PERSONAL…………..24

BIBLIOGRAFÍA………………………………..……………….………..…27








INTRODUCCION
1
Primeramente encomiendo mi espíritu en las manos de mi Señor Jesucristo, el cual de la nada lo crio, y por su preciosísima sangre lo redimió.
Testamento de Isabel la Católica[1]

Isabel I la Católica (1451-1504), reina de Castilla (1474-1504), durante su reinado se produjo el descubrimiento europeo del continente americano y la unión dinástica de la Corona de Castilla con la Corona de Aragón bajo la Casa de Trastámara.
Aunque es costumbre comenzar los libros acerca de la Reforma tratando acerca de Alemania y la experiencia y teología de Lutero, el hecho es que el trasfondo político y eclesiástico de la época puede entenderse mejor tomando otros puntos de partida. El que aquí hemos escogido, que podrá parecerle extraño al lector, tiene ciertas ventajas.
La primera de ellas es que muestra la continuidad entre las ansias reformadoras que hemos visto anteriormente, y los acontecimientos del siglo XVI. Lutero no apareció en medio del vacío, sino que fue el resultado de los “sueños frustrados” de generaciones anteriores. Y su protesta tomó la dirección que es de todos sabida debido en parte a condiciones políticas que se relacionaban estrechamente con la hegemonía española.

La segunda ventaja de nuestro punto de partida es que nos ayuda a trazar el marco político dentro del cual tuvieron lugar acontecimientos que frecuentemente se describen en un plano puramente teológico. Catalina de Aragón, la primera esposa a quien Enrique VIII de Inglaterra repudió, era hija de Isabel.
Carlos V, el emperador a quien Lutero se enfrentó en Worms, era nieto de la gran reina española, y por tanto sobrino de Catalina. Felipe II, el hijo de Carlos V y bisnieto de Isabel, se casó con su prima segunda María Tudor, reina de Inglaterra y nieta de Isabel. Todo esto, que presentado tan rápidamente puede parecer muy complicado, será explicado más adelante en el curso de esta historia. Lo hacemos constar aquí sencillamente para mostrar la importancia de Isabel y su descendencia en todo el proceso político y religioso del siglo XVI.

Por último, desde nuestra perspectiva hispánica, este punto de partida nos ayuda a corregir varias falsas impresiones que podamos haber recibido de una historia escrita principalmente desde una perspectiva alemana o anglosajona. Durante la época de la Reforma, España era un centro de actividad intelectual y reformadora. Si bien es cierto que la Inquisición fue frecuentemente una fuerza opresora, no es menos cierto que en muchos otros países, tanto católicos como protestantes, había otras fuerzas de la misma índole. Además, mucho antes de la protesta de Lutero, las ansias reformadoras se habían posesionado de buena parte de España, precisamente gracias a la obra de Isabel y sus colaboradores. La Reforma católica, que muchas veces recibe el nombre de “Contrarreforma”, resulta ser anterior a la protestante, si no nos olvidamos de lo que estaba teniendo lugar en España en tiempos de Isabel, y a principios del reinado de Carlos V.

Tampoco debemos olvidar que esta “era de los reformadores” que ahora estudiamos fue la misma “era de los conquistadores” a que dedicaremos la próxima sección. Para la historia escrita desde una perspectiva alemana o anglosajona, la conquista de América por los pueblos ibéricos tiene poca importancia, y aparece como un apéndice a los acontecimientos supuestamente más importantes que estaban teniendo lugar en Alemania, Suiza, Inglaterra y Escocia. Pero el hecho es que esa conquista fue de tanta importancia para la historia del cristianismo como lo fue la Reforma protestante. Y ambos acontecimientos tuvieron lugar al mismo tiempo.

Para subrayar esa concordancia cronológica entre la “era de los reformadores” y la “era de los conquistadores”, hemos decidido comenzar ambas secciones con el mismo personaje, frecuentemente olvidado en la historia eclesiástica, en quien se encuentran tanto las raíces de la Reforma como las de la Conquista: Isabel de Castilla, “la Católica”. Esto a su vez quiere decir que al tratar de Isabel en esta sección dirigiremos nuestra atención casi exclusivamente hacia su labor reformadora, dejando para la próxima todo lo que se refiere a su marcha hacia el trono, la conquista de Granada, el descubrimiento de América, y las primeras medidas colonizadoras y evangelizadoras.[2]


CONTEXTO HISTÓRICO Y SOCIAL

Cronología: Isabel I la Católica
AÑO
ACONTECIMIENTO

1451
Nace el 22 de abril, en la localidad abulense de Madrigal de las Altas Torres, hija del rey castellano Juan II y de Isabel de Portugal.
1469
Contrae matrimonio con Fernando, el heredero de la Corona de Aragón.
1474
Tras el fallecimiento de su hermano, Enrique IV, sube al trono castellano y da comienzo la guerra de Sucesión de Castilla que la enfrentará a los partidarios de su sobrina Juana la Beltraneja.
1478
Establecimiento de la Inquisición.
1479
Finaliza la guerra de Sucesión de Castilla. Tiene lugar la unión dinástica de las coronas castellana y aragonesa en su persona y en la de su esposo, Fernando II. Nace su tercera hija, la futura Juana I.
1481
Comienza la guerra de Granada contra los últimos territorios musulmanes en la península Ibérica.
1484
Inicio de la definitiva conquista castellana de las islas Canarias. Aparece la recopilación de las Ordenanzas Reales de Castilla, a petición de las Cortes reunidas cuatro años antes en Toledo.
1492
Los Reyes logran la conquista del reino Nazarí de Granada, con lo que se da por terminada la Reconquista. Bajo el auspicio monárquico castellano, Cristóbal Colón descubre el continente que habría de llamarse América. Expulsión de los judíos.
1495
Su hija Isabel contrae matrimonio con el rey portugués Manuel I.
1496
Juana I se casa con Felipe el Hermoso, hijo del emperador Maximiliano I. El papa Alejandro VI otorga a Fernando e Isabel el título de Reyes Católicos.
1497
Poco antes de fallecer, su hijo Juan contrae matrimonio con Margarita de Austria, hija del emperador Maximiliano I.
1500
Boda de su hija María de Aragón con el rey portugués Manuel I, viudo desde hacía dos años.
1504
Fallece el 26 de noviembre, en la localidad vallisoletana de Medina del Campo.
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No mucho después que empezó la Reforma, la Iglesia Católica Romana realizó un poderoso esfuerzo a fin de recuperar el terreno perdido en Europa, destruir la fe protestante y promover las misiones católico-romanas en países extranjeros. A este movimiento se le llama la Contrarreforma.

