FACULTAD
ADVENTISTA DE TEOLOGÍA
CAMPUS
ADVENTISTA DE SAGUNTO
ISABEL de CASTILLA
TRABAJO DE INVESTIGACIÓN
Alumno: Diego Calvo Merino
Asignatura: Hª Primitiva y Medieval
Profesor: Dr. Nelson salgado
Mayo 2013
ÍNDICE
Página
INTRODUCCIÓN…………………….……………………..…….....2
1. CONTEXTO HISTÓRICO Y SOCIAL…..……………………………….…………4
1.1 Unión dinástica………….…………………………………………………..5
1.2 Política
internacional……….…..……………………………………………7
1.3 La reforma del Clero………..………………………………………………..8
2.1 Las letras y la Políglota
Complutense…………..……..…………………….13
2.2 La descendencia de Isabel………………………………….……………….22
2. METAS Y
OBJETIVOS: CONCLUSIÓN Y REFLEXIÓN PERSONAL…………..24
BIBLIOGRAFÍA………………………………..……………….………..…27
INTRODUCCION
1
|
Primeramente
encomiendo mi espíritu en las manos de mi Señor Jesucristo, el cual de la nada
lo crio, y por su preciosísima sangre lo redimió.
Testamento
de Isabel la Católica[1]
Isabel I la
Católica (1451-1504), reina de Castilla (1474-1504), durante su
reinado se produjo el descubrimiento europeo del continente americano y la
unión dinástica de la Corona de Castilla con la Corona de Aragón bajo la Casa
de Trastámara.
Aunque es costumbre comenzar los
libros acerca de la Reforma tratando acerca de Alemania y la experiencia y
teología de Lutero, el hecho es que el trasfondo político y eclesiástico de la
época puede entenderse mejor tomando otros puntos de partida. El que aquí hemos
escogido, que podrá parecerle extraño al lector, tiene ciertas ventajas.
La primera de ellas es
que muestra la continuidad entre las ansias reformadoras que hemos visto
anteriormente, y los acontecimientos del siglo XVI. Lutero no apareció en medio
del vacío, sino que fue el resultado de los “sueños frustrados” de generaciones
anteriores. Y su protesta tomó la dirección que es de todos sabida debido en
parte a condiciones políticas que se relacionaban estrechamente con la
hegemonía española.
La segunda ventaja de nuestro punto de partida es que
nos ayuda a trazar el marco político dentro del cual tuvieron lugar
acontecimientos que frecuentemente se describen en un plano puramente
teológico. Catalina de Aragón, la primera esposa a quien Enrique VIII de
Inglaterra repudió, era hija de Isabel.
Carlos V, el emperador a quien Lutero se enfrentó en
Worms, era nieto de la gran reina española, y por tanto sobrino de Catalina.
Felipe II, el hijo de Carlos V y bisnieto de Isabel, se casó con su prima
segunda María Tudor, reina de Inglaterra y nieta de Isabel. Todo esto, que
presentado tan rápidamente puede parecer muy complicado, será explicado más
adelante en el curso de esta historia. Lo hacemos constar aquí sencillamente
para mostrar la importancia de Isabel y su descendencia en todo el proceso
político y religioso del siglo XVI.
Por último, desde nuestra perspectiva hispánica, este
punto de partida nos ayuda a corregir varias falsas impresiones que podamos
haber recibido de una historia escrita principalmente desde una perspectiva alemana
o anglosajona. Durante la época de la Reforma, España era un centro de
actividad intelectual y reformadora. Si bien es cierto que la Inquisición fue
frecuentemente una fuerza opresora, no es menos cierto que en muchos otros
países, tanto católicos como protestantes, había otras fuerzas de la misma
índole. Además, mucho antes de la protesta de Lutero, las ansias reformadoras
se habían posesionado de buena parte de España, precisamente gracias a la obra
de Isabel y sus colaboradores. La Reforma católica, que muchas veces recibe el
nombre de “Contrarreforma”, resulta ser anterior a la protestante, si no nos
olvidamos de lo que estaba teniendo lugar en España en tiempos de Isabel, y a
principios del reinado de Carlos V.
Tampoco debemos olvidar que esta “era de los
reformadores” que ahora estudiamos fue la misma “era de los conquistadores” a
que dedicaremos la próxima sección. Para la historia escrita desde una
perspectiva alemana o anglosajona, la conquista de América por los pueblos
ibéricos tiene poca importancia, y aparece como un apéndice a los
acontecimientos supuestamente más importantes que estaban teniendo lugar en
Alemania, Suiza, Inglaterra y Escocia. Pero el hecho es que esa conquista fue
de tanta importancia para la historia del cristianismo como lo fue la Reforma
protestante. Y ambos acontecimientos tuvieron lugar al mismo tiempo.
Para subrayar esa concordancia cronológica entre la
“era de los reformadores” y la “era de los conquistadores”, hemos decidido
comenzar ambas secciones con el mismo personaje, frecuentemente olvidado en la
historia eclesiástica, en quien se encuentran tanto las raíces de la Reforma
como las de la Conquista: Isabel de Castilla, “la Católica”. Esto a su vez
quiere decir que al tratar de Isabel en esta sección dirigiremos nuestra
atención casi exclusivamente hacia su labor reformadora, dejando para la
próxima todo lo que se refiere a su marcha hacia el trono, la conquista de
Granada, el descubrimiento de América, y las primeras medidas colonizadoras y
evangelizadoras.[2]
CONTEXTO HISTÓRICO Y SOCIAL
Cronología:
Isabel I la Católica
AÑO
|
ACONTECIMIENTO
|
1451
|
Nace el 22 de abril, en la localidad abulense de Madrigal de las Altas
Torres, hija del rey castellano Juan II y de Isabel de Portugal.
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1469
|
Contrae matrimonio con Fernando, el heredero de la Corona de Aragón.
|
1474
|
Tras el fallecimiento de su hermano, Enrique IV, sube al trono castellano
y da comienzo la guerra de Sucesión de Castilla que la enfrentará a los
partidarios de su sobrina Juana la Beltraneja.
|
1478
|
Establecimiento de la Inquisición.
|
1479
|
Finaliza la guerra de Sucesión de Castilla. Tiene lugar la unión
dinástica de las coronas castellana y aragonesa en su persona y en la de su
esposo, Fernando II. Nace su tercera hija, la futura Juana I.
|
1481
|
Comienza la guerra de Granada contra los últimos territorios musulmanes
en la península Ibérica.
|
1484
|
Inicio de la definitiva conquista castellana de las islas Canarias.
Aparece la recopilación de las Ordenanzas Reales de Castilla, a petición de
las Cortes reunidas cuatro años antes en Toledo.
|
1492
|
Los Reyes logran la conquista del reino Nazarí de Granada, con lo que se
da por terminada la Reconquista. Bajo el auspicio monárquico castellano,
Cristóbal Colón descubre el continente que habría de llamarse América. Expulsión
de los judíos.
|
1495
|
Su hija Isabel contrae matrimonio con el rey portugués Manuel I.
|
1496
|
Juana I se casa con Felipe el Hermoso, hijo del emperador Maximiliano I.
