BIBLIOLATRIA. UN PELIGRO ACTUAL



LA BIBLIOLATRIA



Más allá de la literalidad de las palabras, que confunde, está la Palabra que da vida, crea, redime y santifica; a ella apuntan las palabras de la Escritura.

La Palabra divina no es tan concreta ni precisa como nos gustaría. No nos dispensa de tener que pensar, investigar, luchar y buscar lo inaprehensible. No nos da respuestas sino el contexto en el que buscarlas. Está abierta a que oigamos en ella una Palabra nueva que arrojará una luz nueva y alumbrará una nueva comprensión de temas que considerábamos ya cerrados. Es una Palabra autocorrectora y, por tanto, no nos ata con la camisa de fuerza de lo antiguo. La Palabra de Dios, en fin, siempre frustrará la pretensión humana de actuar como si la Palabra se hubiera capturado y domesticado. Llamará, a cristianos de todo tipo y a quienes buscan a Dios en cualquier tradición, a adentrarse en el futuro, donde la única certeza no serán nuestras formulaciones sino la Palabra eterna de Dios que siempre está ante nosotros, creando y recreando el pueblo de Dios.




La fe no es una ciencia exacta. No hay credos ni Biblias eternas e inmutables. Sólo existe la eterna verdad de Dios. En el instante en que la verdad se articula o codifica se vuelve finita, limitada, y, en último término, falseada. Vivir ante la Palabra eterna de Dios se parece a un viaje, y la Biblia es algo así como una guía. Va del Jardín del Edén a la Ciudad Eterna, vía Ur, Egipto, Canaán, Babilonia, Corinto y Roma. El pueblo de la Alianza fue nómada. Siguiendo las aventuras de nuestros padres en la fe, encontramos puntos de referencia importantes para nuestro propio viaje. En estas historias de fe aprendemos cómo caminaron las generaciones anteriores. Nos informamos del terreno por recorrer, de los escollos y peligros a evitar, de los lugares de descanso y de los momentos de celebración que tendremos. Sus historias muestran los caminos entre los que hemos de escoger, pero no pueden ni nos obligan a seguir los mismos itinerarios.

Los seres humanos hemos peregrinado muchas veces en nuestra historia religiosa y sabemos bien que debemos peregrinar de nuevo. Hemos pasado de los cultos de fertilidad y de la religión que adoraba la naturaleza a las deidades tribales que nos llamaban al éxodo y creaban vínculos para nuestra vida en común mediante pactos y leyes. Hemos pasado de la identidad tribal a un sentido del individuo que llega hasta el extremo de imaginarnos el cielo y el infierno conforme a las acciones, buenas y malas, de las personas individuales, como si nadie fuese responsable de nadie más que de sí. Ahora estamos dejando este enfoque. Nos damos cuenta de nuevo de que estamos conectados por cosas como el inconsciente colectivo que portamos en nuestro interior, la programación de los cromosomas, cuya acción se deja sentir a lo largo de las edades, y el sello que diversas fuerzas imprimen en nosotros desde antes de nacer. Por eso los valores sexuales de los sistemas religiosos de hoy deben reflejar la comprensión que hoy tenemos de la vida.

Quienes interpretan literalmente la palabra de Dios, confinan su propio poder en un molde en el que sólo encaja la sabiduría del pasado y por eso son incapaces de adaptarse. Con el tiempo, esta incapacidad hará inevitable que la fe se vea sacudida implacablemente, hasta quedar hecha añicos y reemplazada o bien por una histérica huida hacia delante, de tipo anti-intelectual, o bien por la desesperación ante la nada. Por el contrario, si sabemos que la Palabra es dinámica y no se puede amordazar, podemos cambiar y crecer, y llevar con nosotros las nuevas preguntas ante ella, que nos dará nuevas experiencias y nuevas concepciones de la verdad. Entonces, se escuchará una vez más la Palabra con nuevos acentos, y nos llamará a abrirnos a nuevas posibilidades.

Esto sucede actualmente en medio de los cambios en la sexualidad. Y sucederá, una y otra vez, en otros campos, según avancemos hacia un futuro que nos inspirará temor pero que también será emocionante. La Palabra de Dios es la Palabra más allá de las palabras de las Escrituras, más allá de las formulaciones de la tradición, más allá del intento humano de aferrarla o interpretarla literalmente. Es la Palabra que, por don de Dios, reconocemos como Espíritu más allá de la letra.



John Spong

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