La reforma dentro de la iglesia se intentó hacer mediante el Concilio de Trento, convocado en 1545 por el papa Pablo III. Su principal objetivo fue investigar y poner fin a los abusos que propiciaron el surgimiento de la Reforma. El Concilio se reunió en diferentes tiempos y en más de un lugar, aunque por lo general se reunía en Trento, Austria, a ciento veintidós kilómetros al noroeste de Venecia. Se componía de todos los obispos y abades de Venecia. Duró casi veinte años, a través de los reinados de cuatro papas, de 1545 a 1563. Se tenía la esperanza que la separación entre católicos y protestantes se pudiera arreglar y la iglesia volviera a unirse, pero esto no pudo efectuarse. A la larga, se hicieron muchas reformas y se establecieron definitivamente las doctrinas de la iglesia. Incluso los protestantes admiten que los papas después del Concilio de Trento fueron mejores que muchos de los que gobernaron antes. El resultado del concilio puede considerarse como una reforma conservadora dentro de la Iglesia Católica Romana.

Una influencia muy poderosa en la Contrarreforma fue la Orden de los Jesuitas, que en 1534 estableció un español, Ignacio de Loyola. Esta era una orden monástica caracterizada por la combinación de la más estricta disciplina, intensa lealtad a la iglesia y a la orden, profunda devoción religiosa y un marcado esfuerzo para hacer prosélitos. Su propósito principal era combatir el movimiento protestante con métodos públicos y secretos. Llegó a ser tan poderosa, que se acarreó la oposición más severa aun en los países católico-romanos. Se suprimió en casi todos los estados de Europa y, por decreto del papa Clemente XIV (1773), se prohibió en toda la iglesia. Sin embargo, por un tiempo continuó en secreto, después abiertamente y al final los papas la reconocieron de nuevo. Ahora es una de las fuerzas más potentes en esparcir y fortalecer la Iglesia Católica Romana por todo el mundo.

La persecución activa fue otra arma empleada para apagar el creciente espíritu de reforma. Es cierto que los protestantes también persiguieron, incluso hasta muerte, pero generalmente su motivo era más político que religioso. En Inglaterra, la mayoría de los que murieron fueron católicos que conspiraron contra la reina Isabel. Mientras que en el continente cada gobierno católico-romano procuraba extirpar la fe protestante mediante la espada. En España, se estableció la Inquisición y se torturaron y quemaron un sinnúmero de personas. En los Países Bajos, los gobernantes españoles se propusieron dar muerte a todos los sospechosos de herejías. [3]

2
UNIÓN DINÁSTICA



Nacida el 22 de abril de 1451 en la localidad abulense de Madrigal de las Altas Torres, era hija del rey castellano Juan II y de la segunda esposa de éste, Isabel de Portugal (hija a su vez de Juan, infante portugués, y nieta del rey de Portugal Juan I el Grande). En 1469 se casó con Fernando II de Aragón y cinco años después, a la muerte de su hermano, el rey Enrique IV, entabló una guerra contra los partidarios de su sobrina Juana la Beltraneja por la sucesión al trono castellano (la llamada guerra de Sucesión de Castilla).

Su triunfo en dicho conflicto sucesorio supuso la definitiva unión dinástica de las coronas aragonesa y castellana. Isabel I y Fernando II inauguraron un Estado moderno en los reinos que habrían de acabar por conformar España. Con ambos terminó la empresa medieval de la Reconquista, se inició el camino hacia la unidad territorial —que se consumaría de alguna manera con su bisnieto, el rey Felipe II— y surgió la monarquía autoritaria con una nueva organización interna. Su objetivo político de sanear las instituciones existentes y de crear otras que pudieran servir a su autoridad, se inició con la reorganización legal de las Cortes de Toledo, y continuó con la recopilación de las Ordenanzas Reales de Castilla (realizada por Alonso Díaz de Montalvo) y con la inserción en el gobierno de un grupo de letrados adictos al poder de la monarquía, que formarán parte del Consejo Real y de los nuevos consejos, serán alcaldes y oidores de las chancillerías y audiencias, y corregidores de las ciudades.

La nobleza, que acató el triunfo de Isabel I en la guerra de Sucesión de Castilla, finalizada en 1479, fue también su colaboradora en el nuevo régimen, viendo consolidado su dominio económico y social, y generalizada legalmente la institución del mayorazgo. En un momento de calma internacional, los Reyes decidieron terminar con el último bastión musulmán en Europa occidental mediante la conquista del reino Nazarí, obtenido merced a su victoria en la guerra de Granada (1481-1492), que repoblaron con más de 35.000 castellanos.

Aunque la obra de Fernando II e Isabel I es prácticamente inseparable, fueron decisiones tomadas preferentemente por la Reina las acciones encaminadas a la consecución de la unidad religiosa mediante el establecimiento de la nueva Inquisición (1478), dirigida en principio contra los conversos que judaizaban en Andalucía y extendida después por todos los reinos; la expulsión de los judíos (1492), medida complementaria de la anterior, que obligaba a éstos mediante decreto a convertirse o emigrar; y la conversión de otras minorías religiosas como los moriscos de Granada, a los que trató de atraer mediante la tolerancia y las predicaciones de fray Hernando de Talavera y, al no conseguirlo, impuso los métodos más severos de Francisco Jiménez de Cisneros (más conocido como el cardenal Cisneros), provocando rebeliones de 1499 a 1501, seguidas de conversiones en masa al catolicismo. La selección de obispos capaces y la reforma del clero contribuyeron también a reforzar este intento de unidad religiosa.

Voluntad de Isabel I fue asimismo mantener una amistad cada vez más estrecha con Portugal, mediando ella personal y directamente en sus relaciones y en los matrimonios de su hija Isabel con el infante Alfonso, heredero del trono de Portugal (1490) y, tras la muerte de éste, ocurrida en 1491, con el rey portugués Manuel I el Afortunado (1495), así como la de su otra hija, María de Aragón, con el propio Manuel I, dos años después de que éste enviudara en 1498. Gran empeño puso igualmente en la expansión ultramarina en el océano Atlántico, que iniciada ya con anterioridad en las islas Canarias, culminaría con el descubrimiento de América en 1492. Aunque después de las primeras empresas colombinas, ni ella ni su marido, que siguieron protegiendo a Cristóbal Colón, se volcaron en la empresa, Isabel I marcó su impronta por el empeño de que se cristianizara a los indígenas y de que no fueran esclavizados según las normas jurídicas vigentes.