El papa Alejandro VI otorga a Fernando e Isabel el título de Reyes Católicos.
|
1497
|
Poco antes de fallecer, su hijo Juan contrae matrimonio con Margarita de
Austria, hija del emperador Maximiliano I.
|
1500
|
Boda de su hija María de Aragón con el rey portugués Manuel I, viudo
desde hacía dos años.
|
1504
|
Fallece el 26 de noviembre, en la localidad vallisoletana de Medina del
Campo.
|
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No mucho después que empezó la
Reforma, la Iglesia Católica Romana realizó un poderoso esfuerzo a fin de
recuperar el terreno perdido en Europa, destruir la fe protestante y promover
las misiones católico-romanas en países extranjeros. A este movimiento se le
llama la Contrarreforma.
La reforma dentro de la iglesia se intentó hacer
mediante el Concilio de Trento, convocado en 1545 por el papa Pablo III. Su
principal objetivo fue investigar y poner fin a los abusos que propiciaron el
surgimiento de la Reforma. El Concilio se reunió en diferentes tiempos y en más
de un lugar, aunque por lo general se reunía en Trento, Austria, a ciento
veintidós kilómetros al noroeste de Venecia. Se componía de todos los obispos y
abades de Venecia. Duró casi veinte años, a través de los reinados de cuatro
papas, de 1545 a 1563. Se tenía la esperanza que la separación entre católicos
y protestantes se pudiera arreglar y la iglesia volviera a unirse, pero esto no
pudo efectuarse. A la larga, se hicieron muchas reformas y se establecieron
definitivamente las doctrinas de la iglesia. Incluso los protestantes admiten
que los papas después del Concilio de Trento fueron mejores que muchos de los
que gobernaron antes. El resultado del concilio puede considerarse como una
reforma conservadora dentro de la Iglesia Católica Romana.
Una influencia muy poderosa en la Contrarreforma fue
la Orden de los Jesuitas, que en 1534 estableció un español, Ignacio de Loyola.
Esta era una orden monástica caracterizada por la combinación de la más estricta
disciplina, intensa lealtad a la iglesia y a la orden, profunda devoción
religiosa y un marcado esfuerzo para hacer prosélitos. Su propósito principal
era combatir el movimiento protestante con métodos públicos y secretos. Llegó a
ser tan poderosa, que se acarreó la oposición más severa aun en los países
católico-romanos. Se suprimió en casi todos los estados de Europa y, por
decreto del papa Clemente XIV (1773), se prohibió en toda la iglesia. Sin
embargo, por un tiempo continuó en secreto, después abiertamente y al final los
papas la reconocieron de nuevo. Ahora es una de las fuerzas más potentes en
esparcir y fortalecer la Iglesia Católica Romana por todo el mundo.
La persecución activa fue otra arma empleada para
apagar el creciente espíritu de reforma. Es cierto que los protestantes también
persiguieron, incluso hasta muerte, pero generalmente su motivo era más
político que religioso. En Inglaterra, la mayoría de los que murieron fueron
católicos que conspiraron contra la reina Isabel. Mientras que en el continente
cada gobierno católico-romano procuraba extirpar la fe protestante mediante la
espada. En España, se estableció la Inquisición y se torturaron y quemaron un
sinnúmero de personas. En los Países Bajos, los gobernantes españoles se
propusieron dar muerte a todos los sospechosos de herejías. [3]
2
|
UNIÓN
DINÁSTICA
|
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|
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Nacida el 22 de abril
de 1451 en la localidad abulense de Madrigal de las Altas Torres, era hija del
rey castellano Juan II y de la segunda esposa de éste, Isabel de Portugal (hija
a su vez de Juan, infante portugués, y nieta del rey de Portugal Juan I el
Grande). En 1469 se casó con Fernando II de Aragón y cinco años después, a
la muerte de su hermano, el rey Enrique IV, entabló una guerra contra los
partidarios de su sobrina Juana la Beltraneja por la sucesión al trono
castellano (la llamada guerra de Sucesión de Castilla).
Su triunfo en dicho conflicto
sucesorio supuso la definitiva unión dinástica de las coronas aragonesa y
castellana. Isabel I y Fernando II inauguraron un Estado moderno en los reinos
que habrían de acabar por conformar España. Con ambos terminó la empresa
medieval de la Reconquista, se inició el camino hacia la unidad territorial
—que se consumaría de alguna manera con su bisnieto, el rey Felipe II— y surgió
la monarquía autoritaria con una nueva organización interna. Su objetivo
político de sanear las instituciones existentes y de crear otras que pudieran
servir a su autoridad, se inició con la reorganización legal de las Cortes de
Toledo, y continuó con la recopilación de las Ordenanzas Reales de Castilla
(realizada por Alonso Díaz de Montalvo) y con la inserción en el gobierno de un
grupo de letrados adictos al poder de la monarquía, que formarán parte del
Consejo Real y de los nuevos consejos, serán alcaldes y oidores de las
chancillerías y audiencias, y corregidores de las ciudades.
La nobleza, que acató
el triunfo de Isabel I en la guerra de Sucesión de Castilla, finalizada en
1479, fue también su colaboradora en el nuevo régimen, viendo consolidado su dominio
económico y social, y generalizada legalmente la institución del mayorazgo. En
un momento de calma internacional, los Reyes decidieron terminar con el último
bastión musulmán en Europa occidental mediante la conquista del reino Nazarí, obtenido
merced a su victoria en la guerra de Granada (1481-1492), que repoblaron con
más de 35.000 castellanos.
Aunque la obra de Fernando
II e Isabel I es prácticamente inseparable, fueron decisiones tomadas
preferentemente por la Reina las acciones encaminadas a la consecución de la
unidad religiosa mediante el establecimiento de la nueva Inquisición (1478),
dirigida en principio contra los conversos que judaizaban en Andalucía y
extendida después por todos los reinos; la expulsión de los judíos (1492),
medida complementaria de la anterior, que obligaba a éstos mediante decreto a
convertirse o emigrar; y la conversión de otras minorías religiosas como los
moriscos de Granada, a los que trató de atraer mediante la tolerancia y las
predicaciones de fray Hernando de Talavera y, al no conseguirlo, impuso los
métodos más severos de Francisco Jiménez de Cisneros (más conocido como el
cardenal Cisneros), provocando rebeliones de 1499 a 1501, seguidas de
conversiones en masa al catolicismo. La selección de obispos capaces y la
reforma del clero contribuyeron también a reforzar este intento de unidad
religiosa.
Voluntad de Isabel I fue
asimismo mantener una amistad cada vez más estrecha con Portugal, mediando ella
personal y directamente en sus relaciones y en los matrimonios de su hija
Isabel con el infante Alfonso, heredero del trono de Portugal (1490) y, tras la
muerte de éste, ocurrida en 1491, con el rey portugués Manuel I el Afortunado
(1495), así como la de su otra hija, María de Aragón, con el propio Manuel I,
dos años después de que éste enviudara en 1498. Gran empeño puso igualmente en
la expansión ultramarina en el océano Atlántico, que iniciada ya con
anterioridad en las islas Canarias, culminaría con el descubrimiento de América
en 1492. Aunque después de las primeras empresas colombinas, ni ella ni su
marido, que siguieron protegiendo a Cristóbal Colón, se volcaron en la empresa,
Isabel I marcó su impronta por el empeño de que se cristianizara a los
indígenas y de que no fueran esclavizados según las normas jurídicas vigentes.
3 POLÍTICA
INTERNACIONAL
En política internacional, aceptó las
directrices de Fernando, heredadas de las relaciones internacionales ejercidas
por la Corona de Aragón. La tradicional amistad con Francia fue sustituida por
el acercamiento al Sacro Imperio Romano Germánico y a Inglaterra, con los que
se concertaron los enlaces matrimoniales de sus hijos Juan (casado en 1497 con
Margarita de Austria, hija del emperador Maximiliano I), Juana (la futura reina
de Castilla y de Aragón, más conocida como Juana I la Loca, que contrajo
matrimonio en 1496 con Felipe el Hermoso, asimismo hijo del emperador
Maximiliano I) y Catalina de Aragón (casada sucesivamente con el heredero
inglés, Arturo, en 1501, y con el futuro rey de Inglaterra, Enrique VIII, en
1509).
Con tropas y dinero castellanos, Fernando
pudo hostilizar a Bretaña (1488-1490), defender el Rosellón y la Cerdaña
devueltos por el rey francés Carlos VIII y llevar a cabo la conquista de
Nápoles, gracias a las campañas emprendidas entre 1494 y 1504. Fruto de esta
política mediterránea sería el título de Reyes Católicos que les concedió en
1496 el papa Alejandro VI. La reina Isabel I falleció el 26 de noviembre de
1504 en la localidad vallisoletana de Medina del Campo. Le sucedieron al frente
del trono castellano su hija Juana I la Loca y su yerno Felipe I el Hermoso, si
bien, en 1506, tras el fallecimiento de éste, Fernando II se convirtió en
regente de la Corona de Castilla.
3. LA REFORMA DEL CLERO
Cuando
Isabel y Fernando heredaron la corona de Castilla, a la muerte del medio
hermano de Isabel, Enrique IV, la iglesia española se hallaba en urgente
necesidad de reforma. Durante los años de incertidumbre política que
precedieron a la muerte de Enrique IV, el alto clero se había dedicado a las
prácticas belicosas que, según vimos, eran características de muchos de los
prelados de fines de la Edad Media. En esto España no difería del resto de
Europa, pues sus obispos con frecuencia resultaban ser más guerreros que
pastores, y se involucraron de lleno en las intrigas políticas de la época, no
por el bien de sus rebaños, sino por sus propios intereses políticos y
económicos. Ejemplo de esto fue el arzobispo de Toledo don Alonso Carrillo de
Albornoz, quien, como veremos en la próxima sección, fue uno de los principales
arquitectos del alza política de Isabel y de su matrimonio con Fernando.
El bajo
clero, aunque privado del poder y los lujos de los prelados, no estaba en
mejores condiciones de servir al pueblo. Los sacerdotes eran en su mayoría
ignorantes, incapaces de responder a las más sencillas preguntas religiosas por
parte de sus feligreses, y muchos de ellos no sabían más que decir de memoria
la misa, sin entender qué era lo que estaban diciendo. Además, puesto que el
alto clero cosechaba la mayor parte de los ingresos de la iglesia, los
sacerdotes se veían sumidos en una pobreza humillante, y frecuentemente
descuidaban sus labores pastorales.
En los
conventos y monasterios la situación no era mucho mejor. Aunque en algunos se
seguía tratando de cumplir la regla monástica, en otros se practicaba la vida
muelle. Había casas religiosas gobernadas, no según la regla, sino según los
deseos de los monjes y monjas de alta alcurnia. En muchos casos se descuidaba
la oración, que supuestamente era la ocupación principal de los religiosos.
A todo esto
se sumaba el poco caso que se le hacia al celibato. Los hijos bastardos de los
obispos se movían en medio de la nobleza, reclamando abiertamente la sangre de
que eran herederos. Hasta el dignísimo don Pedro González de Mendoza, quien
sucedió a don Alonso Carrillo como arzobispo de Toledo, tenía por lo menos dos
hijos bastardos, a quienes más tarde, sobre la base del arrepentimiento del
Arzobispo, Isabel declaró legítimos. Si tal era el caso entre el alto clero, la
situación no era mejor entre los curas párrocos, muchos de los cuales vivían
públicamente con sus concubinas e hijos. Y, puesto que tal concubinato no tenía
la permanencia del matrimonio, eran muchos los sacerdotes que tenían hijos de
varias mujeres.
Isabel y
Fernando habían ascendido juntamente al trono de Castilla, aunque, según las
estipulaciones que habían sido hechas antes de su matrimonio, Fernando no podía
intervenir en los asuntos internos de Castilla contra el deseo de la Reina,
quien era la heredera del trono. La actitud de los dos cónyuges hacia la vida
eclesiástica y religiosa era muy distinta. Fernando había tenido amplios
contactos con Italia, y la actitud renacentista de quienes veían en la iglesia
un instrumento para sus fines políticos se había adueñado de él. Isabel, por su
parte, era mujer devota, y seguía rigurosamente las horas de oración. Para
ella, las costumbres licenciosas y belicosas del clero eran un escándalo. A
Fernando le preocupaba el excesivo poder de los obispos, convertidos en grandes
señores feudales. En consecuencia, cuando los intereses políticos de Fernando
coincidían con los propósitos reformadores de Isabel, la reforma marchó
adelante. Y cuando no coincidían, Isabel hizo valer su voluntad en Castilla, y
Fernando en Aragón.