3                      POLÍTICA INTERNACIONAL

En política internacional, aceptó las directrices de Fernando, heredadas de las relaciones internacionales ejercidas por la Corona de Aragón. La tradicional amistad con Francia fue sustituida por el acercamiento al Sacro Imperio Romano Germánico y a Inglaterra, con los que se concertaron los enlaces matrimoniales de sus hijos Juan (casado en 1497 con Margarita de Austria, hija del emperador Maximiliano I), Juana (la futura reina de Castilla y de Aragón, más conocida como Juana I la Loca, que contrajo matrimonio en 1496 con Felipe el Hermoso, asimismo hijo del emperador Maximiliano I) y Catalina de Aragón (casada sucesivamente con el heredero inglés, Arturo, en 1501, y con el futuro rey de Inglaterra, Enrique VIII, en 1509).

Con tropas y dinero castellanos, Fernando pudo hostilizar a Bretaña (1488-1490), defender el Rosellón y la Cerdaña devueltos por el rey francés Carlos VIII y llevar a cabo la conquista de Nápoles, gracias a las campañas emprendidas entre 1494 y 1504. Fruto de esta política mediterránea sería el título de Reyes Católicos que les concedió en 1496 el papa Alejandro VI. La reina Isabel I falleció el 26 de noviembre de 1504 en la localidad vallisoletana de Medina del Campo. Le sucedieron al frente del trono castellano su hija Juana I la Loca y su yerno Felipe I el Hermoso, si bien, en 1506, tras el fallecimiento de éste, Fernando II se convirtió en regente de la Corona de Castilla.

3.         LA REFORMA DEL CLERO

Cuando Isabel y Fernando heredaron la corona de Castilla, a la muerte del medio hermano de Isabel, Enrique IV, la iglesia española se hallaba en urgente necesidad de reforma. Durante los años de incertidumbre política que precedieron a la muerte de Enrique IV, el alto clero se había dedicado a las prácticas belicosas que, según vimos, eran características de muchos de los prelados de fines de la Edad Media. En esto España no difería del resto de Europa, pues sus obispos con frecuencia resultaban ser más guerreros que pastores, y se involucraron de lleno en las intrigas políticas de la época, no por el bien de sus rebaños, sino por sus propios intereses políticos y económicos. Ejemplo de esto fue el arzobispo de Toledo don Alonso Carrillo de Albornoz, quien, como veremos en la próxima sección, fue uno de los principales arquitectos del alza política de Isabel y de su matrimonio con Fernando.

El bajo clero, aunque privado del poder y los lujos de los prelados, no estaba en mejores condiciones de servir al pueblo. Los sacerdotes eran en su mayoría ignorantes, incapaces de responder a las más sencillas preguntas religiosas por parte de sus feligreses, y muchos de ellos no sabían más que decir de memoria la misa, sin entender qué era lo que estaban diciendo. Además, puesto que el alto clero cosechaba la mayor parte de los ingresos de la iglesia, los sacerdotes se veían sumidos en una pobreza humillante, y frecuentemente descuidaban sus labores pastorales.

En los conventos y monasterios la situación no era mucho mejor. Aunque en algunos se seguía tratando de cumplir la regla monástica, en otros se practicaba la vida muelle. Había casas religiosas gobernadas, no según la regla, sino según los deseos de los monjes y monjas de alta alcurnia. En muchos casos se descuidaba la oración, que supuestamente era la ocupación principal de los religiosos.

A todo esto se sumaba el poco caso que se le hacia al celibato. Los hijos bastardos de los obispos se movían en medio de la nobleza, reclamando abiertamente la sangre de que eran herederos. Hasta el dignísimo don Pedro González de Mendoza, quien sucedió a don Alonso Carrillo como arzobispo de Toledo, tenía por lo menos dos hijos bastardos, a quienes más tarde, sobre la base del arrepentimiento del Arzobispo, Isabel declaró legítimos. Si tal era el caso entre el alto clero, la situación no era mejor entre los curas párrocos, muchos de los cuales vivían públicamente con sus concubinas e hijos. Y, puesto que tal concubinato no tenía la permanencia del matrimonio, eran muchos los sacerdotes que tenían hijos de varias mujeres.

Isabel y Fernando habían ascendido juntamente al trono de Castilla, aunque, según las estipulaciones que habían sido hechas antes de su matrimonio, Fernando no podía intervenir en los asuntos internos de Castilla contra el deseo de la Reina, quien era la heredera del trono. La actitud de los dos cónyuges hacia la vida eclesiástica y religiosa era muy distinta. Fernando había tenido amplios contactos con Italia, y la actitud renacentista de quienes veían en la iglesia un instrumento para sus fines políticos se había adueñado de él. Isabel, por su parte, era mujer devota, y seguía rigurosamente las horas de oración. Para ella, las costumbres licenciosas y belicosas del clero eran un escándalo. A Fernando le preocupaba el excesivo poder de los obispos, convertidos en grandes señores feudales. En consecuencia, cuando los intereses políticos de Fernando coincidían con los propósitos reformadores de Isabel, la reforma marchó adelante. Y cuando no coincidían, Isabel hizo valer su voluntad en Castilla, y Fernando en Aragón.
A fin de reformar el alto clero, los Reyes Católicos obtuvieron de Roma el derecho de nombrarlo. Para Fernando, se trataba de una medida necesaria desde el punto de vista político, pues la corona no podía ser fuerte en tanto no contase con el apoyo y la lealtad de los prelados. Isabel veía esta realidad, y concordaba con Fernando, pues siempre fue mujer sagaz en asuntos de política. Pero además estaba convencida de la necesidad de reformar la iglesia en sus dominios, y el único modo de hacerlo era teniendo a su disposición el nombramiento de quienes debían ocupar altos cargos eclesiásticos. Prueba de esta actitud divergente de los soberanos es el hecho de que, mientras en Castilla Isabel se esforzaba por encontrar personajes idóneos para ocupar las sedes vacantes, en Aragón Fernando hacía nombrar arzobispo de Zaragoza a su hijo bastardo don Fernando, quien contaba seis años de edad. De todos los nombramientos que la Reina pudo hacer gracias a sus gestiones en Roma, ninguno tuvo consecuencias tan notables como el de Francisco Jiménez de Cisneros, a quien hizo arzobispo de Toledo. Cisneros era un fraile franciscano en quien se combinaban la pobreza y austeridad franciscanas con el humanismo erasmista. Antes de ser arzobispo, había dado amplias muestras tanto de su temple como de su erudición. De joven había chocado con los intereses del arzobispo Alonso Carrillo de Albornoz, y pasó diez años preso, sin ceder. Después se dedicó a estudiar hebreo y caldeo, y fue visitador de la diócesis de Sigüenza, cuyo obispo se ocupaba de su rebaño más de lo que se acostumbraba en esa época. Decidió entonces retirarse a un monasterio franciscano, donde abandonó su nombre anterior de Gonzalo y tomó el de Francisco, por el que lo conoce la posteridad.[4]