A fin de
reformar el alto clero, los Reyes Católicos obtuvieron de Roma el derecho de
nombrarlo. Para Fernando, se trataba de una medida necesaria desde el punto de
vista político, pues la corona no podía ser fuerte en tanto no contase con el
apoyo y la lealtad de los prelados. Isabel veía esta realidad, y concordaba con
Fernando, pues siempre fue mujer sagaz en asuntos de política. Pero además
estaba convencida de la necesidad de reformar la iglesia en sus dominios, y el
único modo de hacerlo era teniendo a su disposición el nombramiento de quienes
debían ocupar altos cargos eclesiásticos. Prueba de esta actitud divergente de
los soberanos es el hecho de que, mientras en Castilla Isabel se esforzaba por
encontrar personajes idóneos para ocupar las sedes vacantes, en Aragón Fernando
hacía nombrar arzobispo de Zaragoza a su hijo bastardo don Fernando, quien
contaba seis años de edad. De todos los nombramientos que la Reina pudo hacer
gracias a sus gestiones en Roma, ninguno tuvo consecuencias tan notables como
el de Francisco Jiménez de Cisneros, a quien hizo arzobispo de Toledo. Cisneros
era un fraile franciscano en quien se combinaban la pobreza y austeridad
franciscanas con el humanismo erasmista. Antes de ser arzobispo, había dado
amplias muestras tanto de su temple como de su erudición. De joven había
chocado con los intereses del arzobispo Alonso Carrillo de Albornoz, y pasó
diez años preso, sin ceder. Después se dedicó a estudiar hebreo y caldeo, y fue
visitador de la diócesis de Sigüenza, cuyo obispo se ocupaba de su rebaño más
de lo que se acostumbraba en esa época. Decidió entonces retirarse a un
monasterio franciscano, donde abandonó su nombre anterior de Gonzalo y tomó el
de Francisco, por el que lo conoce la posteridad.[4]
Cuando don
Pedro González de Mendoza sucedió al arzobispo Carrillo, le recomendó a la
Reina que tomara por confesor al docto y devoto Fray Francisco. Este accedió a
condición de que se le permitiera continuar viviendo en un convento y guardar
estrictamente su voto de pobreza. Pronto se convirtió en uno de los consejeros
de confianza de la Reina, y cuando quedó vacante la sede de Toledo, por haber
muerto el cardenal Mendoza, la Reina decidió que Fray Francisco era la persona
llamada a ocupar ese cargo. A ello se oponían el Rey, que quería nombrar a su
hijo don Fernando, y la familia del fenecido arzobispo, que esperaba que se
nombrara a uno de entre ellos. Empero la Reina se mostró firme en su decisión
y, sin dejárselo saber a Jiménez de Cisneros, envió su nombre a Roma, donde
obtuvo de Alejandro VI su nombramiento como arzobispo de Toledo y primer
prelado de la iglesia española. Resulta irónico que fuese el papa Alejandro VI,
de tristísima memoria y peor reputación, quien dio las bulas del nombramiento
de Cisneros, el gran reformador de la iglesia española.[6]
Cuando el
fraile recibió de manos de la Reina el nombramiento pontificio, se negó a
aceptarlo, y fue necesaria otra bula de Alejandro para obligarlo a ceder.
Isabel y Fray
Francisco colaboraron en la reforma de los conventos. La Reina se ocupaba
mayormente de las casas de religiosas, y el Arzobispo de los monjes y frailes.
Sus métodos eran distintos, pues mientras Cisneros hacía uso directo de su
autoridad, ordenando que se tomaran medidas reformadoras, la Reina utilizaba
procedimientos menos directos. Cuando decidía visitar un convento, llevaba
consigo la rueca o alguna otra labor manual, a la que se dedicaba en compañía
de las monjas. Allí, en amena conversación, se enteraba de lo que estaba
sucediendo en la casa y, si encontraba algo fuera de lugar, les dirigía a las
monjas palabras de exhortación. Insistía particularmente en que se guardase la
más estricta clausura. Por lo general, con esto bastaba. Pero cuando le llegaban
noticias de que algún convento no había mejorado su disciplina a pesar de sus
exhortaciones, acudía a su autoridad real, y en tales casos sus penas podían
ser severas.
Los métodos
de Cisneros pronto le crearon enemigos, y tanto el cabildo de Toledo como
algunos de entre los franciscanos enviaron protestas a Roma. En respuesta a
tales protestas, Alejandro VI ordenó que se detuvieran las medidas
reformadoras, hasta tanto pudiera investigarse el asunto. Pero una vez más la
Reina intervino, y obtuvo de Roma, no sólo el permiso para continuar la labor
reformadora, sino también la autoridad necesaria para llevarla a cabo más
eficazmente.[8]
3 LAS LETRAS Y LA POLÍGLOTA
COMPLUTENSE
La erudición
de Cisneros, y en particular su interés en las letras sagradas, ocupaban un
lugar importante en el proyecto reformador de Isabel. La Reina estaba
convencida de que tanto el país como la iglesia tenían necesidad de dirigentes
mejor adiestrados, y por tanto se dedicó a fomentar los estudios. Ella misma
era una persona erudita, conocedora del latín, y se rodeó de otras mujeres de
dotes semejantes. Aunque Fernando no era el personaje ignorante que se le ha
hecho a veces aparecer, no cabe duda de que su interés en las letras era mucho
menor. A Isabel España le debe el haber echado las bases del Siglo de Oro.
Cisneros
estaba de acuerdo con la Reina en la necesidad de reformar la iglesia, no
solamente mediante medidas administrativas, sino también con el cultivo de las
letras sagradas. En esta empresa, la imprenta era una gran aliada, y por tanto
Isabel, con la anuencia de Fernando, fomentó su desarrollo en España. Pronto
hubo imprentas en Barcelona, Zaragoza, Sevilla, Salamanca, Zamora, Toledo,
Burgos y varias otras ciudades. Pero las contribuciones más importantes de
Cisneros (con el apoyo de la Reina) a la reforma religiosa en España al estilo
humanista fueron la universidad de Alcalá y la Biblia Políglota Complutense.
La
universidad de Alcalá, comenzada a construir en 1498, no se terminó sino hasta
1508, después de la muerte de Isabel. Su nombre original era Colegio Mayor de
San Ildefonso. El propósito de Cisneros era que aquel centro docente se
volviera el núcleo de una gran reforma de la iglesia y de la vida civil
española. Y ese sueño se cumplió, pues entre quienes estudiaron en el famoso
plantel se cuentan Miguel de Cervantes, Ignacio de Loyola y Juan de Valdés.
Empero las obras de la universidad de Alcalá son importantes, no sólo en sí
mismas, sino también como símbolo del interés de la Reina y de Cisneros en los
estudios superiores, pues Isabel protegió asimismo las universidades de
Salamanca, Sigüenza, Valladolid y otras.
Tampoco la
Políglota Complutense fue obra directa de Isabel, que murió antes de que se
completara, sino más bien de Cisneros, aunque indudablemente siguiendo la
inspiración reformadora de la gran reina. Recibe el nombre de “Complutense” por
haberse preparado en Alcalá, cuyo nombre latino es Complutum. Durante más de
diez años trabajaron los eruditos en la gran edición de la Biblia. Tres
conversos del judaísmo se ocuparon del texto hebreo. Un cretense y dos
helenistas españoles se responsabilizaron del griego. Y los mejores latinistas
de España se dedicaron a preparar el texto latino de la Vulgata. Cuando por fin
apareció la Biblia, contaba con seis volúmenes (los primeros cuatro comprendían
el Antiguo Testamento, el quinto el Nuevo, y el sexto una gramática hebrea,
caldea y griega). Aunque la obra se terminó de imprimir en 1517, no fue
publicada oficialmente sino hasta 1520. Se cuenta que, al recibir el último
tomo, Cisneros se congratuló de haber dirigido “esta edición de la Biblia que,
en estos tiempos críticos, abre las sagradas fuentes de nuestra religión, de
las que surgirá una teología mucho más pura que cualquiera surgida de fuentes
menos directas”. Nótese que en estas palabras hay una afirmación clara de la
superioridad de las Escrituras sobre la tradición, afirmación que pronto se
volvería una de las tesis principales de los reformadores protestantes.
Medidas represivas
Todo lo que
antecede puede dar la impresión de que el gobierno de los Reyes Católicos fue
tal que en él se permitió la libertad de opiniones y de culto. Pero lo cierto
es todo lo contrario. Las mismas personas que abogaban por el estudio de la
Biblia y de las letras clásicas estaban convencidas de la necesidad de que no
hubiese en España más que una religión, y que esa fe fuese perfectamente
ortodoxa. Tanto Isabel como Cisneros creían que la unidad del país y la
voluntad de Dios exigían que se arrancara todo vestigio de judaísmo,
mahometismo y herejía. Tal fue el propósito de la Inquisición española, que
data del año 1478.
Empero antes
de pasar a tratar acerca de esta forma particular de la Inquisición, debemos
recordarle al lector que esa institución tenía viejas raíces en la tradición
medieval. Ya en el siglo IV se había condenado a muerte al primer hereje.
Después la tarea inquisitorial quedó en manos de las autoridades locales. En el
siglo XIII, como parte de la labor centralizadora de Inocencio III, se colocó
bajo supervisión pontificia. Así se practicó en toda Europa por varios siglos,
aunque no siempre con el mismo rigor.
La principal
innovación de la Inquisición española estuvo en colocarla, no bajo la
supervisión papal, sino bajo la de la corona. En 1478, el papa Sixto IV accedió
a una petición en ese sentido por parte de los Reyes Católicos. Los motivos por
los cuales los soberanos hicieron tal petición no están del todo claros. Por
una parte, el papado pasaba por tiempos difíciles, y no cabe duda de que Isabel
estaba convencida de que la reforma y purificación de la iglesia española
tendrían que proceder de la corona, y no del papado. Por otra parte, la
sujeción de la Inquisición al poder real era un instrumento valioso en manos de
los monarcas, enfrascados en un gran proyecto de fortalecer ese poder.
En todo
caso, cuando llegó la bula papal, Isabel demoró algún tiempo en aplicarla.
Primero desató una vasta campaña de predicación contra la herejía, al parecer
con la esperanza de que muchos abandonaran sus errores voluntariamente. Cuando
por fin se comenzó a aplicar el decreto papal, primeramente sólo en Sevilla,
hubo fuertes protestas que llegaron a Roma. En 1482, cuando las relaciones
entre el Papa y España eran tirantes debido a varios conflictos políticos en
Italia, Sixto IV canceló su bula anterior, aduciendo las quejas que le habían
llegado desde España. Pero al año siguiente, tras una serie de gestiones en la
que estuvo envuelto Rodrigo Borgia, el futuro Alejandro VI, la Inquisición
española fue restaurada. Fue entonces cuando se nombró Inquisidor General de la
Corona de Castilla al dominico Tomás de Torquemada, cuya intolerancia y
crueldad se han hecho famosas.
En Aragón,
el reino que le correspondía como herencia a Fernando, el curso de la
Inquisición fue paralelo al que siguió en Castilla. En los últimos años antes
del advenimiento de Fernando al trono, la actividad inquisitorial había sido
mayor en Aragón que en Castilla, y por tanto el país estaba más acostumbrado a
tales procesos. Pero allí también surgió oposición, particularmente por parte
de quienes creían que la inquisición real era una usurpación de la autoridad
eclesiástica. Al igual que en Castilla, hubo un breve período en que, por las
mismas razones políticas, el Papa le retiró a la corona el poder de dirigir la
Inquisición, que antes le había otorgado. Pero a la postre Roma accedió a las
peticiones españolas, y el Santo Oficio quedó bajo la dirección de la corona.
Pocos meses después de ser nombrado Inquisidor General de Castilla, Torquemada
recibió una autoridad semejante para el reino de Aragón.
Mucho se ha
discutido acerca de la Inquisición española. Por lo general, los autores
católicos conservadores tratan de probar que las injusticias cometidas no
fueron tan grandes como se ha dicho, y que el Santo Oficio era una institución
necesaria. Frente a ellos, los protestantes la han descrito como una tiranía insoportable,
y una fuerza oscurantista. La verdad es que ambas interpretaciones son falsas.
Los crímenes de la Inquisición no pueden cubrirse diciendo sencillamente que no
fueron tantos ni tan graves, o argumentando que era una institución necesaria
para la unidad religiosa del país. Pero tampoco hay pruebas de que la
Inquisición española, especialmente en sus primeras décadas, fuese una
institución impopular, ni que se complaciera en perseguir a los estudiosos. Al
contrario, hubo muchos casos en los que los letrados emplearon los medios del
Santo Oficio para hacer callar a los místicos y visionarios que representaban a
las clases más bajas de la sociedad (y en particular a las mujeres que decían
tener visiones). Aunque algunos sabios, como Fray Luis de León, pasaron años en
las cárceles inquisitoriales, la mayoría de los letrados de la época veía en la
Inquisición un instrumento para la defensa de la verdad.
También hay
fuertes indicios de que, al menos al principio, la Inquisición fue una
institución que gozó del favor del pueblo. Las tensiones entre los “cristianos
viejos” y los conversos del judaísmo eran enormes. Aunque durante buena parte
de la Edad Media España había sido más tolerante hacia los judíos que el resto
de Europa, en la época que estamos estudiando, y ya desde un siglo antes, las
condiciones empezaron a cambiar. El creciente sentimiento nacionalista español,
unido como estaba a la fe católica y a la idea de la Reconquista, fomentaba la
intolerancia para con los judíos y los moros. A esa intolerancia se le daba un
barniz religioso que parecía justificarla. Ahora bien, cuando, ya fuese por
motivos de convicción, ya cediendo a la enorme presión que se les aplicaba, los
moros y los judíos se convertían, se perdía esa excusa religiosa para odiarlos.
Pero aparecía entonces otra nueva razón de la discriminación: se decía que los
conversos no lo eran de veras, que secretamente continuaban practicando ritos
de su vieja religión, y que se burlaban en privado de la fe cristiana. Luego
muchos de los conversos, que pudieron haber creído que las aguas bautismales
los librarían del estigma que iba unido a su vieja religión, se vieron ahora
acusados de herejes, y sujetos por tanto a los rigores de la Inquisición, en
los que consentían los “cristianos viejos”, que así podían sentirse superiores
a los conversos. Puesto que su propósito era extirpar la herejía, y para ser
hereje es necesario ser cristiano, la Inquisición no tenía jurisdicción sobre
judíos o musulmanes, sino sólo sobre los conversos. Contra ellos se aplicó
enorme rigor. Mientras la Inquisición medieval había permitido que, en casos
excepcionales, no se divulgaran los nombres de los acusadores de un reo, en la
española esa regla de excepción se volvió práctica usual, pues se decía que el
poder de los conversos era tal que, si se sabía quién había acusado a uno de
entre ellos, los demás tomarían represalias, y por tanto se temía por la vida
de los testigos. El resultado fue privar al acusado de uno de los elementos más
necesarios para una defensa eficaz. Además se aplicaba la tortura con harta
frecuencia, y de ese modo se arrancaban tanto confesiones como nuevas
acusaciones contra otras personas. Frecuentemente los procesos tomaban largos
años, durante los cuales eran cada vez más los implicados. Y si, caso raro, el
acusado resultaba absuelto, había pasado buena parte de su vida encerrado en
las cárceles inquisitoriales, y no tenía modo alguno de establecer recurso
contra sus falsos acusadores, pues ni siquiera sabía quiénes eran. Por muchas
razones históricas que se den, no es posible justificar todo esto a base de la
fe cristiana.