Cuando don Pedro González de Mendoza sucedió al arzobispo Carrillo, le recomendó a la Reina que tomara por confesor al docto y devoto Fray Francisco. Este accedió a condición de que se le permitiera continuar viviendo en un convento y guardar estrictamente su voto de pobreza. Pronto se convirtió en uno de los consejeros de confianza de la Reina, y cuando quedó vacante la sede de Toledo, por haber muerto el cardenal Mendoza, la Reina decidió que Fray Francisco era la persona llamada a ocupar ese cargo. A ello se oponían el Rey, que quería nombrar a su hijo don Fernando, y la familia del fenecido arzobispo, que esperaba que se nombrara a uno de entre ellos. Empero la Reina se mostró firme en su decisión y, sin dejárselo saber a Jiménez de Cisneros, envió su nombre a Roma, donde obtuvo de Alejandro VI su nombramiento como arzobispo de Toledo y primer prelado de la iglesia española. Resulta irónico que fuese el papa Alejandro VI, de tristísima memoria y peor reputación, quien dio las bulas del nombramiento de Cisneros, el gran reformador de la iglesia española.[6]


Cuando el fraile recibió de manos de la Reina el nombramiento pontificio, se negó a aceptarlo, y fue necesaria otra bula de Alejandro para obligarlo a ceder.

Isabel y Fray Francisco colaboraron en la reforma de los conventos. La Reina se ocupaba mayormente de las casas de religiosas, y el Arzobispo de los monjes y frailes. Sus métodos eran distintos, pues mientras Cisneros hacía uso directo de su autoridad, ordenando que se tomaran medidas reformadoras, la Reina utilizaba procedimientos menos directos. Cuando decidía visitar un convento, llevaba consigo la rueca o alguna otra labor manual, a la que se dedicaba en compañía de las monjas. Allí, en amena conversación, se enteraba de lo que estaba sucediendo en la casa y, si encontraba algo fuera de lugar, les dirigía a las monjas palabras de exhortación. Insistía particularmente en que se guardase la más estricta clausura. Por lo general, con esto bastaba. Pero cuando le llegaban noticias de que algún convento no había mejorado su disciplina a pesar de sus exhortaciones, acudía a su autoridad real, y en tales casos sus penas podían ser severas.

Los métodos de Cisneros pronto le crearon enemigos, y tanto el cabildo de Toledo como algunos de entre los franciscanos enviaron protestas a Roma. En respuesta a tales protestas, Alejandro VI ordenó que se detuvieran las medidas reformadoras, hasta tanto pudiera investigarse el asunto. Pero una vez más la Reina intervino, y obtuvo de Roma, no sólo el permiso para continuar la labor reformadora, sino también la autoridad necesaria para llevarla a cabo más eficazmente.[8]

3          LAS LETRAS Y LA POLÍGLOTA COMPLUTENSE

La erudición de Cisneros, y en particular su interés en las letras sagradas, ocupaban un lugar importante en el proyecto reformador de Isabel. La Reina estaba convencida de que tanto el país como la iglesia tenían necesidad de dirigentes mejor adiestrados, y por tanto se dedicó a fomentar los estudios. Ella misma era una persona erudita, conocedora del latín, y se rodeó de otras mujeres de dotes semejantes. Aunque Fernando no era el personaje ignorante que se le ha hecho a veces aparecer, no cabe duda de que su interés en las letras era mucho menor. A Isabel España le debe el haber echado las bases del Siglo de Oro.

Cisneros estaba de acuerdo con la Reina en la necesidad de reformar la iglesia, no solamente mediante medidas administrativas, sino también con el cultivo de las letras sagradas. En esta empresa, la imprenta era una gran aliada, y por tanto Isabel, con la anuencia de Fernando, fomentó su desarrollo en España. Pronto hubo imprentas en Barcelona, Zaragoza, Sevilla, Salamanca, Zamora, Toledo, Burgos y varias otras ciudades. Pero las contribuciones más importantes de Cisneros (con el apoyo de la Reina) a la reforma religiosa en España al estilo humanista fueron la universidad de Alcalá y la Biblia Políglota Complutense.

La universidad de Alcalá, comenzada a construir en 1498, no se terminó sino hasta 1508, después de la muerte de Isabel. Su nombre original era Colegio Mayor de San Ildefonso. El propósito de Cisneros era que aquel centro docente se volviera el núcleo de una gran reforma de la iglesia y de la vida civil española. Y ese sueño se cumplió, pues entre quienes estudiaron en el famoso plantel se cuentan Miguel de Cervantes, Ignacio de Loyola y Juan de Valdés. Empero las obras de la universidad de Alcalá son importantes, no sólo en sí mismas, sino también como símbolo del interés de la Reina y de Cisneros en los estudios superiores, pues Isabel protegió asimismo las universidades de Salamanca, Sigüenza, Valladolid y otras.

Tampoco la Políglota Complutense fue obra directa de Isabel, que murió antes de que se completara, sino más bien de Cisneros, aunque indudablemente siguiendo la inspiración reformadora de la gran reina. Recibe el nombre de “Complutense” por haberse preparado en Alcalá, cuyo nombre latino es Complutum. Durante más de diez años trabajaron los eruditos en la gran edición de la Biblia. Tres conversos del judaísmo se ocuparon del texto hebreo. Un cretense y dos helenistas españoles se responsabilizaron del griego. Y los mejores latinistas de España se dedicaron a preparar el texto latino de la Vulgata. Cuando por fin apareció la Biblia, contaba con seis volúmenes (los primeros cuatro comprendían el Antiguo Testamento, el quinto el Nuevo, y el sexto una gramática hebrea, caldea y griega). Aunque la obra se terminó de imprimir en 1517, no fue publicada oficialmente sino hasta 1520. Se cuenta que, al recibir el último tomo, Cisneros se congratuló de haber dirigido “esta edición de la Biblia que, en estos tiempos críticos, abre las sagradas fuentes de nuestra religión, de las que surgirá una teología mucho más pura que cualquiera surgida de fuentes menos directas”. Nótese que en estas palabras hay una afirmación clara de la superioridad de las Escrituras sobre la tradición, afirmación que pronto se volvería una de las tesis principales de los reformadores protestantes.


Medidas represivas
Todo lo que antecede puede dar la impresión de que el gobierno de los Reyes Católicos fue tal que en él se permitió la libertad de opiniones y de culto. Pero lo cierto es todo lo contrario. Las mismas personas que abogaban por el estudio de la Biblia y de las letras clásicas estaban convencidas de la necesidad de que no hubiese en España más que una religión, y que esa fe fuese perfectamente ortodoxa. Tanto Isabel como Cisneros creían que la unidad del país y la voluntad de Dios exigían que se arrancara todo vestigio de judaísmo, mahometismo y herejía. Tal fue el propósito de la Inquisición española, que data del año 1478.

Empero antes de pasar a tratar acerca de esta forma particular de la Inquisición, debemos recordarle al lector que esa institución tenía viejas raíces en la tradición medieval. Ya en el siglo IV se había condenado a muerte al primer hereje. Después la tarea inquisitorial quedó en manos de las autoridades locales. En el siglo XIII, como parte de la labor centralizadora de Inocencio III, se colocó bajo supervisión pontificia. Así se practicó en toda Europa por varios siglos, aunque no siempre con el mismo rigor.

La principal innovación de la Inquisición española estuvo en colocarla, no bajo la supervisión papal, sino bajo la de la corona. En 1478, el papa Sixto IV accedió a una petición en ese sentido por parte de los Reyes Católicos. Los motivos por los cuales los soberanos hicieron tal petición no están del todo claros. Por una parte, el papado pasaba por tiempos difíciles, y no cabe duda de que Isabel estaba convencida de que la reforma y purificación de la iglesia española tendrían que proceder de la corona, y no del papado. Por otra parte, la sujeción de la Inquisición al poder real era un instrumento valioso en manos de los monarcas, enfrascados en un gran proyecto de fortalecer ese poder.

En todo caso, cuando llegó la bula papal, Isabel demoró algún tiempo en aplicarla. Primero desató una vasta campaña de predicación contra la herejía, al parecer con la esperanza de que muchos abandonaran sus errores voluntariamente. Cuando por fin se comenzó a aplicar el decreto papal, primeramente sólo en Sevilla, hubo fuertes protestas que llegaron a Roma. En 1482, cuando las relaciones entre el Papa y España eran tirantes debido a varios conflictos políticos en Italia, Sixto IV canceló su bula anterior, aduciendo las quejas que le habían llegado desde España. Pero al año siguiente, tras una serie de gestiones en la que estuvo envuelto Rodrigo Borgia, el futuro Alejandro VI, la Inquisición española fue restaurada. Fue entonces cuando se nombró Inquisidor General de la Corona de Castilla al dominico Tomás de Torquemada, cuya intolerancia y crueldad se han hecho famosas.

En Aragón, el reino que le correspondía como herencia a Fernando, el curso de la Inquisición fue paralelo al que siguió en Castilla. En los últimos años antes del advenimiento de Fernando al trono, la actividad inquisitorial había sido mayor en Aragón que en Castilla, y por tanto el país estaba más acostumbrado a tales procesos. Pero allí también surgió oposición, particularmente por parte de quienes creían que la inquisición real era una usurpación de la autoridad eclesiástica. Al igual que en Castilla, hubo un breve período en que, por las mismas razones políticas, el Papa le retiró a la corona el poder de dirigir la Inquisición, que antes le había otorgado. Pero a la postre Roma accedió a las peticiones españolas, y el Santo Oficio quedó bajo la dirección de la corona. Pocos meses después de ser nombrado Inquisidor General de Castilla, Torquemada recibió una autoridad semejante para el reino de Aragón.

Mucho se ha discutido acerca de la Inquisición española. Por lo general, los autores católicos conservadores tratan de probar que las injusticias cometidas no fueron tan grandes como se ha dicho, y que el Santo Oficio era una institución necesaria. Frente a ellos, los protestantes la han descrito como una tiranía insoportable, y una fuerza oscurantista. La verdad es que ambas interpretaciones son falsas. Los crímenes de la Inquisición no pueden cubrirse diciendo sencillamente que no fueron tantos ni tan graves, o argumentando que era una institución necesaria para la unidad religiosa del país. Pero tampoco hay pruebas de que la Inquisición española, especialmente en sus primeras décadas, fuese una institución impopular, ni que se complaciera en perseguir a los estudiosos. Al contrario, hubo muchos casos en los que los letrados emplearon los medios del Santo Oficio para hacer callar a los místicos y visionarios que representaban a las clases más bajas de la sociedad (y en particular a las mujeres que decían tener visiones). Aunque algunos sabios, como Fray Luis de León, pasaron años en las cárceles inquisitoriales, la mayoría de los letrados de la época veía en la Inquisición un instrumento para la defensa de la verdad.

También hay fuertes indicios de que, al menos al principio, la Inquisición fue una institución que gozó del favor del pueblo. Las tensiones entre los “cristianos viejos” y los conversos del judaísmo eran enormes. Aunque durante buena parte de la Edad Media España había sido más tolerante hacia los judíos que el resto de Europa, en la época que estamos estudiando, y ya desde un siglo antes, las condiciones empezaron a cambiar. El creciente sentimiento nacionalista español, unido como estaba a la fe católica y a la idea de la Reconquista, fomentaba la intolerancia para con los judíos y los moros. A esa intolerancia se le daba un barniz religioso que parecía justificarla. Ahora bien, cuando, ya fuese por motivos de convicción, ya cediendo a la enorme presión que se les aplicaba, los moros y los judíos se convertían, se perdía esa excusa religiosa para odiarlos. Pero aparecía entonces otra nueva razón de la discriminación: se decía que los conversos no lo eran de veras, que secretamente continuaban practicando ritos de su vieja religión, y que se burlaban en privado de la fe cristiana. Luego muchos de los conversos, que pudieron haber creído que las aguas bautismales los librarían del estigma que iba unido a su vieja religión, se vieron ahora acusados de herejes, y sujetos por tanto a los rigores de la Inquisición, en los que consentían los “cristianos viejos”, que así podían sentirse superiores a los conversos. Puesto que su propósito era extirpar la herejía, y para ser hereje es necesario ser cristiano, la Inquisición no tenía jurisdicción sobre judíos o musulmanes, sino sólo sobre los conversos. Contra ellos se aplicó enorme rigor. Mientras la Inquisición medieval había permitido que, en casos excepcionales, no se divulgaran los nombres de los acusadores de un reo, en la española esa regla de excepción se volvió práctica usual, pues se decía que el poder de los conversos era tal que, si se sabía quién había acusado a uno de entre ellos, los demás tomarían represalias, y por tanto se temía por la vida de los testigos. El resultado fue privar al acusado de uno de los elementos más necesarios para una defensa eficaz. Además se aplicaba la tortura con harta frecuencia, y de ese modo se arrancaban tanto confesiones como nuevas acusaciones contra otras personas. Frecuentemente los procesos tomaban largos años, durante los cuales eran cada vez más los implicados. Y si, caso raro, el acusado resultaba absuelto, había pasado buena parte de su vida encerrado en las cárceles inquisitoriales, y no tenía modo alguno de establecer recurso contra sus falsos acusadores, pues ni siquiera sabía quiénes eran. Por muchas razones históricas que se den, no es posible justificar todo esto a base de la fe cristiana.