También se
ha discutido muchísimo acerca de los motivos económicos envueltos en la
Inquisición española. En ella se aplicaban los principios medievales, según los
cuales los bienes de todo condenado a muerte eran confiscados. Al principio,
tanto esos bienes como las diversas multas que se imponían se dedicaban a obras
religiosas, por lo general en la parroquia del condenado. Pero esto a su vez se
prestaba a abusos, y los soberanos comenzaron a fiscalizar más de cerca a los
inquisidores, haciendo que los fondos recaudados fuesen a dar al tesoro real.
Hasta qué punto estas medidas se debieron a la codicia de los reyes, y hasta
qué punto fueron un intento sincero de evitar los abusos a que la Inquisición
se prestaba, no hay modo de saberlo. Pero en todo caso el hecho es que la
corona se benefició con los procesos inquisitoriales.
Otra fuente
de ingresos eran las “reconciliaciones” que se hacían mediante el pago de una
suma. La más notable fue la reconciliación general de los años 1495 al 1497,
que se utilizó para cubrir las deudas de la guerra de Granada. En este caso
particular, no cabe duda de que la intención de los Reyes era tanto evitar los
sufrimientos que los juicios y castigos acarreaban para los conversos y sus
familias como resarcirse de los gastos de la guerra.
Cualesquiera
hayan sido los motivos de los monarcas, no puede dudarse que la Inquisición se
prestaba a los malos manejos y la codicia desmedida. Poco después de la muerte
de Isabel, el Santo Oficio había caído en descrédito por esas razones, y
Fernando tuvo que intervenir en el asunto, nombrando Inquisidor General a
Francisco Jiménez de Cisneros. Aunque el franciscano no fue tan terrible como
Torquemada, resulta notable que el inspirador de la Políglota Complutense y de
la universidad de Alcalá fuese también el Gran Inquisidor. En ello tenemos un
ejemplo de lo que sería la forma característica de la reforma católica,
particularmente en España, de combinar la erudición con la intolerancia.
Isabel no
era más tolerante que su confesor, como puede verse en la expulsión de los
judíos. Mientras la Inquisición se ocupaba de los conversos, los judíos que
permanecían firmes en la fe de sus antepasados no caían bajo su jurisdicción.
Pero se les acusaba de mantener contactos con los conversos, con lo cual, según
se decía, los incitaban a judaizar. Además, se comentaba que los judíos tenían
enormes riquezas, y que aspiraban a adueñarse del país. Todo esto no era más
que falsos rumores nacidos del prejuicio, la ignorancia y el temor. A mediados
de 1490 se produjo el incidente del “santo niño de la Guardia”. Un grupo de
judíos y conversos fue acusado de matar a un niño en forma ritual, con el
propósito de utilizar su corazón, y una hostia consagrada, para maleficios
contra los cristianos. En el convento de Santo Domingo, en Avila, Torquemada
dirigió la investigación. Los acusados fueron declarados culpables, y quemados
en noviembre de 1491 en las afueras de Avila. Hasta el día de hoy los
historiadores no concuerdan acerca de si de veras hubo un niño sacrificado o
no. Pero de lo que no cabe duda es de que, si existió una conspiración, se
trataba de un pequeño grupo fanático, que no representaba en modo alguno a la
comunidad judía. En todo caso, el hecho es que la enemistad de los cristianos
contra los judíos se exacerbó. En varios lugares se produjeron motines y
matanzas de judíos. De acuerdo a sus obligaciones legales, los Reyes
defendieron a los judíos, aunque esa defensa no fue decidida, y los cristianos
que cometieron atropellos contra los hijos de Israel no fueron castigados. Lo
que sucedía era, en parte al menos, que la Reina estaba convencida de que era
necesario buscar la unidad política y religiosa de España. Esa unidad era una
exigencia política y religiosa; política, porque las circunstancias la exigían;
religiosa, porque tal era, según Isabel, la voluntad de Dios.
El golpe
decisivo contra los judíos llegó poco después de la conquista de Granada. Una
vez destruido el último baluarte musulmán en la Península, pareció aconsejable
ocuparse del “problema” de los judíos. Casi todos los documentos, tanto
cristianos como judíos, dan a entender que Isabel fue, más que Fernando, quien
concibió el proyecto de expulsión. El decreto, publicado el 31 de marzo de
1492, les daba a los judíos cuatro meses para abandonar todas las posesiones de
los Reyes, tanto en España como fuera de ella. Se les permitía vender sus
propiedades, pero les estaba prohibido sacar del país oro, plata, armas y caballos.
Luego, el único medio que los hijos de Israel tenían para salvar algo de sus
bienes eran las letras de cambio, disponibles principalmente a través de
banqueros italianos. Entre tales banqueros y los especuladores que se dedicaron
a aprovechar la coyuntura, los judíos fueron esquilmados, aunque los Reyes
trataron de evitar los abusos económicos.
Al parecer,
los Reyes esperaban que muchos judíos decidieran aceptar el bautismo antes que
abandonar el país que era su patria, y donde habían vivido por largas
generaciones. Con ese fin decretaron que quien aceptara el bautismo podría
permanecer en el país, y además enviaron predicadores que anunciaran, no sólo
la verdad de la fe cristiana, sino también las ventajas del bautismo. Unas
pocas familias ricas se bautizaron, y de ese modo lograron conservar sus bienes
y su posición social. Esos pocos bautismos fueron hechos con gran solemnidad,
al parecer con la esperanza de inducir a otros judíos a seguir el mismo camino.
Pero la mayoría de ellos mostró una firmeza digna de los mejores episodios del
Antiguo Testamento. Mejor marchar al exilio que inclinarse ante el Dios de los
cristianos y abandonar la fe de sus antepasados.
Los
sufrimientos de aquel nuevo exilio del pueblo de Israel fueron indecibles.
Entre 50.000 y 200.000 judíos abandonaron su tierra natal y partieron hacia
futuros inciertos. Muchos fueron saqueados o asesinados por bandidos o por
quienes les ofrecieron transporte. De los que partieron hacia la costa norte de
Africa, la mayoría pereció. Un buen número se refugió en Portugal, en espera de
que las circunstancias cambiaran en España. Pero cuando el Rey de Portugal
quiso casarse con una de las hijas de Isabel, ésta exigió que los judíos fueran
expulsados de ese reino, enviándolos así a un nuevo exilio.
La pérdida
que todo esto representó para España ha sido señalada repetidamente por los
historiadores. Entre los judíos se contaban algunos de los elementos más
productivos del país, cuya partida privó a la nación de su industria e ingenio.