También se ha discutido muchísimo acerca de los motivos económicos envueltos en la Inquisición española. En ella se aplicaban los principios medievales, según los cuales los bienes de todo condenado a muerte eran confiscados. Al principio, tanto esos bienes como las diversas multas que se imponían se dedicaban a obras religiosas, por lo general en la parroquia del condenado. Pero esto a su vez se prestaba a abusos, y los soberanos comenzaron a fiscalizar más de cerca a los inquisidores, haciendo que los fondos recaudados fuesen a dar al tesoro real. Hasta qué punto estas medidas se debieron a la codicia de los reyes, y hasta qué punto fueron un intento sincero de evitar los abusos a que la Inquisición se prestaba, no hay modo de saberlo. Pero en todo caso el hecho es que la corona se benefició con los procesos inquisitoriales.

Otra fuente de ingresos eran las “reconciliaciones” que se hacían mediante el pago de una suma. La más notable fue la reconciliación general de los años 1495 al 1497, que se utilizó para cubrir las deudas de la guerra de Granada. En este caso particular, no cabe duda de que la intención de los Reyes era tanto evitar los sufrimientos que los juicios y castigos acarreaban para los conversos y sus familias como resarcirse de los gastos de la guerra.

Cualesquiera hayan sido los motivos de los monarcas, no puede dudarse que la Inquisición se prestaba a los malos manejos y la codicia desmedida. Poco después de la muerte de Isabel, el Santo Oficio había caído en descrédito por esas razones, y Fernando tuvo que intervenir en el asunto, nombrando Inquisidor General a Francisco Jiménez de Cisneros. Aunque el franciscano no fue tan terrible como Torquemada, resulta notable que el inspirador de la Políglota Complutense y de la universidad de Alcalá fuese también el Gran Inquisidor. En ello tenemos un ejemplo de lo que sería la forma característica de la reforma católica, particularmente en España, de combinar la erudición con la intolerancia.

Isabel no era más tolerante que su confesor, como puede verse en la expulsión de los judíos. Mientras la Inquisición se ocupaba de los conversos, los judíos que permanecían firmes en la fe de sus antepasados no caían bajo su jurisdicción. Pero se les acusaba de mantener contactos con los conversos, con lo cual, según se decía, los incitaban a judaizar. Además, se comentaba que los judíos tenían enormes riquezas, y que aspiraban a adueñarse del país. Todo esto no era más que falsos rumores nacidos del prejuicio, la ignorancia y el temor. A mediados de 1490 se produjo el incidente del “santo niño de la Guardia”. Un grupo de judíos y conversos fue acusado de matar a un niño en forma ritual, con el propósito de utilizar su corazón, y una hostia consagrada, para maleficios contra los cristianos. En el convento de Santo Domingo, en Avila, Torquemada dirigió la investigación. Los acusados fueron declarados culpables, y quemados en noviembre de 1491 en las afueras de Avila. Hasta el día de hoy los historiadores no concuerdan acerca de si de veras hubo un niño sacrificado o no. Pero de lo que no cabe duda es de que, si existió una conspiración, se trataba de un pequeño grupo fanático, que no representaba en modo alguno a la comunidad judía. En todo caso, el hecho es que la enemistad de los cristianos contra los judíos se exacerbó. En varios lugares se produjeron motines y matanzas de judíos. De acuerdo a sus obligaciones legales, los Reyes defendieron a los judíos, aunque esa defensa no fue decidida, y los cristianos que cometieron atropellos contra los hijos de Israel no fueron castigados. Lo que sucedía era, en parte al menos, que la Reina estaba convencida de que era necesario buscar la unidad política y religiosa de España. Esa unidad era una exigencia política y religiosa; política, porque las circunstancias la exigían; religiosa, porque tal era, según Isabel, la voluntad de Dios.

El golpe decisivo contra los judíos llegó poco después de la conquista de Granada. Una vez destruido el último baluarte musulmán en la Península, pareció aconsejable ocuparse del “problema” de los judíos. Casi todos los documentos, tanto cristianos como judíos, dan a entender que Isabel fue, más que Fernando, quien concibió el proyecto de expulsión. El decreto, publicado el 31 de marzo de 1492, les daba a los judíos cuatro meses para abandonar todas las posesiones de los Reyes, tanto en España como fuera de ella. Se les permitía vender sus propiedades, pero les estaba prohibido sacar del país oro, plata, armas y caballos. Luego, el único medio que los hijos de Israel tenían para salvar algo de sus bienes eran las letras de cambio, disponibles principalmente a través de banqueros italianos. Entre tales banqueros y los especuladores que se dedicaron a aprovechar la coyuntura, los judíos fueron esquilmados, aunque los Reyes trataron de evitar los abusos económicos.

Al parecer, los Reyes esperaban que muchos judíos decidieran aceptar el bautismo antes que abandonar el país que era su patria, y donde habían vivido por largas generaciones. Con ese fin decretaron que quien aceptara el bautismo podría permanecer en el país, y además enviaron predicadores que anunciaran, no sólo la verdad de la fe cristiana, sino también las ventajas del bautismo. Unas pocas familias ricas se bautizaron, y de ese modo lograron conservar sus bienes y su posición social. Esos pocos bautismos fueron hechos con gran solemnidad, al parecer con la esperanza de inducir a otros judíos a seguir el mismo camino. Pero la mayoría de ellos mostró una firmeza digna de los mejores episodios del Antiguo Testamento. Mejor marchar al exilio que inclinarse ante el Dios de los cristianos y abandonar la fe de sus antepasados.

Los sufrimientos de aquel nuevo exilio del pueblo de Israel fueron indecibles. Entre 50.000 y 200.000 judíos abandonaron su tierra natal y partieron hacia futuros inciertos. Muchos fueron saqueados o asesinados por bandidos o por quienes les ofrecieron transporte. De los que partieron hacia la costa norte de Africa, la mayoría pereció. Un buen número se refugió en Portugal, en espera de que las circunstancias cambiaran en España. Pero cuando el Rey de Portugal quiso casarse con una de las hijas de Isabel, ésta exigió que los judíos fueran expulsados de ese reino, enviándolos así a un nuevo exilio.

La pérdida que todo esto representó para España ha sido señalada repetidamente por los historiadores. Entre los judíos se contaban algunos de los elementos más productivos del país, cuya partida privó a la nación de su industria e ingenio. Además, muchos de ellos eran banqueros que repetidamente habían servido a la corona en momentos difíciles. A partir de entonces, el tesoro español tendría que recurrir a prestamistas italianos o alemanes, en perjuicio económico de España.