Además, muchos de ellos eran banqueros que repetidamente habían servido a la
corona en momentos difíciles. A partir de entonces, el tesoro español tendría
que recurrir a prestamistas italianos o alemanes, en perjuicio económico de
España.
La situación
de los moros era semejante a la de los judíos. Mientras quedaron tierras
musulmanas en la Península, la mayoría de los gobernantes cristianos siguió la
política de permitirles a sus súbditos musulmanes practicar libremente su
religión, pues de otro modo estarían incitándoles a la rebelión y a la
traición. Pero una vez conquistado el reino de Granada la situación política
cambió. Aunque en las Capitulaciones de Granada se estipulaba que los
musulmanes tendrían libertad para continuar practicando su religión, ley y
costumbres, ese tratado no fue respetado, pues no había un estado musulmán
capaz de obligar a los reyes cristianos a ello. Pronto el arzobispo Cisneros y
el resto del clero se dedicaron a tratar de forzar a los moros a convertirse.
El celo de Cisneros llevó a los musulmanes a la rebelión, que a la postre fue
ahogada en sangre. A fin de evitar otras rebeliones semejantes, los Reyes
ordenaron que también los moros de Castilla, como antes los judíos, tendrían
que escoger entre el bautismo y el exilio. Poco después, cuando se vio que
posiblemente el éxodo sería masivo, se les prohibió emigrar, con lo cual
quedaron obligados a recibir el bautismo. A estos moros bautizados se les dio
el nombre de “moriscos”, y desde el punto de vista de la iglesia y del gobierno
español fueron siempre un problema, por su falta de asimilación. En 1516
Cisneros, a la sazón regente del reino, trató de obligarlos a abandonar su
traje y sus usos, aunque sin éxito.
Mientras
todo esto estaba teniendo lugar en Castilla, en Aragón eran todavía muchos los
moros que no habían recibido el bautismo. Aunque Carlos V había prometido
respetar sus costumbres, el papa Clemente VII lo libró de su juramento y lo
instó a forzar a los moros de Aragón a bautizarse. A partir de entonces se
siguió una política cada vez más intolerante, primero hacia los musulmanes, y
después hacia los moriscos, hasta que los últimos moriscos fueron expulsados a
principios del siglo XVII.
Todo lo que
antecede ilustra la política religiosa de Isabel, que fue también la de España por
varios siglos. Al tiempo que se buscaba reformar la iglesia mediante la
regulación de la vida del clero y el fomento de los estudios teológicos, se era
extremadamente intolerante hacia todo lo que no se ajustara a la religión del
estado. Luego, Isabel fue la fundadora de la reforma católica, que se abrió
paso primero en España y después fuera de ella, y esa reforma llevó el sello de
la gran Reina de Castilla.[10]
4 LA DESCENDENCIA DE ISABEL
El nombre de
Isabel la Católica se mezcla con la historia toda de la Reforma del siglo XVI,
no solamente por ser ella la principal promotora de la reforma católica
española, sino también porque sus descendientes se vieron involucrados en
muchos de los acontecimientos que hemos de relatar.
Los hijos de
Fernando e Isabel fueron cinco. La hija mayor, Isabel, se casó primero con el
infante don Alfonso de Portugal y, al morir éste, con Manuel I de Portugal. De
este segundo esposo tuvo un hijo, el príncipe don Miguel, cuyo nacimiento le
costó la vida, y quien no vivió largo tiempo.
Juan, el
presunto heredero de los tronos de Castilla y Aragón, murió poco después de
casarse, sin dejar descendencia. Su muerte fue un rudo golpe para Isabel, tanto
por el amor materno que sentía hacia el joven príncipe como por las complicaciones
que ese acontecimiento podría acarrear para la sucesión al trono. Puesto que
dos años después, en 1500, murió el infante don Miguel de Portugal, quedó como
heredera de los tronos de Castilla y Aragón la segunda hija de los Reyes
Católicos, Juana.
Juana se
casó con Felipe el Hermoso, hijo del emperador Maximiliano I, pero pronto
empezó a dar señales de locura. Felipe había heredado de su madre los Países
Bajos, y a la muerte de Isabel la Católica reclamó para sí la corona de
Castilla, aunque Fernando su suegro se oponía a ello. Pero Felipe murió
inesperadamente en 1506, y a partir de entonces la locura de Juana resultó
innegable. Tras hacer embalsamar el cuerpo de su difunto esposo, y pasearse con
él por Castilla, se retiró a Tordesillas, donde continuó guardando el cadáver
hasta que murió en 1555.
Juana había
tenido de Felipe dos hijos y cuatro hijas. El hijo mayor, Carlos, fue su
sucesor al trono de Castilla, y después al de Aragón. Puesto que también fue
emperador de Alemania, se le conoce como Carlos V, aunque en España fue el
primer rey de ese nombre. El otro hijo, Fernando, sucedió a Carlos como
emperador cuando éste abdicó. La hija mayor de Juana y Felipe, Eleonor, se casó
primero con Manuel I de Portugal (el mismo que antes se había casado con Isabel,
la tía de Eleonor), y después con Francisco I de Francia, quien jugará un papel
importante en varios capítulos de esta historia. Las demás se casaron con los
reyes de Dinamarca, Hungría y Portugal.
La tercera
hija de los Reyes Católicos, María, fue la segunda esposa de don Manuel I de
Portugal (después de su hermana Isabel, y antes de su sobrina Eleonor).
Por último,
la hija menor de Fernando e Isabel, Catalina de Aragón, marchó a Inglaterra,
donde contrajo matrimonio con el príncipe Arturo, heredero de la corona. Al
morir Arturo, se casó con el hermano de éste, Enrique VIII. La anulación de ese
matrimonio fue la ocasión de la ruptura entre Inglaterra y Roma, según veremos
más adelante. La hija de Catalina y Enrique, y por tanto nieta de los Reyes Católicos,
fue la reina María Tudor, a quien se le ha dado el sobrenombre de “la
Sanguinaria”.
En resumen,
aunque la historia de los hijos de los Reyes Católicos es triste, las próximas
generaciones dejaron su huella, no sólo en Europa, sino también en América,
hasta tal punto que es imposible narrar la historia del siglo XVI sin referirse
a ellas.
Metas
1. Conocer la situación religiosa de España en
el período poco antes de la Reforma.
2. Comprender y la importancia política-social
de España en Europa durante el tiempo de la Reforma.
3. Comprender los factores en la conversión de
Martín Lutero y la importancia de su participación en la Reforma.
Objetivos
1. Describir en sus propias palabras la historia
y el significado de la Reforma de: Isabel la Católica, el rey Fernando,
Cisneros, y Tomás Torquemada.
2. Explicar la importancia de España en general
para la situación política, social, y religiosa de Europa en el tiempo de la
Reforma.
3. Explicar la conversión de Martín Lutero y la
importancia de las 95 tesis.