La situación de los moros era semejante a la de los judíos. Mientras quedaron tierras musulmanas en la Península, la mayoría de los gobernantes cristianos siguió la política de permitirles a sus súbditos musulmanes practicar libremente su religión, pues de otro modo estarían incitándoles a la rebelión y a la traición. Pero una vez conquistado el reino de Granada la situación política cambió. Aunque en las Capitulaciones de Granada se estipulaba que los musulmanes tendrían libertad para continuar practicando su religión, ley y costumbres, ese tratado no fue respetado, pues no había un estado musulmán capaz de obligar a los reyes cristianos a ello. Pronto el arzobispo Cisneros y el resto del clero se dedicaron a tratar de forzar a los moros a convertirse. El celo de Cisneros llevó a los musulmanes a la rebelión, que a la postre fue ahogada en sangre. A fin de evitar otras rebeliones semejantes, los Reyes ordenaron que también los moros de Castilla, como antes los judíos, tendrían que escoger entre el bautismo y el exilio. Poco después, cuando se vio que posiblemente el éxodo sería masivo, se les prohibió emigrar, con lo cual quedaron obligados a recibir el bautismo. A estos moros bautizados se les dio el nombre de “moriscos”, y desde el punto de vista de la iglesia y del gobierno español fueron siempre un problema, por su falta de asimilación. En 1516 Cisneros, a la sazón regente del reino, trató de obligarlos a abandonar su traje y sus usos, aunque sin éxito.

Mientras todo esto estaba teniendo lugar en Castilla, en Aragón eran todavía muchos los moros que no habían recibido el bautismo. Aunque Carlos V había prometido respetar sus costumbres, el papa Clemente VII lo libró de su juramento y lo instó a forzar a los moros de Aragón a bautizarse. A partir de entonces se siguió una política cada vez más intolerante, primero hacia los musulmanes, y después hacia los moriscos, hasta que los últimos moriscos fueron expulsados a principios del siglo XVII.

Todo lo que antecede ilustra la política religiosa de Isabel, que fue también la de España por varios siglos. Al tiempo que se buscaba reformar la iglesia mediante la regulación de la vida del clero y el fomento de los estudios teológicos, se era extremadamente intolerante hacia todo lo que no se ajustara a la religión del estado. Luego, Isabel fue la fundadora de la reforma católica, que se abrió paso primero en España y después fuera de ella, y esa reforma llevó el sello de la gran Reina de Castilla.[10]


4          LA DESCENDENCIA DE ISABEL

El nombre de Isabel la Católica se mezcla con la historia toda de la Reforma del siglo XVI, no solamente por ser ella la principal promotora de la reforma católica española, sino también porque sus descendientes se vieron involucrados en muchos de los acontecimientos que hemos de relatar.

Los hijos de Fernando e Isabel fueron cinco. La hija mayor, Isabel, se casó primero con el infante don Alfonso de Portugal y, al morir éste, con Manuel I de Portugal. De este segundo esposo tuvo un hijo, el príncipe don Miguel, cuyo nacimiento le costó la vida, y quien no vivió largo tiempo.

Juan, el presunto heredero de los tronos de Castilla y Aragón, murió poco después de casarse, sin dejar descendencia. Su muerte fue un rudo golpe para Isabel, tanto por el amor materno que sentía hacia el joven príncipe como por las complicaciones que ese acontecimiento podría acarrear para la sucesión al trono. Puesto que dos años después, en 1500, murió el infante don Miguel de Portugal, quedó como heredera de los tronos de Castilla y Aragón la segunda hija de los Reyes Católicos, Juana.

Juana se casó con Felipe el Hermoso, hijo del emperador Maximiliano I, pero pronto empezó a dar señales de locura. Felipe había heredado de su madre los Países Bajos, y a la muerte de Isabel la Católica reclamó para sí la corona de Castilla, aunque Fernando su suegro se oponía a ello. Pero Felipe murió inesperadamente en 1506, y a partir de entonces la locura de Juana resultó innegable. Tras hacer embalsamar el cuerpo de su difunto esposo, y pasearse con él por Castilla, se retiró a Tordesillas, donde continuó guardando el cadáver hasta que murió en 1555.

Juana había tenido de Felipe dos hijos y cuatro hijas. El hijo mayor, Carlos, fue su sucesor al trono de Castilla, y después al de Aragón. Puesto que también fue emperador de Alemania, se le conoce como Carlos V, aunque en España fue el primer rey de ese nombre. El otro hijo, Fernando, sucedió a Carlos como emperador cuando éste abdicó. La hija mayor de Juana y Felipe, Eleonor, se casó primero con Manuel I de Portugal (el mismo que antes se había casado con Isabel, la tía de Eleonor), y después con Francisco I de Francia, quien jugará un papel importante en varios capítulos de esta historia. Las demás se casaron con los reyes de Dinamarca, Hungría y Portugal.

La tercera hija de los Reyes Católicos, María, fue la segunda esposa de don Manuel I de Portugal (después de su hermana Isabel, y antes de su sobrina Eleonor).

Por último, la hija menor de Fernando e Isabel, Catalina de Aragón, marchó a Inglaterra, donde contrajo matrimonio con el príncipe Arturo, heredero de la corona. Al morir Arturo, se casó con el hermano de éste, Enrique VIII. La anulación de ese matrimonio fue la ocasión de la ruptura entre Inglaterra y Roma, según veremos más adelante. La hija de Catalina y Enrique, y por tanto nieta de los Reyes Católicos, fue la reina María Tudor, a quien se le ha dado el sobrenombre de “la Sanguinaria”.

En resumen, aunque la historia de los hijos de los Reyes Católicos es triste, las próximas generaciones dejaron su huella, no sólo en Europa, sino también en América, hasta tal punto que es imposible narrar la historia del siglo XVI sin referirse a ellas.

Metas
1.   Conocer la situación religiosa de España en el período poco antes de la Reforma.
2.   Comprender y la importancia política-social de España en Europa durante el tiempo de la Reforma.
3.   Comprender los factores en la conversión de Martín Lutero y la importancia de su participación en la Reforma.
Objetivos
1.   Describir en sus propias palabras la historia y el significado de la Reforma de: Isabel la Católica, el rey Fernando, Cisneros, y Tomás Torquemada.
2.   Explicar la importancia de España en general para la situación política, social, y religiosa de Europa en el tiempo de la Reforma.
3.   Explicar la conversión de Martín Lutero y la importancia de las 95 tesis.
4.   Relatar la historia de la dieta de Worms.

CONCLUSIONES Y REFLEXIONES PERSONALES

1.   ¿Por qué el Dr. González eligió a España, y a Isabel la Católica, como punto de partida para hablar de la Reforma?

2.   ¿Por qué la iglesia española necesitaba urgentemente una reforma en el tiempo de Isabel y Fernando?

3.   ¿Cuáles eran los motivos de Fernando e Isabel, respectivamente, en pedir el derecho de nombrar el alto clero?