4. Relatar la historia de la dieta de Worms.
CONCLUSIONES Y REFLEXIONES PERSONALES
1. ¿Por qué el Dr. González eligió a España, y a
Isabel la Católica, como punto de partida para hablar de la Reforma?
2. ¿Por qué la iglesia española necesitaba urgentemente
una reforma en el tiempo de Isabel y Fernando?
3. ¿Cuáles eran los motivos de Fernando e
Isabel, respectivamente, en pedir el derecho de nombrar el alto clero?
4. ¿Qué hizo Isabel para reformar la iglesia?
5. ¿Cuáles son las dos contribuciones más
importantes de Cisneros a la reforma religiosa de España?
6. ¿Cuál fue el propósito de la Inquisición
española que empezó en el año 1478?
7. ¿Quién fue Tomás Torquemada?
8. ¿Qué opinaba el pueblo español de la
Inquisición?
9. ¿De qué acusaban a los judíos cuando los
expulsaron de España?
10. ¿Cuál fue el resultado económico y social de la
expulsión de los judíos de España en el año 1492?
RESUMEN DE LO LEÍDO:
1. España dominaba Europa en el siglo XVI.
2. La iglesia estaba muy corrupta en aquella
época, e Isabel la Católica trataba de reformarla.
3. Parte de esta reforma incluía la Inquisición,
en que trataban de eliminar el judaísmo, el mahometismo, y la herejía. España
era el país que dominaba Europa en el tiempo antes de la Reforma. b) La familia
de Isabel la Católica, que participaba en la política de muchos países, fue muy
importante para entender Europa en aquella época. c) Estos puntos de partida, a
diferencia del alemán o anglosajón, permite dar una perspectiva más adecuada
para lectores hispanos.
4 Los obispos eran más guerreros que pastores,
involucrados en la política por intereses económicos. Los sacerdotes eran
ignorantes. Los conventos y monasterios habían descuidado la vida de oración.
Los hijos bastardos de los obispos se movían en medio de la nobleza
abiertamente, y los curas vivían públicamente con sus concubinas.
5 Para Fernando, era una medida política, para
tener más poder. Para Isabel, también era una medida política, pero asimismo
era un esfuerzo por reformar la iglesia.
6 Nombró a Francisco Jiménez de Cisneros como
arzobispo de Toledo, y entre ellos empezaron a reformar los conventos,
insistiendo en reglas más estrictas y aplicando castigos severos por conducta
ilegítima.
7 Estableció la Universidad de Alcalá (donde
estudiaron Miguel de Cervantes, Ignacio de Loyola, y Juan de Valdés, entre
otros), y dirigió la redacción e impresión de la Biblia Políglota Complutense
(Complutum es el nombre en latín de Alcalá).
8 Isabel y Cisneros querían eliminar todo
vestigio de judaísmo, mahometismo, y herejía.
9 Fue nombrado Inquisidor General de la Corona
de Castilla y conocido por su intolerancia y crueldad.
10 En general, estaban de acuerdo, debido al
creciente nacionalismo e intolerancia hacia los judíos y los moros.
11 Los acusaban de tener una influencia sobre los
judíos conversos al cristianismo. También se comentaba que tenían enormes
riquezas y que querían adueñarse del país.
12 Ya que algunas de las personas más productivas
del país eran judías, su partida privó a la nación de su industria e ingenio.
5. Estableció la Universidad de Alcalá (donde
estudiaron Miguel de Cervantes, Ignacio de Loyola, y Juan de Valdés, entre
otros), y dirigió la redacción e impresión de la Biblia Políglota Complutense
(Complutum es el nombre en latín de Alcalá).
6. Isabel y Cisneros querían eliminar todo
vestigio de judaísmo, mahometismo, y herejía.
7. Fue nombrado Inquisidor General de la Corona
de Castilla y conocido por su intolerancia y crueldad.
8. En general, estaban de acuerdo, debido al
creciente nacionalismo e intolerancia hacia los judíos y los moros.
9. Los acusaban de tener una influencia sobre
los judíos conversos al cristianismo. También se comentaba que tenían enormes
riquezas y que querían adueñarse del país.
10. Ya que algunas de las personas más productivas
del país eran judías, su partida privó a la nación de su industria e ingenio.
ANEXO FINAL
He querido desarrollar un
trabajo de un modo más personal, donde podamos debatir sobre la historia y
hacernos preguntas con el autor del libro básico que he seguido aunque me haya
apoyado en otras fuentes. El objetivo final es formar parte de los eventos
ocurridos e implicar al lector, además del estudio a su aplicación práctica. Ha
sido un placer.
BIBLIOGRAFÍA
Fisher, Jorge. Historia de la Reforma. Barcelona: CLIE, 1984.
González, Justo. Historia del cristianismo. Tomo I. Miami: Unilit, 1994. (Capítulos
44–55). (Sería importante leer estos capítulos para conocer el trasfondo de la
Reforma, y a los precursores como Wyclif y Huss.)
Latourette, Kenneth Scott. Historia
del cristianismo, tomo II. El Paso, Texas: Casa Bautista de
Publicaciones, 1966. (Lea las secciones acerca de la Reforma.)
Linday, Tomás M. La Reforma en su contexto histórico. Barcelona, CLIE, 1985
Lindsay, Tomás M. La Reforma y su desarrollo social. Barcelona, CLIE, 1986.
Vila, Samuel. Historia de la inquisición y Reforma en España. Barcelona: CLIE,
Walker, Williston. Historia de la iglesia cristiana. Kansas City, Missouri: Casa
Nazarena, 1955.[12]
Deiros, P. A. 2005. Historia del
Cristianismo: Los primeros 500 años. Formación Ministerial. Ediciones del
Centro: Buenos Aires, Argentina
Hurlbut, J. L. 1999. Historia de la Iglesia
Cristiana. Editorial Vida: Miami, FL
[4]
González, J. L. (2003). Historia de la
Reforma (9–12). Miami, FL: Editorial Unilit.
[5] Isabel
y Fernando en oración. Cuadro del Alcázar de Segovia.
[6]
González, J. L. (2003). Historia de la
Reforma (12–13). Miami, FL: Editorial Unilit.
[7] Francisco
Jiménez de Cisneros.
[8]
González, J. L. (2003). Historia de la
Reforma (13–14). Miami, FL: Editorial Unilit.
[9] La
políglota Complutense.
[10]
González, J. L. (2003). Historia de la
Reforma (16–24). Miami, FL: Editorial Unilit.
[11]
Rendición de Granada El 2 de enero de 1492 se completaba la definitiva
reconquista del último bastión musulmán, en lo que habría de convertirse en
España, a manos de los reyes cristianos Isabel I de Castilla y Fernando II de
Aragón, conocidos como los Reyes Católicos. Esta pintura historicista del siglo
XIX, realizada por Francisco Pradilla, representa la rendición de la ciudad de
Granada por parte del último rey Nazarí, Boabdil, a los Reyes Católicos.
[12] Preparada por Laurel University.
(2009). Historia de la Reforma (Guía de
Estudio) (239–240). High Point, NC: Editorial Unilit.
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