4.   ¿Qué hizo Isabel para reformar la iglesia?

5.   ¿Cuáles son las dos contribuciones más importantes de Cisneros a la reforma religiosa de España?

6.   ¿Cuál fue el propósito de la Inquisición española que empezó en el año 1478?

7.   ¿Quién fue Tomás Torquemada?

8.   ¿Qué opinaba el pueblo español de la Inquisición?

9.   ¿De qué acusaban a los judíos cuando los expulsaron de España?

10. ¿Cuál fue el resultado económico y social de la expulsión de los judíos de España en el año 1492?


RESUMEN DE LO LEÍDO:

1.   España dominaba Europa en el siglo XVI.
2.   La iglesia estaba muy corrupta en aquella época, e Isabel la Católica trataba de reformarla.
3.   Parte de esta reforma incluía la Inquisición, en que trataban de eliminar el judaísmo, el mahometismo, y la herejía. España era el país que dominaba Europa en el tiempo antes de la Reforma. b) La familia de Isabel la Católica, que participaba en la política de muchos países, fue muy importante para entender Europa en aquella época. c) Estos puntos de partida, a diferencia del alemán o anglosajón, permite dar una perspectiva más adecuada para lectores hispanos.

4    Los obispos eran más guerreros que pastores, involucrados en la política por intereses económicos. Los sacerdotes eran ignorantes. Los conventos y monasterios habían descuidado la vida de oración. Los hijos bastardos de los obispos se movían en medio de la nobleza abiertamente, y los curas vivían públicamente con sus concubinas.

5    Para Fernando, era una medida política, para tener más poder. Para Isabel, también era una medida política, pero asimismo era un esfuerzo por reformar la iglesia.
6    Nombró a Francisco Jiménez de Cisneros como arzobispo de Toledo, y entre ellos empezaron a reformar los conventos, insistiendo en reglas más estrictas y aplicando castigos severos por conducta ilegítima.
7    Estableció la Universidad de Alcalá (donde estudiaron Miguel de Cervantes, Ignacio de Loyola, y Juan de Valdés, entre otros), y dirigió la redacción e impresión de la Biblia Políglota Complutense (Complutum es el nombre en latín de Alcalá).
8    Isabel y Cisneros querían eliminar todo vestigio de judaísmo, mahometismo, y herejía.
9    Fue nombrado Inquisidor General de la Corona de Castilla y conocido por su intolerancia y crueldad.
10  En general, estaban de acuerdo, debido al creciente nacionalismo e intolerancia hacia los judíos y los moros.
11  Los acusaban de tener una influencia sobre los judíos conversos al cristianismo. También se comentaba que tenían enormes riquezas y que querían adueñarse del país.
12  Ya que algunas de las personas más productivas del país eran judías, su partida privó a la nación de su industria e ingenio.
5.   Estableció la Universidad de Alcalá (donde estudiaron Miguel de Cervantes, Ignacio de Loyola, y Juan de Valdés, entre otros), y dirigió la redacción e impresión de la Biblia Políglota Complutense (Complutum es el nombre en latín de Alcalá).
6.   Isabel y Cisneros querían eliminar todo vestigio de judaísmo, mahometismo, y herejía.
7.   Fue nombrado Inquisidor General de la Corona de Castilla y conocido por su intolerancia y crueldad.
8.   En general, estaban de acuerdo, debido al creciente nacionalismo e intolerancia hacia los judíos y los moros.
9.   Los acusaban de tener una influencia sobre los judíos conversos al cristianismo. También se comentaba que tenían enormes riquezas y que querían adueñarse del país.
10. Ya que algunas de las personas más productivas del país eran judías, su partida privó a la nación de su industria e ingenio.


ANEXO FINAL

            He querido desarrollar un trabajo de un modo más personal, donde podamos debatir sobre la historia y hacernos preguntas con el autor del libro básico que he seguido aunque me haya apoyado en otras fuentes. El objetivo final es formar parte de los eventos ocurridos e implicar al lector, además del estudio a su aplicación práctica. Ha sido un placer.
















BIBLIOGRAFÍA


Fisher, Jorge. Historia de la Reforma. Barcelona: CLIE, 1984.

González, Justo. Historia del cristianismo. Tomo I. Miami: Unilit, 1994. (Capítulos 44–55). (Sería importante leer estos capítulos para conocer el trasfondo de la Reforma, y a los precursores como Wyclif y Huss.)

Latourette, Kenneth Scott. Historia del cristianismo, tomo II. El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones, 1966. (Lea las secciones acerca de la Reforma.)

Linday, Tomás M. La Reforma en su contexto histórico. Barcelona, CLIE, 1985

Lindsay, Tomás M. La Reforma y su desarrollo social. Barcelona, CLIE, 1986.

Vila, Samuel. Historia de la inquisición y Reforma en España. Barcelona: CLIE,

Walker, Williston. Historia de la iglesia cristiana. Kansas City, Missouri: Casa Nazarena, 1955.[12]

Deiros, P. A. 2005. Historia del Cristianismo: Los primeros 500 años. Formación Ministerial. Ediciones del Centro: Buenos Aires, Argentina

Hurlbut, J. L. 1999. Historia de la Iglesia Cristiana. Editorial Vida: Miami, FL






[1] González, J. L. (2003). Historia de la Reforma (7). Miami, FL: Editorial Unilit.
[2] Op. Cit. Historia de la Reforma (7–9). Miami, FL: Editorial Unilit.
[3] Hurlbut, J. L. (1999). Historia de la Iglesia Cristiana (141–142). Miami, FL: Editorial Vida.
[4] González, J. L. (2003). Historia de la Reforma (9–12). Miami, FL: Editorial Unilit.
[5] Isabel y Fernando en oración. Cuadro del Alcázar de Segovia.
[6] González, J. L. (2003). Historia de la Reforma (12–13). Miami, FL: Editorial Unilit.
[7] Francisco Jiménez de Cisneros.
[8] González, J. L. (2003). Historia de la Reforma (13–14). Miami, FL: Editorial Unilit.
[9] La políglota Complutense.
[10] González, J. L. (2003). Historia de la Reforma (16–24). Miami, FL: Editorial Unilit.
[11] Rendición de Granada El 2 de enero de 1492 se completaba la definitiva reconquista del último bastión musulmán, en lo que habría de convertirse en España, a manos de los reyes cristianos Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, conocidos como los Reyes Católicos. Esta pintura historicista del siglo XIX, realizada por Francisco Pradilla, representa la rendición de la ciudad de Granada por parte del último rey Nazarí, Boabdil, a los Reyes Católicos.
[12] Preparada por Laurel University. (2009). Historia de la Reforma (Guía de Estudio) (239–240). High Point, NC: Editorial Unilit.

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